Esta mañana me he levantado para ir a una entrevista de trabajo. He estrenado una chaqueta de lana que me compré ayer por siete euros para causar una buena impresión. Que se supone que es lo que uno tiene que causar en una entrevista de trabajo. Luego me ha sorprendido que quien me hacía la entrevista, para ser profesor de una clase de lectura en un Centro Cultural de las afueras de Madrid, dos horas a la semana por cinco euros la hora, ni siquiera conocía, qué sé yo, a Eduardo Mendoza. Por no hablar de las muecas raras de su cara al referirme a otros escritores. No sé qué impresión habré causado y, visto lo visto, puede darme igual. Mañana me dirán. De vuelta a casa, que es cuando me vienen los pensamientos, cuando se acerca la tranquilidad, he pensado qué coño hacía ese hombre entrevistando candidatos para dar clases de lectura, en qué se basa para decir tú sí, vales, tú no, no vales.
He llegado a casa, sin mucho que hacer sin muchas ganas, y me he puesto a leer algunos artículos. Y al pasarme por uno de los suplementos culturales más importantes de la prensa nacional, que lleva la palabra cultura en su nombre, he visto una breve nota sobre una obra de teatro que está en Madrid este fin de semana. Pues bien. La nota, de dos párrafos, repito, dos párrafos que para escribirlos tampoco hace falta informarse como si tuvieses que escribir mil palabras o cinco páginas, estaba llenita de errores, empezando por el apellido del autor de la obra. Y no sólo es que hubiese errores que se hubiesen resuelto con una pregunta rápida a Google o con saber mínimamente sobre lo que uno está escribiendo, si no que las últimas líneas, aquellas que hablan de la textura de la obra y su sinopsis, son, directamente, un cortapega. Esas cosas que hace uno cuando no sabe muy bien qué escribir y tiene que rellenar espacio. Lo que viene siendo paja, que no grano. Supongo que los periodistas ya no tienen tiempo para leer con atención las notas de prensa que les llegan. La ajetreada vida moderna. Aunque, también es verdad, tampoco tenga mucha fe en el buen saber y buen hacer de quiénes se encargan de la prensa y comunicación en los propios teatros.
Después me he leído un artículo de Sergio del Molino, aquí, en Eñe, sobre el Convenzéme (sic.) de Mercedes Milá. Y, para terminar, otro, acá, en Oculta, de Diego Álvarez Miguel. Que al menos me ha salvado la mañana con algo de -tal vez forzada- esperanza.
Así están las cosas en este enero de un frío que llega y desaparece en Madrid, he pensado, igual que el año pasado. Que se acabó con la publicación de las listas de los mejores montajes teatrales de 2016. Listas, que sin entrar a analizarlas, a veces están escritas por la misma gente que lleva la prensa de teatros privados, como ésta de El Español, aquí, escrita por Pablo Giraldo, prensa del Teatro Kamizake, que comienza dando la bienvenida a “nuevos modelos de teatro como El Pavón Teatro Kamikaze” y en la que se resaltan al menos tres montajes directamente relacionados con el teatro en donde trabaja, ya sea porque son producciones o montajes que se han visto en esa casa o puestas en escenas de su codirector artístico, es decir, su jefe. Y eso sin crear una teoría de la conspiración sobre los puntos de conexión entre todas las demás.
Entonces he recordado el vídeo del hombre que, al ser preguntado por las restricciones de tráfico y los problemas de contaminación, dijo: “No. Joder, ¿Dónde está la contaminación? Coño. A ver, que yo la vea. ¿Hay un hongo sobre Madrid? Que me lo enseñe alguien.”
Y he escrito estas palabras rápidas y breves para empezar el año y matar el tiempo y desearos mis mejores deseos. Con algo de retraso y a pesar de todo. Pues como dice Diego Álvarez Miguel en su artículo “los otros, los ocultos, los pacientes, los rechazados, esos, solo esos están vivos, y deberían temerles, mucho, porque se les acercan por la espalda y van armados hasta los dientes.”
queremos más
eso más !