Participantes invitados: Joaquín Vázquez, BNV Producciones
En este vaivén dialéctico entre el espacio escénico de la ficción y la realidad como fuente del discurso, en Sevilla acometemos una nueva estrategia que intenta situarse en una equidistancia entre ambos centros de acción y observación. Un lugar entre, en el que por un lado la aleatoriedad de la realidad forme parte esencial de la experiencia, pero en el que al mismo tiempo nosotros establezcamos algunas estrategias de manipulación de dicha realidad, muchas de ellas en connivencia con el espectador.
Una vez más en la búsqueda de un observador co-escritor, frente a un discurso en el que las periferias y aquello menos central puedan tener cabida en un magma, en este caso aleatorio, que la propia realidad de una esquina de la ciudad ofrece a nuestros ojos.
Dispositivo: el público que se sitúa en una esquina a observar la realidad. Esta transcurre. Mediante un audio, puntualmente, nosotros “organizamos” dicha realidad como si de distintas escenas de una película se trataran.
Nuevo dispositivo que activa el imaginario del espectador que aquí es co-escritor absoluto de la propuesta.
El lugar elegido, mas allá de situarnos en un enclave singular de la ciudad de Sevilla, en medio de un barrio popular con solera, fue, seguramente, un acierto. Por un lado, por su aparente falta de espectacularidad, y por otro, porque el equilibrio entre la cantidad de gente que miraba y el espacio y la gente que era mirada era adecuado. Un dispositivo de este tipo demasiado grande o aparatoso quebraría este delicado equilibrio convirtiendo la experiencia en un simple pase de modelos, gente que pasa por el espacio público, que se muestran, o bien graciosos, o bien escurridizos, o simplemente malcarados y molestos ante tal invasión de su intimidad pública.
Dispositivo que alude a la posibilidad de remirar la realidad, de activar un ojo personal, singular y decisorio. Mirar de nuevo aquello que ya no vemos, que se presenta en el día a día como un cuadro/plano insignificante. Volver a activar la mirada, una mirada decisiva y por tanto crítica ante la realidad, ante uno mismo.
El público, el observador, también es objeto de la mirada. Sus decisiones, como si en un montaje cinematográfico se tratara, reciben una respuesta inmediata de la propia realidad, el observador es observado y, esta es una de las magias mayores de este dispositivo, al recibir de alguna forma respuesta a sus decisiones, sean estas reales o imaginadas, siente que se está convirtiendo en un demiurgo, en un creador, y, en cierta forma, en protagonista de la película. De hecho, esta experiencia solo le revela algo que está en sus genes, pero está olvidado. Que toda persona es creadora y de alguna manera “artista”. El problema es que el mundo y la sociedad en la que vivimos se encarga de mil maneras de hacérnoslo olvidar
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