En las últimas semanas hemos visto dos obras interesantes, las dos programadas por el Teatro Español casi como apéndices a su programación. La primera Cuando todos pensaban que habíamos desaparecido, de los mexicanos Vaca35 Teatro, dentro de un Ciclo de Teatro Latinoamericano compuesto además por No daré hijos, daré versos de Marianella Morena (Uruguay) y una versión de Othelo de Gabriel Chamé Buendía (Argentina). Cada obra estuvo solamente durante cuatro días en la Sala Max Aub. Acá habla Julio Checa sobre el Ciclo.
Vaca 35 Teatro en Grupo A.C. es una de las compañías mexicanas que más se ha dejado ver por España durante los últimos años. En Cataluña por FiraTàrrega, Nau Ivanow, La Villaroel. En Madrid hemos visto Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar (2013, Fringe Madrid), a partir de Las Criadas de Genet, Casualmente… (2014, Kubik Fabrik), donde resuena La Insoportable Levedad del Ser de Kundera, Ese recuerdo ya nadie te lo puede quitar (2014, Fringe Madrid), con Chèjov como telón de fondo, y por último, si no nos equivocamos, Cuando todos pensaban que habíamos desaparecido.
A Vaca53 le han valido sus ocho años de vida para imprimir en sus propuestas un sello personal: una especie de hiperrealismo escénico, lleno de sudor, alcohol y violencia, que se abre para mostrarnos fragilidad, soledad y fracaso.
Tal vez Cuando todos pensaban que habíamos desaparecido sea un paso más en su trayectoria, una obra más reposada y llena de nostalgia. Antes de que entre el público, el elenco está en escena -incluido su director Damián Cervantes-, frente a una mesa alargada donde preparan la comida. Uno de ellos toca la guitarra. Los demás cantan y atienden los fuegos. El publico entra en la sala y se le hace partícipe de lo que allí sucede. Nos encontramos una atmósfera impregnada con el olor de la comida. Una reunión de amigos que se preparan para una celebración. Cuando se cierran las puertas, Damián sube a la cabina y baja la luz. La obra comienza de manera simbólica por el final, la digestión, anunciando que lo que veremos será un camino hacia atrás, metafórico -hasta hacer que los muertos revivan- y que finalizará con el público comiéndose lo que preparan durante la pieza. La imagen del principio es: encima de la mesa unos tumbados encima de los otros haciendo una taxonomía de tipos de pedos y manera diferentes de cagar.
Después se inicia el viaje, la memoria, desde la comida hasta los muertos. Y siguen cantando. Y siguen bailando. La obra se estructura a través de los platos que prepara cada uno: una comida que les enseñó un familiar, que está cargada con un significado especial, y que nos hace recordar algo más que el sabor de las croquetas de la abuela. Además de cocinar, tienen un pequeño altarcito con recuerdos de un familiar y habrá un momento en el que se acerquen hasta él y nos cuenten su historia. Los fragmentos de la pieza están tan bien empastados que parecen no haber sido ensayados. Incluso los momentos de las imágenes más poéticas. Del cansancio. La relación que tienen los mexicanos con la muerte, las actividades y picnics que se preparan en el cementerio para celebrar el Día de los Muertos late durante toda la pieza. Hay espacio para la memoria histórica, el humor, la ironía, la ritualidad (máscaras de seres de otros mundos), la violencia y la crítica social. Por ejemplo. La discusión que se da entre actores mexicanos y españoles para ver cual de los dos países es más pobre; en una competición que comienza como si nada, citando un titular sensacionalista, y acaba a bofetones, con la comida saltando por los aires.
El final se prepara cuando están terminando de cocinar. Las mesas empiezan a retirarse y todos los utensilios y objetos de los altares ocupan el escenario. El suelo -allá donde enterramos a nuestros muertos- es un mapa de recuerdos. Se abren las puertas de la Sala Max Aub que dan directamente a Matadero, el público atraviesa el escenario para salir a la calle y la Compañía les da a probar sus platos. Se ha hecho de noche. Al compartir la comida, comienza, si alguna vez acabó, la celebración.
A veces miramos demasiado a Europa. Pero el teatro latinoamericano, a pesar de su fragilidad y sus particulares circunstancias, está transitando por caminos que son, al menos, igual de interesantes. Menos teóricos, tal vez, y más emotivos. En México están Vaca35 o Lagartijas tiradas al sol, por ejemplo, y también tienen buena pinta Las prácticas de la imaginación que prepara la Compañía Opcional dirigida por Aristeo Mora.
En los próximos días, si queréis, hablaremos de la segunda obra interesante que vimos, y que aún está en cartel, Cosas que se olvidan fácilmente, de Xavi Bobes.
LA FERRETERíA