La reacción de Almodóvar a la cobertura del Festival de Cannes suscita una polémica sobre la función de la crítica. El estilo de Carlos Boyero, en el centro de la controversia
MILAGROS PÉREZ OLIVA
EL PAIS, 31 de mayo 2005
Sobre Lars von Trier: «Y para rematar la orgía, se corta los labios vaginales con unas tijeras de podar. Porque al autor le sale de los huevos. (…) Y te planteas que esa actitud es tan legítima como la decisión de alguien responsable para internar a este tarado en el frenopático». Sobre Francis Ford Coppola: «Alguien me comentaba que en muchos momentos de Tetro da la sensación de que Coppola está imitando el estilo y el tono del peor Almodóvar. No exagera. Ver para creer». Y sobre Los abrazos rotos de Almodóvar: «La primera vez que la padecí, me resultó pretenciosa, aburrida y hueca, pero la segunda me resultó grotesca (…). Intenté explicar mis desagradables sensaciones cuando se estrenó en España. O sea, que no tiene sentido algo tan inútil y fatigoso como volver a repetirme. Al parecer me estoy perdiendo algo importante. Eso me ocurre por ser prejuicioso y subjetivo». De esta manera se expresaba el crítico de cine de EL PAÍS Carlos Boyero en sus crónicas desde Cannes, cuya cobertura tuvo esta vez dos importantes novedades en la versión digital del diario: unos vídeos en los que Boyero expresaba sus impresiones y los comentarios del redactor jefe de Cultura, Borja Hermoso, en un blog personal.
No había terminado el festival cuando comenzaron a llegar quejas. Algunos lectores consideraban de mal gusto e incluso insultantes algunas expresiones utilizadas, y otros extendían sus críticas a la labor de ambos periodistas como críticos cinematográficos. El martes, el cineasta Pedro Almodóvar colgó en su web una «crónica negra» de 13 páginas en las que cuestionaba de forma contundente el trabajo de Boyero y Hermoso. Durante toda la semana he recibido cartas y llamadas que coinciden en buena parte con los argumentos de Almodóvar. Obviamente, siendo la mía una figura creada para atender quejas, no he recibido expresiones de adhesión.
El jueves, el diario publicó una información titulada «Almodóvar carga contra la información de cine de EL PAÍS» en la que recogía un comunicado del Comité de Redacción en defensa de los dos periodistas. Las 131.000 visitas que esta noticia tuvo en su versión digital indican la intensidad de la polémica. En sus comentarios pueden ustedes observar tantas adhesiones a Almodóvar como a Boyero.
Quienes se han dirigido a la Defensora plantean que ese estilo «como de barra de bar», en palabras de Diana Pascual, afecta negativamente al prestigio de EL PAÍS. Así lo creen Ignacio del Valle, Luis Fernández Marcos o David Maroto, entre otros. Y algunos, como Nacho Faerna, me emplazan a responder desde la defensa de los lectores (lamento que sospechen que estoy aquí para algo distinto) y no desde el corporativismo profesional.
Pues bien, estoy convencida de que la mejor defensa de los lectores es la defensa de la libertad de expresión. Éste es un principio esencial de la democracia. Por tanto, creo firmemente que la libertad del crítico para criticar es intocable, como lo es también la independencia del diario para decidir a su criterio quién y cómo deben cubrir un festival de cine. Pero del mismo modo creo que es incuestionable la libertad del criticado para criticar a su vez al crítico. Y, por tanto, yo no consideraría un intento de presión que el cineasta se defienda en su web. La misma libertad que asiste a Boyero para criticar desde EL PAÍS al director de cine, asiste a Almodóvar para expresar como mejor le parezca su malestar.
«Llevo 30 años escribiendo sobre Almodóvar y unas veces me han gustado sus películas, y otras no. Me limito a contarlo. Tengo el defecto de ser sincero y subjetivo», me dice Carlos Boyero. Subjetividad. Ésa es, creo, una de las claves de esta polémica. En toda crítica de arte hay subjetividad, pero ¿hasta dónde debe llegar? «Considero EL PAÍS un espacio de opinión serio y profesional, al que acudo en busca de reflexiones e ideas por una necesidad intelectual, no sólo informativa. Me produce cierto pesar comprobar que este criterio de máximo rigor, del que hacen gala por ejemplo en el análisis político (…), no se aplique en la sección de Cultura y en la crítica cinematográfica», escribe Aythami Ramos Hernández desde Venecia. «Más allá del tono despótico, que en ocasiones raya en el insulto injustificado, no considero que sea crítica cinematográfica en el estricto sentido del término».
¿Qué es pues la crítica? Para este lector, «un instrumento de análisis del dispositivo cinematográfico, no un producto de ingeniería del gusto». Varios lectores constatan que el estilo Boyero supone una ruptura con lo que algunos denominan «cultura PAÍS», que personalizan en el «añorado Ángel Fernández-Santos», a quien Boyero sustituyó, procedente de El Mundo, tras su fallecimiento. «Entiendo que cubrir el hueco que dejó alguien de la valía de Á. F.-S. es muy difícil. Un crítico que hasta cuando ‘destrozaba’ una película lo hacía con argumentos contundentes, serios, razonados… e igualmente subjetivos. (…) Boyero derrocha un estilo desagradable, áspero, caprichoso y, lo que es peor, justifica escasamente (o nada) sus juicios», lo cual significa, en su opinión, «la absoluta banalización de la información sobre cine en EL PAÍS».
Los críticos que siguen la estela de Fernández-Santos son subjetivos, ciertamente, pero apelan a la razón, se esfuerzan por argumentar sus criterios y tratan de conducir al lector hacia la comprensión por la vía del raciocinio, según ciertos cánones compartidos. Carlos Boyero, no. Él apela a las emociones y no admite cánones. Por eso expresa sin pudor sus propias sensaciones en primera persona. Le pido que defina su estilo, y me explica que trata de aportar en sus textos aquello que él más aprecia como lector: «Leer por el placer del texto. Si un texto me engancha, no necesito estar de acuerdo con lo que dice. Un texto no tiene que aburrir, ni ser ilegible. Ha de cultivar la fascinación, la hipnosis, la identificación emocional para conseguir atrapar al lector. Yo intento dar pasión, ironía, emoción. Conozco mucha escritura muerta. Yo intento que mi texto tenga vida».
Este tipo de escritura subjetivista no suele dejar indiferente: despierta tantas filias como fobias. Y eso es lo que ocurre con Boyero. «Llevo 33 años escribiendo y nadie me va a imponer un estilo. Si hay tanta gente que me lee, será porque le interesa. Y a quien no le guste que no me lea. Lo lamento mucho, pero no puedo ni quiero cambiar. Me llamo Carlos Boyero».
Es evidente que estamos ante dos culturas. El catedrático Romà Gubern me ayuda a ponerlas en perspectiva: «Boyero significa en realidad una vuelta a la crítica de sensibilidad. Este tipo de crítica, centrada en el gusto subjetivo, tuvo exponentes tan notables como Borges o Ángel Zúñiga, pero en los años sesenta se impuso una crítica más científica, que aun siendo subjetiva trataba de argumentar las valoraciones. Boyero vuelve a la vieja tradición y cultiva una crítica de la visceralidad, estridente y poco convencional, que en la lucha por el mercado puede resultar atractiva porque alimenta la controversia».
Boyero es algo más que un crítico. Es un personaje. Y tiene muchos partidarios, pero atendiendo a que muchos lectores todavía esperan que EL PAÍS interpele más a su intelecto que a sus emociones, tal vez sería bueno cultivar también la «otra crítica». Y desde luego dejarle claro al lector qué producto le estamos dando. Porque en las 18 páginas que ha dedicado el diario al Festival de Cannes ha reinado una cierta confusión en cuanto a la separación de géneros. El Libro de Estilo obliga a diferenciar claramente entre información, crónica y opinión. La crónica debe ir titulada en letra redonda, no suele utilizar la primera persona y es interpretativa pero ha de aportar los datos y las razones que justifican esa interpretación. La opinión, incluida la crítica, debe titularse en letra cursiva. Siendo el estilo de Boyero tan manifiestamente subjetivo, sus críticas deberían presentarse siempre de forma clara como opinión.