Hola Carolina y Oscar,
Comienzo brindando más ingredientes para la polémica.
Totalmente de acuerdo en lo dicho, como os dije, al año pasado, a vueltas con el tema del juego con alumnos de arquitectura en la Tabacalera, llegué a una serie de conclusiones que finalmente no fueron optimistas. Durante varios meses se generó efectivamente una comunidad de personas realizando propuestas para el edificio y para sus personas. Pasamos mucho tiempo allí, hablamos con mucha gente, tuvimos reuniones interminables sin motivo concreto (eso fue lo más intenso, realmente lo mejor). En las reuniones, muertos de frío en esas salas del edificio, fuimos perfilando un modo de trabajo que realmente consistía en la generación de una serie de reglas, digamos sociales, para operar, tanto entre nosotros como entre nosotros y los demás usuarios, como entre nosotros y el edificio considerado como otro ser más, como otro participante en el juego que pretendíamos montar. Lo realmente increíble fue el comienzo, fuimos llegando una serie de personas allí, nos encontrábamos con otras personas, sin comprender lo que ellos hacían ni ellos lo que hacíamos nosotros allí dando vueltas, mirándonos extrañados. Y empezamos poco a poco a conocernos. Hicimos las intervenciones y adiós, los estudiantes consiguen su “crédito” y no aparecen nunca más. Me quedo solo barriendo el suelo de nuestra sala de reuniones, en fin, era previsible, el juego ha terminado, como al final de las fiestas. Y me quedo con la sensación, triste, de ser el Hitler del buenrollismo, más solo que la una, pero con la conciencia limpia.
El gran tema, para mí, fue algo que ya tenía rondándome en la cabeza, que pude constatar con todo esto (más un experimento social que un juego) y que, en el libro de Roger Caillos, se describe muy bien: la corrupción del juego. Un juego se corrompe al chocar con lo real. Cuando o bien sale de su campo o bien cuando lo real entra en su campo, desde fuera. Ese es el problema, el límite, que aparece porque somos incapaces de pensar de otro modo que no sea dialéctico: el juego vs el no-juego (trabajo). Actualmente la dialéctica ha sido superada (aleluya, hemos logrado el mágico holismo, la superación del dualismo cuerpo-mente, oh maldito sea Descartes, que malo era)… pero lo hemos hecho (o lo han hecho por nosotros más bien) para llegar a una situación absolutamente precaria: TODO es trabajo, sobre todo el juego en un contexto artístico. Cuando Caillois reivindica el juego y sobre todo cuando Marcuse lo propone como nueva totalidad no están sino anticipando esto mismo que estamos viviendo desde el otro lado, que en realidad es un poco el mismo.
Siento la nota negra, pero es mi experiencia, con la que he aprendido mucho mucho mucho. Seguimos, desde luego,
Un beso
fernando