mecamística
_mecamística, estado del polen:
‘Es importante que no nos imaginemos vacías en el interior’, Teresa de Jesús.
‘Lo real, lo que no cesa de no escribirse’, Lacan.
¿Es un síntoma un signo en movimiento? En devenir constante pulsan infinidad de discursos a nuestro alrededor. En su acción repetitiva sedimentan ‘quantos’ al coreografiar aquellos, los textos, nuestra atención. Nos movilizamos íntimamente acorde a tal peculiaridad de la forma concreta en movimiento, la letra o el grafo; que informa sí -la forma informa-, pero anudando la tensión imaginaria en el cuerpo al transitar a nuestro través por “la articulación de su tiempo implicado” (Henri Maldiney), la extensión de su esencia. La repetición de la coreografía del gesto que activa lo escrito moviliza la masa. Su encarnación, el fantasma que sostiene el discurso, es pasión que desubica del caos (etim. φάντασμα, vb.:“hacer aparecer”). Tal es el modo como la materia se ordena olvidando su gracia, bailando el agua al discurso en su devenir procesual; la coyuntura del Efecto Pigmalión o de una profecía autocumplida. El texto, pues, no engorda: pauta. Pauta al transportar la clave; es decir, mantiene una relación tonal que es referencial a las creencias que vertebran el sueño de su semiosis; y que, como toda producción discursiva, no tiene la unidad de un acontecimiento, sino que ésta se constituye, precisamente, como un proceso y no como un acto singular.
Jacques Lacan plantea que “el sujeto es la acción del objeto; (…) surge en la repetición del rasgo memorial”. Un vector de transmisión cauce del silencio, un silencio en movimiento. Articula alrededores sin evidenciar su interior; un devenir asintónico de motor ignoto; pulsional, constante, parcial, inconsciente en su gesto. Si desplegamos el objeto, al vibrar, de su interior asumimos nuevos acordes; a través de su estructura, capas; órdenes de información tras el armónico; tonos y gramáticas, otros ritmos, otros movimientos: su textura. Tal recursividad es ‘constante-fuga’ residual de la ecuación que la búsqueda dispone, del propio modelo -asintónico- que relata nuestro acercamiento. Una reacción. Recurre intentando probar su propia validez. No quiere decir que una secuencia haya de ser infinita porque no se pueda referir el final de la misma; desarticular la iteración es una suerte de traslación, que no de interpretación, un trabajo fuera del trato habitual de resignificación; ya que la comunicación no trata de cosas sino de significados. Ni el desarrollo ni la repetición abarcan la totalidad, abierta en su interrupción: De las paradojas y la topología nace innovación en el pensamiento; una meditación sin palabras, interior. Más: “El sujeto está regido por la pulsión de su objeto, que investida -tal pulsión- en el lenguaje, vendría a conformar el deseo”. Así pues los cuerpos modifican el entorno, tienen un tipo de presencia particular que imprime movimiento al espacio que ocupan. Sentir esas corrientes de forma, implica comunicarse cinestésicamente.
Tras el habitual y sostenido continuo que asocia escritura con funcionamiento, realidad y cuerpo -o la acción del significante-, ha de observarse que en el ejercicio de su episteme hoy, se practica sin despegar sus respectivas configuraciones; tratando con una simplificación que amalgama el conocimiento o la sabiduría con la técnica; obviando que estamos insertos en tramas de significación -procedimientos, herramientas y técnicas- que nosotros mismos hemos implementado, y que promocionan circuitos de relación coherentes a los efectos coordinados para con nuestra asunción de lo real. Una forclusión que esconde la autorreferencialidad o que solapa subrepticiamente -a interés- las categorías. Cada modelo que construimos nos dice más sobre nuestra mente que sobre aquello que tratamos de aprehender, siempre más excelso que cualquiera de nuestros modelos, en fuga perpetua. Cada descripción de la cosa es una descripción refleja y profunda del instrumento que utilizamos para describirla. La escrita no es una excepción: mapa, logaritmo o espacio-tiempo que es, respectivamente, forma gramática, topográfica, algebraica o geométrica de -por dar otra fuga- cómo un sistema cuántico se entrelaza.
La espiral de una mente audaz que concibe lo real como un contexto metafórico -distante- de relaciones textil, pasa por la configuración textual -comunicativa- hasta alcanzar finalmente la consistencia y madurez metonímica de la textura origen -inclusiva-, en su límite cero de quietud y conciencia; pero: ¿un poco de significante es superficie, y mucho textura? ¿Es la repetición estructura? En el tránsito al origen se evidencia la realidad del código y su mecanicismo, un giro hacia el caos que recuerda que el algoritmo está desnudo: ejercicio contracultural en teseracto. Lo contrario; entonces, ubicar el ánimo en el significante, en la estructura, triangular el alma y crear cuerpo y cultura; compone la fuga topológica. Un devenir prisma para hacer del ritmo algo útil, sesgo cognitivo que asocia síntoma y signo. Un cuerpo que sabe a falso y se sabe falso, nuevamente útil en su fraseado o cifrado que rinde pleitesía a “la ilusión de la eficacia” (Richard Sennett).
Por tanto si una dinámica reflexiona acerca de su sensibilidad, implica coherencia en el recorrido de su entrega y en la asunción consciente de sus propios límites. Existe quórum acerca de que en la dimensión deseante no hay nada que interpretar, el inconsciente no nos dice nada; en marco absoluto es más que una máquina de pura producción o que un lenguaje -que se puede reducir a la relación entre dos significantes-, aunque asociemos un sinfín de similitudes -por ejemplo: dispositivos, máquinas, canales, metáforas, metonimias,..- en nuestra concepción de la cosa en sí. La meta del inconsciente es su desaparición, un devenir a través de lo consciente despegado o ajeno al significante: al fin un sueño compartido no. La propia dinámica a deshacer -cuando el significante es significado poético y redefinición- se descubre en cómo se encarnan los acontecimientos en el cuerpo, y cómo pautan la construcción de un patrón (de movimiento); cuna, éste, del locus de control: circunstancia propioceptiva desde la que volcamos, por ejemplo, la identificación con el otro, la gestión de los alrededores, la asunción y construcción de una cultura y su relación con otras, su pulso con (nuestra sensación de) la naturaleza, etcétera. La unión entre el inconsciente y lo real es el cuerpo, síntomas como acción de signos.
El estado del movimiento no es simplemente desconocido, sino realmente indefinido antes de que se ejecute; a priori, pues, libre de cualquier influencia de universo, materia, fuerza o ley. Se concibe así de una forma inédita el caos absoluto, despegada materia y universo o el contacto de vacío con ella; un estado puro libre de interferencia de su entorno o, mejor, sin entorno (John Berger entiende “el espacio como continuidad del cuerpo”). ¿Qué sucede?, creamos: “la irreversibilidad del tiempo es el mecanismo que pone orden en el caos” (Ilya Prigogine). El acto de la coreografía en sí encauza y obliga al movimiento a caer en un estado vibratorio definido y diferente a cada vez, constituyéndose un evento singular que se disipa una vez articulado. Topológicamente transferible, “sin romper ni pegar”, afásico, silente; tratamos con un lenguaje no lineal sino espacial. Una realidad no polar sino aromática, que agencia afectos por su espontánea interlocución (“La determinación de las alteraciones -esto es, del acontecer natural- presupone la permanencia”, acierta Heidegger). El movimiento configura el ser de la cosa, la deformación de la forma en lo informe; de pleno acontecer reconcilia con la potencia, alterando las ondas de la marea del orden del discurso.
Una superficie plana que se alabea engendra las tres dimensiones, lo cóncavo y lo convexo; si hablamos de un medio metálico, los sonidos que proyectan estas superficies los estudia el ars tintinabula, el arte de tañer campanas. El sonido es un modo de la vibración -una textura de movimiento- en un determinado espacio físico, el aire -es trascendente visualizar su forma a través del entrenamiento sinestésico. Se denomina vibración a la “propagación de ondas elásticas produciendo deformaciones y tensiones sobre un medio continuo (o posición de equilibrio)”. Equilibra compresión con tensión y se cede a las fuerzas que se les aplican sin romperse (respondiendo, por ejemplo, a la gravedad de maneras interesantes -laberínticas- al producir ajustes que ayudan a acomodar la situación: síntomas y sistemas de tensegridad). La vibración de fondo en la textura del espacio-tiempo es clave para con un otro paradigma, con otras cualidades en sus grados de libertad o dimensiones, un otro sistema de control o conectivo (con información incorporada o nuevos afectos). Desde el lenguaje y su sensibilidad se tiene un cuerpo, y en relación a la capacidad de goce en tal estructura, se acompaña en su duración hasta el cambio de tercio. Ergo se está permanentemente ubicado por los conceptos, los objetos (grafos, etc); fluctúan y también se fluctúa entre ellos. De este modo el ritmo, como “forma en el instante en que no es asumido por lo moviente” (Didi-Huberman), habla siempre del lugar, del estar. El objeto es silencioso, es silencio. Quietud que articula alrededores en su devenir significante, forma inicial llama del psiquismo (Una caricia es una erosión; sólo es cuestión de reiteración e insistencia -en su aromaticidad variable- que devenga cuerpo. La gravedad no es que exista sino que insiste en su emergencia).
Un lugar en que lo científico no se confunda con las formas de lo académico_
‘En toda producción discursiva, la acción de un significante no tiene la unidad de un acontecimiento, sino que se constituye, precisamente, como un proceso y no como un acto singular’. El caos máximo, en física, se llama ∞ (infinito), que es todo aquello imposible de definir con una cantidad: una singularidad es una distorsión infinita con una fuerza de gravedad infinita. Como cuerpo se trata de comprender que obviar la singularidad del deseo, atravesándola de procesos que desnaturalizan su gracia, es desconectar tal constructo -el cuerpo- de su potencia e interlocución con el lugar. Si lo simbólico ordena lo imaginario y lo imaginario es un modo de dar representación a lo real, la pieza que no encaja en la representación -la que hace vibrar y busca reordenar el esquema material, la fuga en la estructura- es el síntoma. Una forma peculiar de estructuración subjetiva -la acción del objeto- que deja una parte del cuerpo por fuera del significante, del discurso, a expensas de un goce específico que lo revele y movilice todo el sistema, la matriz, con el objetivo de transformar el marco ontológico desde el que se construyen las demás intuiciones lógicas de sí (metafísicas, epistemológicas, éticas y estéticas). “Una perturbación del cuerpo que no corporiza” (Fratini). El objeto metonímico -la grieta, la interrupción-, obvio, resulta contingente para la pulsión; el significante produce goce pero el goce escapa a la significación. Hablamos de entrega y desaparición en prol de la carne, del movimiento per sé: todo movimiento es de carne.
La forma significante u objeto se halla en acto en sus influencias histológicas típicas al ser sometido lo orgánico a actividad metabólica intensa y constante (como es todo el operativo vibracional cuna de un lenguaje, por ejemplo el habla). Los registros trenzados; es decir, creando caminos fijos, produciendo efectos de sentido. “El imaginario detiene la trenza simbólica por medio del sentido, comenzando así el lenguaje” (Lacan). La construcción, la narrativa pues, también está presente en su repetición y repertorio. El asumir la circunstancia sintomática del cambio como una entre otras posibilidades, indica que tal fulcro estable, la meseta, es simplemente algo más: el equilibrio aquí resulta un punto de vista, una pulsión (parcial). Tal distorsión se produce por trazar la distancia -en el análisis nos diferenciamos como espectador-, y su gravedad, su aplomo, por una ilusión de eficacia demostrativa. Se ha de reconciliar, por tanto, la estructura con la textura; su realidad profunda, más allá de claudicar ante el significante y su colapso. El texto como ente que articula, como algo que desde su propio cuerpo actúa en otro, en el propio cuerpo: “Ser libre significa no ser función” (Georges Bataille).
El lenguaje como ente o función, como un virus polarizante en ejercicio de subsistencia simbiótica con la nuestra. A su vez sabemos emplearlo para capear las tramas ideológicas -o de fe- que el mismo virus reproduce: el lenguaje en acción como un otro dentro de sí, llamando la atención sobre sí, como el virus, o bien, como un programa de ordenador que podría alterarse. Un ejercicio de consciencia poética y repentina por parte del lenguaje en su valor estético, informante, apelativo, etc. El ser de la cosa. Tras el silencio de su gesto pueden observarse las operaciones inscritas de la propia vivencia o la memoria de su operatividad, de sus decisiones, es decir, los micromovimientos que lo configuran. La incertidumbre que acompaña su pretérita armonización, su muerte, es potencia creadora; su cronificación devendría, acaso, síntoma, en una categoría mutante del deseo desactivadora, por recurrente, de cualquier evolución (las categorías del deseo son categorías que refieren a la subjetividad); desde luego enseñar y aprender es un riesgo, para incidir y conocer hay que tener una voluntad transformadora. Así pues el deseo es “una reorganización de la memoria” (Didi-Huberman), proyecta un devenir en el que experimentar sobre la forma para generar un pensamiento, un movimiento.
“Cuerpo quiere decir muy exactamente el alma que se siente cuerpo. O el alma es el nombre del sentir del cuerpo, es el ego que se siente otro ego. Podríamos decirlo tomando todas las figuras de la interioridad consigo misma frente a la exterioridad: el tiempo que se siente espacio, la necesidad que se siente contingencia, el sexo que se siente otro sexo. La fórmula que resume este pensamiento sería: el dentro que se siente fuera”. Corpus, Jean-Luc Nancy.
Comprender un fractal con los sentidos es limitar su movimiento. La actualización de su forma está, por así decirlo, en todas partes antes de ser medida u observada. Entrelazada. El pensamiento es un sentido -al igual que el tacto, el dolor, etc-, la escritura una decantadora de formas adscritas; de significantes clave. Extraemos geometría en el murmullo de las cuerdas -metáfora cuántica, enésima fuga performativa-, corriente polimorfa en la que se marca el paso desentrelazando patrones armónicos. Tal reestructuración mecánica -plegada por tanto a una óptica consciente de sí, superviviente en su plano de inmanencia- sostiene el ritmo acerca de qué es lo que se tiene que conformar en su propia lógica. Una cultura o conciencia enjambre que se experimenta a sí misma en un laberinto de extravío psíquico cuyas coordenadas están en el constante error de una fraseología que busca recordar su nombre y que sin embargo se encuentra en el cauce de una circulación o flujo más allá de lo elemental de una geometría. Es recordar para poder distorsionarlo y hacerlo así más asumible.
El juego va de sujetos atravesando el lazo cultural, sin confundirse con el discurso -los dioses acéfalos, que nombra el poeta-; en vez de cerebros, se activan/purgan redes. Una matriz de superviviencia que tiene una concepción radical de la raíz: con una geometría desmesurada y un compás incómodo, fuera de la medida. Un borde de agujero que atrae, condensa y captura el goce informe; hemos de preguntarnos: ¿qué hacer con él? “De Darwin hemos aprendido que las competencias son anteriores a la comprensión” (Daniel Dennet), pues la belleza no existe en sí misma sino que se manifiesta en la singularidad de cada acontecimiento. Sujetos fuera de ley, universo o tablero espacio/temporal perpetuos; despiertos a que los estados actuales de los cuerpos son un ajuste por defecto y no un destino. Abiertos. A priori un rigor de flâneur en acto –“el estilo es el objeto” (Lacan)-, pero no, más audaz, pues se hayan en un devenir no fugitivo de desubjetivación; sistemático, a través de las formas, reiterado e insistente, de ciclicidad variable. El siguiente movimiento -paso- pues, no es ni lenguaje, ni técnica, ni estilo, sino textura. Forma de formas sin forma, acompañando al lenguaje a su límite crítico -haciendo coincidir recurrencia y sincronicidad- con el fin de desaparecer. Una entrega laica. “Es, si acaso, una fraseología o una computación del cuerpo (un cifrado). Por eso, el cuerpo stricto sensu, ni es movido ni se mueve: es, si acaso, auto-movido. (…) un nudo que no termina nunca de solventarse. Devana infinitas madejas de aire” (relata Roberto Fratini). Movimiento en una apuesta por la fuerza del vacío, lo que no está escrito en la partitura: “No se tocan las notas, se toca lo que significan” (repetía Pau Casals), lo que trasladan o despliegan, la singularidad de su forma. Así, tal fraseología de la desaparición no está exenta de intención; que es entrega. La muerte trabajando.
¿Cómo operar con la textura? “El arte de fijar (bailar) una sombra” Henry Fox Talbot.
“Todo se reparte en diástole y sístole repercutidas en cada nivel. La sístole que encoge el cuerpo, y va de la estructura a la Figura; la diástole que lo esparce y lo disipa, de la Figura a la estructura. Pero ya hay una diástole en el primer movimiento, cuando el cuerpo se alarga para encerrarse mejor; y hay una sístole en el segundo movimiento, cuando el cuerpo se contrae para escaparse; e incluso cuando el cuerpo se disipa, todavía queda contraído por las fuerzas que lo cogen de un bocado para devolverlo a su alrededor. La coexistencia de todos los movimientos: eso es el ritmo” Gilles Deleuze.
“Las fuerzas pasivas o la resistencia material… Quizá sea ese el límite donde mejor aparece la textura, antes de la ruptura o el del desgarro, cuando el estiramiento ya no se opone al pliegue, sino que lo expresa estado puro, según una figura barroca… (más que estiramiento, histéresis)… por regla general, la manera de plegarse de una materia constituye su textura… así, la textura no depende de las partes, sino de los estratos que determinan su cohesión: el nuevo estatuto del objeto, lo objetil, es inseparable de los diferentes estratos que se dilatan, como otras tantas ocasiones para el rodeo y el repliegue” Jean Dubuffet.
“La textura es el modo que la materia tiene de plegarse a sí misma. El viejo axioma de la forma precipitada en la materia, y de la materia precipitada en forma” (Fratini): el cuerpo deshaciéndose. En la fuga performativa por la cual se enuncia que todo se desdobla constantemente, el ser del resultado de la resonancia entre la Unidad y la naturaleza (las partes), afinado por las propiedades fractales de la proporción áurea (límite propioceptivo simbólico por antonomasia), se da lugar a modos de conciencia más inclusivos; podría decirse que es la acción del balanceo en tal fulcro pulsante (Deus ex machina) -que el modelo dispone-, siempre y cuando la forma sea posición a fondo. Estas redes frágiles retro-actúan directamente traspasando la barrera de nuestros componentes elementales más íntimos, de nuestras particularidades más minúsculas. La materia en sí no es más que una estructura sin forma concreta –como la nube, el copo, una rama, el hígado, un ión, el bosón de Higgs.. “entramados de éter”-, “una estructura ausente”, como nombró Umberto Eco. Caos sensible el cosmos, como si de un fluido infinitamente elástico e imponderable que todo lo permea se tratara. En el vacío -nos gusta pensar que lleno de partículas-, la existencia real; se conecta enfocando la atención en tal agujero condensador de goce: “Todo el espacio, toda el área está llena de simulacros danzantes, la danza no puede estar sólo en los cuerpos, está por todos lados y los cuerpos no cesan de emitir tenues partículas danzantes, emiten danza. Por esto, el cuerpo del danzante contrae sobre sí una multitud de imágenes, como si juntas emitiesen sus gestos y, al mismo tiempo o casi, lo reanudara” (Giorgio Agamben). Estas enormes redes incluyen al espectador, descubriendo los niveles -cuánticos, si se quiere- que conforman cada estrato; se descubre a sí mismo en el abismo. Una forma, un vórtice o diagrama para tomar conciencia de sí. Materia condensada a una vibración sincrónica, tautológica; un grado de conciencia experimentándose a sí misma al límite de su lenguaje. El yo es por tanto intangible, simultáneo: una topología en red da cuenta del enigma del rostro (fuga máxima).
La improvisación no es un trabajo de estructuras, sino de texturas. Las texturas en el movimiento se refieren a vibraciones, tensiones, mioclonos, parestesias, convulsiones, balismos, rigideces -constelaciones y entrelazamiento-, actitudes, intenciones, distonías, velocidades, intensidades, devenires, etc. Calidades, grados en el temblor. Coreografías limpias y sutiles que sostienen circuitos que revelan capas y capas de memorias matriz; configurando cuerpo y psique, desubjetivando al forzar a los significantes para que resuenen. El tacto corrobora la respiración de tales vibraciones, la cinestesia su realidad. El intersticio, esos territorios de vacío; la tensión en las interacciones entre flujos. Así se penetra la forma y el silencio: como palpitación, apertura, cierre, despliegue, contracción y tracción. Y alteración, repetición, reposición y cambio o traslación. Movimiento que imprime fuerza contra el vacío provocando su colapso. Su reubicación y resignificación para determinar plena y completamente a su través el sentido del ser, y no de los entes -o los objetos-; entendiendo por ‘ser’, en general, aquello que instala y mantiene a los entes concretos en su entidad (libertad asintótica, nombró David Gross – la paradoja de la fuga). En la comprensión heideggeriana, el hombre es el ente abierto al Ser, y no al revés; que resultaría un devenir impropio, enajenado (Canta Hölderlin: “Ven mi amigo, vamos a lo abierto”).
Variaciones gramaticales. Un sinsentido de direcciones, cifras, complementos, o frases y cuerpos; una congestión no ya de fibras o masa sino de q-bits e inputs. El cuerpo como código. Asumir que todo es código y que el código es modificable es devenir parcial y sesgado; un solapamiento de categorías. Esperanza programada; coreografía o melodía programada, exacta; entonación sin considerar las propias notas y su singularidad; los gestos, los movimientos. Lo real camina en la aparente paradoja de la “oscilación de todos los estados posibles al mismo tiempo”; es lo que le da cohesión, y significa un principio intrínseco de inseparabilidad. Entrelazamiento y textura de flujo que en la creación se acompaña en un corpus concreto, paradigma singular comunicando y acordando rigores de espacio y nacimientos de tiempo; así, el espejo deformante de un discurso y su memoria -el rasgo que vuelve- nos asisten en la asunción de la verdad. Martin Heidegger fija el “signo como lengua de la cosa”, claro está que una vez creado el signo.
“Así es la respuesta: la lengua no dispone de signos, pero los adquiere creándolos, cuando una lengua actúa en una lengua y acaba produciendo una lengua, una lengua inaudita, casi extranjera. La primera inyecta, la segunda balbucea, la tercera da brincos. Entonces la lengua se ha tornado Signo, poesía, y ya no cabe distinguir entre lengua, habla o palabra. Y la lengua no está en situación de producir una lengua nueva en su seno sin que todo el lenguaje a su vez sea impulsado a un límite. El límite del lenguaje es la Cosa en su mutismo, la visión. La cosa es el límite del lenguaje, como el signo es la lengua de la cosa. Cuando la lengua se ahonda girando en la lengua, la lengua cumple por fin su misión, el Signo muestra la Cosa, y efectúa la potencia enésima del lenguaje, pues «ninguna cosa haya, allá donde la palabra fracasa»” Gilles Deleuze; Un precursor desconocido de Heidegger: Alfred Jarry.
Atravesar la realidad del espejo es una violenta tormenta en el tejido del espacio-tiempo. La palabra, su cicatriz mantiene como mínimo tensiones relacionadas con la flexibilidad de la piel. Reconciliar la estructura, su devenir ente o sujeto, con la textura de flujo y por ende el movimiento es -como ya se ha esgrimido- un ejercicio de olvido por parte del inconsciente. En el fondo uno nunca sabe cómo ha ocurrido nada; acontece, una transforma, continuada, actualizándose el presente en su exformación (Tor Nørretranders). La exforma, el tipo de entidad más abundante, medio importante de transferencia horizontal cuyo momento incrementa la diversidad; lleva a viajar por la frecuencia -dial- hasta una conmoción de unidad, recuerdo y confín. El recuerdo de un cuerpo sin cuerpo, concentrado en la tensión de lo que no existe; un cuanto o una suerte de despliegue interdimensional. Es automoción “pues las alteraciones son modos de la asistencia de las fuerzas (…). Toda estancia de los objetos se determina en razón de las relaciones de sus modificaciones entre sí. Se denominan dinámicos los principios que refieren la existencia de los objetos. Para Kant, el carácter fundamental del tiempo es la permanencia como asistencia que perdura” (Heidegger). Como había propuesto el filósofo David Hume, en realidad sólo hay impresiones de conciencia sucediéndose una tras otra. Así se articula un flujo para reducir la actividad del “yo” en el cerebro. Un devenir conciencia.
Trascender el ente “¿Qué puede un cuerpo?” (de Spinoza), no es poca cosa. Es pregunta intrigante que por la misma senda que se acerca a lo real se escapa de lo verdadero. Para avanzar en las escrituras coreúticas -útiles para entender la evolución del lenguaje y del uso del cuerpo en el espacio y su lucha con lo efímero-, hemos de saborear un salto cuántico y olvidar la posición que supone erigirse con un cuerpo y sus disonancias mnemotécnicas, para que el abismo mire dentro y así conformar la potencia; es decir su ausencia, la del cuerpo y su performatividad; lógicamente, a favor del Ser. El cuerpo es una virtualidad. Sus accidentes no son entonces otra cosa que diferentes modos del permanecer, es decir, de la existencia de la sustancia misma. Definición y posición para la definición; introduciendo textura en el espacio-tiempo. Tropos. No es ni error ni acierto; así que, y en ejercicio de situar la propia estrategia en lo inexorable: ¿cómo no reconciliarse con el movimiento? Para ello se ha de enfocar el alma en la tensión de lo que no existe y “ser escrupuloso. Rechazar todo lo real que no se vuelve verdadero” (Robert Bresson). Para reconciliar el cuerpo con la potencia -y así diluirlo en su goce- se ha de conectar con la pulsión, el temblor, sus grados, las texturas vibrátiles que configuran el Ser. La presencia de lo Real.
‘Meditar, sin huellas, se vuelve evanescente’ Stéphane Mallarmé.
‘La gracia se presenta a la vez con su máxima pureza en la figura humana que no posee conciencia alguna o en la que la tiene infinita, es decir, en el muñeco articulado o en el dios’ Heinrich von Kleist.
‘No podemos ser nada sin jugar a serlo’ Jean Paul Sartre.
www.javiermartin.gal | ‘el rol del artista es destruir el lenguaje’ Jacques Derrida.
“Tenue significa sobre todo tenso, sutil porque tenso. Los cuerpos tenues de los dioses, con sus casi órganos. No hay más que átomos y vacío: pero el ser está recorrido por un tonos, por una tensión que lo vuelve tenue, que hace desprender simulacros y declinar los sémenes primordiales de las cosas. El cuerpo sutil del danzante está hecho de imágenes y, por ello, está fuera de sí. (…) Los simulacros que parecen danzar en un sueño. “Cuando en sueño vemos simulacros incidir rítmicamente (in numerum, a paso de danza) y mover los miembros de forma flexible (mollia), cuando rápidos los brazos se abalanzan el uno sobre el otro y repiten con los pies el mismo gesto.” (IV, 788-791). Extraordinaria explicación cinematográfica de la visión de los simulacros: “en un tiempo singular que percibimos… se esconden muchos tiempos… en cualquier momento simulacros de todo tipo están a disposición y prontos en todo lugar: tanta es la movilidad de las imágenes y así de grande su número. Por ello, cuando la primera imagen muere y otra nace en diversa posición, parece ser la primera que mutó su gesto.” Todo el espacio, toda el área está llena de simulacros danzantes, la danza en Lucrezio no puede estar sólo en los cuerpos, está por todos lados y los cuerpos no cesan de emitir tenues partículas danzantes, emiten danza. Por esto, el cuerpo del danzante contrae sobre sí una multitud de imágenes, como si juntas emitiesen sus gestos y, al mismo tiempo o casi, lo reanudara” Giorgio Agamben; Lucrezio, notas para una dramaturgia.
“Y el hecho es que nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo, es decir, a nadie ha enseñado la experiencia, hasta ahora, qué es lo que puede hacer el cuerpo en virtud de las solas leyes de su naturaleza, considerada como puramente corpórea, y qué es lo que no puede hacer salvo que el alma lo determine. Pues nadie hasta ahora ha conocido la fábrica del cuerpo de un modo lo suficientemente preciso como para poder explicar todas sus funciones, por no hablar ahora de que en los animales se observan muchas cosas que exceden con largueza la humana sagacidad, y de que los sonámbulos hacen en sueños muchísimas cosas que no osarían hacer despiertos; ello basta para mostrar que el cuerpo, en virtud de las solas leyes de su naturaleza, puede hacer muchas cosas que resultan asombrosas a su propia alma. Además, nadie sabe de qué modo ni con qué medios el alma mueve al cuerpo, ni cuántos grados de movimiento puede imprimirle, ni con qué rapidez puede moverlo. De donde se sigue que cuando los hombres dicen que tal o cual acción del cuerpo proviene del alma, por tener ésta imperio sobre el cuerpo, no saben lo que se dicen, y no hacen sino confesar, con palabras especiosas, su ignorancia…” Baruch Spinoza; Ética, parte III, proposición II, escolio.
“La pulsión es una fuerza constante, no tiene nada de biológico; lo biológico siempre está sujeto a un ritmo, mientras que la pulsión es constante; la pulsión no tiene nada que ver con la necesidad, la pulsión no busca la leche, busca al pecho y con ello su propia boca. La pulsión produce una tensión constante, lejos de cualquier idea de equilibrio y adaptación, que son propios de la necesidad. Sin embargo, se juega en relación al Otro, alteridad que nos constituye. La pulsión es parcial, no existe una pulsión generalizadora, totalizadora, que reúna todas las pulsiones parciales.” Jacques Lacan; Posición del Inconsciente.
“¿Qué hace el ‘signo’ con el ‘significado’: ‘lo significa? No, es tautología.
En realidad no hay ‘significado’: porque también el significado es un signo.
Lo no verbal como otra verbalizad” Pier Paolo Pasolini.
Mentira la verdad. Enseñar y aprender es un riesgo.
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