Necesito un millón de euros para invertir en un negocio inmobiliario. Digamos que busco uno o varios socios capitalistas que me dejen a mi comandar el hospedaje. El sitio es una maravilla restaurada y lista para recibir a gentes de posibles al lado de la Catedral. Tantos años en el hospedaje precario me han convencido de que, como en las pelis yanquis, yo estoy destinada a regentar un espacio exclusivo con jardín y estanque y sus colecciones de objetos caros y nostálgicos. Tengo un don de gentes que se adapta a cualquier ambiente por muy angosto que este sea y digamos que las rebajas me proporcionan modelitos ideales para recibir a huéspedes sin desentonar con ninguna clase social. Soy la regenta perfecta y esto tal vez sea mi carta de presentación. Una especialista en llevar a término proyectos que en su inicio parecían destinados al ostracismo. Así es como he conseguido producir desde el 2011 cuatro proyectos escénicos, a una media de uno cada dos años. Me llevará más o menos tiempo pero producidos están.
He dejado de escribir todo el verano porque este blog se rige por el curso escolar y yo a mitad de junio echo el cierre hasta la segunda quincena de septiembre. Hoy es día trece y me estoy adelantando un poco a las expectativas. Cada inicio de curso una se llena de ilusión y ganas de hacer cosas, de organizar el caos creativo en una suerte de genialidades. Hoy me he levantado inquieta, no sé si quiero componer un tema, escribir una entrada maravillosa sobre lo que sigue, o hacer un plato que no haya hecho nunca tutorada por google. Sólo sé que quiero ofrecer algo al mundo, un pequeño regalo a mi comunidad. Así que voy a hacerlo todo, un tema, una entrada y un plato con cilantro.
Me gustaría contar un montón de historias de todo lo ocurrido este verano pero en este blog no hay pasado ni futuro, sólo el momento actual. Así que no disertaré sobre el alquiler vacacional y la ampliación de negocio que realizo durante julio y agosto, un momento donde la acumulación de tareas me vuelven un ser antipático y agobiado, ni cómo intento superar el estrés con la música, asistiendo tanto a conciertos multitudinarios de pago como gratuitos. Tampoco os contaré como me han afectado los cambios hormonales pasando dos de mis menstruaciones más demoledoras y planteándome muy seriamente procrear para no tener que sufrir los estertores de mi útero, durante nueve meses al menos. Tampoco pienso hablar de los excesos vacacionales ni de la desidia que siento cada vez que me presento a una convocatoria, o del dolor en el alma cada vez que se me pasa un plazo. No hablaré de mi visita a las islas Cíes, ni de la admiración que siento hacía los buenos campistas, que piensan en todo y se acuestan cuando se acaba la luz, ni de cómo me perdí al ir al baño en medio de la noche y del pinar con mis siete dioptrías sin lentillas. No hablaré de la mala calidad de los colchones del decatlón, porque fue un regalo. Ni siquiera diré nada sobre la inmensa alegría que me han dado las visitas de mis amigos o del atentado para los oídos que supone la Mala Rodríguez. No contaré nada sobre mis ataques de ira ni sobre cuántas veces he contenido la expresión: que me coman el coño, sobre todo a organizadores de festivales de la contorna y el extranjero que no ha apreciado mi trabajo y a otras personas que han visitado mi espacio. No diré nada sobre las obras del piso de abajo que han durado el mes y medio de más afluencia del verano, ni sobre cómo intenté ahorcarme con una sábana a causa de la contaminación acústica. No hablaré sobre mi reciente adicción a la coca cola ni de la contaminación del río Tapia…ni tampoco diré nada de la gustosa cena de aniversario en Casa Marcelo que nos obsequiamos Manu y yo, donde nos encontramos a Chicote y le dije: somos muy fans.
Es la hora de comer.