El hecho de someterme a un naufragio escénico, en la soledad de los campos de la Agustín Magán, hace que cada vez que viene Manu a verme y se sienta entre mi público imaginario, esperando algo, algo sucede. Puede decirse que el jueves asistí a mi propio acontecimiento como intérprete. Intenté repetir una improvisación sobre cosas que había estado meditando estos días y que partía de la escena de Wilson en El naúfrago de Tom Hanks, cuando se lo lleva la marea y Tom dice muchas veces Im so sorry. Empecé con este rollo del teatro en el que intento hacer lo mismo y, como ya la hice, paso por encima y a lo que sigue. Manu me paró y me dijo: ¿ves lo que pasa? y yo, ¿estoy muy descriptiva? también, pero ¿qué pasa? Que me estoy acelerando. Sí, te aceleras, quieres pasar a lo que sigue sin hacer el recorrido. Entonces me concentré y empecé a restregarme el micrófono por el cuerpo solo para darme el tiempo de empezar a producir. Volví al desierto, esta vez estaba lleno de nieve y yo llevaba un abrigo de mamut muy frondoso. Seguí por ahí y de repente empecé a hablar de mí en tercera persona, cosa que hacemos mucho las actrices, y pum padentro padentro y pafff acontecimiento, emoción. Estamos hablando, quizás, de la primera emoción real en escena como intérprete en mucho tiempo, emoción de la que no te esperas, basada en la conciencia de una misma, y la presencia de Manu como espectador. La catarsis que buscamos y que, por muchos trucos que hagamos, no sale. Ya sé que ésto no se volverá a repetir, si lo intentara sería otra cosa. Digamos que es un paso decisivo para construir algo que tenga un poco de PUNCH donde viva la estela del acontecimiento.
Una pena no haberlo grabado. Hoy ya me traje la cámara para estar preparada.
Después de algo así una se queda contenta y va a actuar con mucha ilusión. Fueron dos días estupendos en A Regadeira de Adela. Hicimos cuatro pases de Proxecto pank, en versión microteatro, y disfruté mucho. Actuamos en una salita de 2 x 3 metros con la gente AQUÍ, tan aquí que alguno incluso asentía como si estuviéramos en una reunión de colegas a los que les cuentas algo y monopolizas la conversación, porque tienes una gran historia, y los colegas sólo pueden decir claro claro y mover la cabeza entre pausa y pausa, porque no les permites más. Siento que funcionó, la verdad, que nos los fuimos ganando poco a poco, y que lo más díficil era decirles que se fueran a ver la siguiente pieza. Se quedaban quietos en sus sillas sin ningún ademán de: vamos a lo que sigue. Porque estábamos muy a gusto. Mientras los echábamos de nuestra alcoba, para que siguieran, una chica me dijo: ¡Vaya subidón! Y con eso me quedo. Con eso y con los bailes que nos marcamos el sábado por la noche.