La vida sigue aunque una esté de residencia muchas horas. Ayer llegué a casa después de un fructífero día de ensayo y había desaparecido el botón de descarga del wáter. Manuel me había dicho que había desaparecido, pero en mí yacía la esperanza de que se hubiese caído y estuviese oculto en el suelo.
Llegó una pareja de huéspedes navarros y les pregunté amablemente -dando por hecho que habían sido ellos y deseosa de conocer los pormenores del altercado- si habían sido ellos. El chico dijo no, la chica tampoco, y ella aseguró que cuando llegaron fue al baño y estaba el pulsador. La otra huésped alemana tenía curso de alguna movida a la hora de comer, así que era imposible que fuera la responsable del accidente-hurto-suceso paranormal.
Me sorprendió un poco la soltura con la que el chico dijo que en su casa tenían uno igual. Por mi mente pasó la idea de que se lo hubiese agenciado porque el de su casa estaba roto. Y lo entendería, porque estas griferías son de antes de la guerra y es muy difícil encontrar repuestos en internet. De todas formas pensé que igual la alemana había venido y había sido ella y, como buena alemana, se había llevado el botón de wáter para que le dieran uno igual en la ferretería. Al día siguiente, hoy, llegó la alemana a las doce de la mañana de reenganche, había sido el último día de curso y se le fue de las manos la celebración. Después de decirle onte foi boa en inglés le pregunté amablemente si sabía algo de la misteriosa desaparición del pulsador de descarga del wáter. Me dijo que no, que ningún problema con eso, que ayer se había ido a la mañana y que ni flowers. Y yo la creí. Acto seguido salían los navarros de la habitación muy sonrientes diciendo que les había encantado la casa y que se lo habían pasado muy bien. Yo me alegré mucho y les comenté que estaba poniéndome en contacto con Iker Jímenez porque la alemana no sabía tampoco qué había pasado con el botón de descarga del wáter y que esto era un misterio. El dijo: qué putada, pues nosotros ni idea, además se gasta mucha agua así… Lo dijo con ese tono de persona resignada que en su casa tiene el botón de descarga del wáter roto y que sabe muy bien de lo que habla.
Es extraño el poder de la palabra, pero si se hubiesen molestado en conocerme un poco se habrían dado cuenta de que yo soy la kgb, como me dice manu, y me he papado cuanta serie hay en este internet de thrillers y… todas.
¡Que sé que fuisteis vosotros, y vosotros sabéis que yo lo sé! Ellos se fueron y yo me quedé en shock, inmóvil. De repente supe que debía seguirlos. Empecé a correr por las escaleras, llegué a la calle y no había más que un tío con su perro. Se habían esfumado con el botón de descarga de mi wáter. Cogí el móvil y los llamé, tres veces, y no me cogieron. En ese momento todo el puzle se completó. Normalmente los huéspedes me cogen el teléfono cuando los llamo nada más salir porque saben que es muy probable que se hubiesen olvidado un calcetín entre las sábanas, y yo, que soy buena gente, los llamo para que vuelvan a buscarlo.
La mentira qué mala es. Voy a ponerles una evaluación en la que empiece diciendo: gente que miente. Voy a solicitarles dinero para cambiar todo el sistema de descarga del wáter que oscila en unos 30 euros y cuando los de la web me pregunten si recomendaría a este huésped diré no. Nada de esto tendría que pasar si me contaran la verdad, porque soy una persona que suele causar bastantes desperfectos y sé ponerme en el lugar de la gente.