Entrevista a Carlota Mantecón sobre el programa La Cresta comisariado en el TEA (Tenerife Espacio de las Artes) entre 2020 y 2021. También puede escucharse el podcast en Ondacorta de la entrevista.
Si bien tu trabajo suele centrarse en la creación dancística o coreográfica, con La Cresta te adentras en la gestación de un contexto exigente de exhibición e intercambio de prácticas artísticas y conocimientos diversos. ¿Qué piensas de las figuras híbridas que se mueven o proponen desde diversos roles o lugares? ¿Cómo te encuentras tú en dicho trabajo múltiple e interdependiente?
Para mí esa noción que compartimenta desde donde entendemos la práctica artística, llámese danza, teatro… se desdibuja años atrás cuando empiezo a hacerme preguntas vinculadas a los nuevos lenguajes de creación artística desde mi propia práctica. Así que dicha hibridación ya se incorpora en presente continuo. Aunque me pilló por sorpresa, cuando me llega la invitación desde el TEA siento que ya era algo que venía pasando, y por tanto tenía todo el sentido.
Para mí esas figuras son muy interesantes porque creo que vivimos con una carga social que nos obliga a situarnos más en la distancia que en la proximidad de las cosas. Desde mi práctica artística considero que la proximidad es el ejercicio o el acto que insisto en habitar, por lo que para mí esta curaduría viene a ser lo mismo. Cada vez más le puedo poner palabras al hecho de que para mí la danza es una forma de conocimiento. Es el ejercicio de pensar desde el hacer o el seguir haciendo y no tanto el de usar la palabra a solas Estos modos de pensar que parten muchas veces más desde el hacer están menos legitimados como formas de conocimiento, así que me empeño en tratar de ponerle nombre aunque venga de otro lado. El comisariado está por tanto planteado desde aquí.
¿Cómo surge la invitación del TEA y cómo llegas hasta La Cresta?
La invitación me llega cuando al TEA llega un nuevo director artístico: Gilberto González, que se ha preocupado mucho por generar programas diversos con multiplicidad de miradas sobre el ámbito de la curaduría y el pensamiento. Hay muchas personas distintas llevando programas muy distintos con autonomía. Así que la primera invitación para el comisariado de artes vivas me llega a mí a través de Gilberto, y como decía antes me pilla por sorpresa, pero reflexionando cómo hacerlo, me di cuenta de que podía extender ese ejercicio de proximidades y de maleabilidades en el ámbito de la institución como algo nuevo para mí, y a lo que me apetecía exponerme.
En este tránsito, mi manera de pensar siempre remite al cuerpo, ya sea para centrame o descentrarme de él. Cada vez más remitiendo a la noción de formas posibles de co-existir. Si pensamos en aquello que le da soporte a la corporalidad aparece la estructura ósea cómo aquello que hace edifico de nosotros. Las crestas ilíacas son uno de lugares que sostiene al cuerpo y me parecía una buena metáfora sobre la estructura a nivel institucional, además del hecho de que el hueso siempre lo pensamos como un elemento sólido, pero tiene una gran cantidad de materia porosa, laxa, flexible. Por tanto una estructura no se puede sostener sin flexibilidad, sería demasiado rígida, se vendría abajo, se rompería.
Me gusta cuando te refieres a La Cresta, haciendo una metáfora ósea, como una estructura sólida o más dura, que entiendo refiere a la institución, pero también lo que permite un gesto flexible o blando que se puede adaptar a las contingencias o necesidades del momento. Sobre este doble doble gesto de La Cresta, te preguntaría por cómo ha bailado la solidez o dureza de una institución y cómo se ha estirado y contraído para dar paso a lo incierto en esta época pandémica donde tenemos que habitar diariamente la incertidumbre.
Es paradójico porque cuando pensé en esa flexibilidad que habitar, la pandemia no había llegado. Cuando llegó fue como, vale, este va a ser el ejercicio a gran escala. La sensación de incertidumbre que nos ha atravesado a todos ha atravesado también al programa. De entrada había un programa, una serie de invitaciones a personas que finalmente con las dificultades para viajar entre territorios y especialmente de trasladarse desde la península a la isla era impensable. Entonces me tuve que aplicar el ejercicio de flexibilidad no sólo de cara a la institución, también a mí misma. Ha sido interesante porque me ha invitado a profundizar aún más lo que eso podía significar ocupando ese lugar.
Si desde el inicio, tanto por mi parte como por las dinámicas de la institución, estaba dispuesta la libertad para ir pensando al momento, lo que no quiere decir que no hubiera reflexión previa, si no que eso es algo que tiene mucho valor, quiero nombrarlo y hacerlo más visible. El foco local, que estaba, quisimos hacerlo más grande. Para que se sostuviera como programa en el tiempo, tuvimos que pensar qué prácticas artísticas podían tener sentido dentro de la mirada de la línea curatorial que se había planteado al inicio. De hecho, antes de la cuarentena el TEA tenía un programa anual de residencias en el que se invitaba a cinco artistas que podían venir tanto de la performatividad como desde la artes visuales. Por lo que no había tanto margen para generar espacio de residencias, y eso nos abrió espacio para residencias en La Cresta, algo que me apetecía de entrada.
Luego se han ido abriendo espacios de diálogo entre el conocimiento que atravesaba el museo con las prácticas que proponían los artistas, y con el ir más allá de los muros institucionales. Todo esto creo que ha sido consecuencia de la maleabilidad.
¿Cómo describirías tu comisariado para La Cresta? ¿Cuáles han sido las líneas que han guiado tu trabajo a la hora de configurar el programa?
El marco o el pilar central ha sido el territorio en relación con esa noción de proximidad o cruce. Habría cuatro hilos. Primero que las prácticas de los artistas locales pudieran tomar sentido dentro del museo; qué prácticas discursivas también conectadas al propio conocimiento que estaba atravesando el museo en ese momento que tenían que ver, por ejemplo, con prácticas decoloniales; alguna práctica que traspasara los muros institucionales y que fuera más allá del conocimiento que ya se estaba habitando en TEA y nos acercara a otras comunidades; y por último, que lo engloba todo, el hilo de las prácticas o las maneras que estuvieran pensando cómo estar o performativizar un espacio que no es un teatro o caja negra, artistas cuyas prácticas estuvieran situadas en ese cambio de espacio.
En un momento en que las artes performativas o el trabajo con el cuerpo está ocupando un espacio central para el contexto museístico, ¿cómo ha afectado dicho marco a la hora de diseñar el comisariado?
La afectación ha sido total. Creo que la propia idea de cruce en un espacio como este paradójicamente lo permite porque ya están pasando muchas cosas que conviven de forma separada. Gran parte de mi deseo ha pasado en cómo establecer relaciones entre cosas que aparentemente no tienen nada que ver, o que tienen que ver de maneras que no estamos pensando para hacer posibles o visibles otras maneras de hacer mundo respecto a esos compartimentos. Por tanto se volvió importante no solo lo que no tiene que ver, sino cómo convive lo que no tiene que ver.
Entiendo que parte del comisariado se articula a partir de las necesidades del contexto escénico tinerfeño, ¿cuáles serían esas necesidad o tu diagnóstico de la situación actual de las artes performativas en Tenerife? ¿Cómo se ha relacionado La Cresta con otras plataformas o iniciativas escénicas de la isla? ¿Qué papel desempeña el TEA en el panorama tinerfeño? ¿Qué efecto consideras que ha tenido La Cresta para el contexto local?
Como comunidad, en los últimos veinte años, y más en particular en los últimos diez, han pasado cosas muy importantes para la diversidad de las prácticas artísticas en las islas. La llegada de Javier Cuevas con el proyecto Leal.Lav supuso un crecimiento a la creación de un tejido de base, los programas Cuerpo y performatividad de Masu Fajardo, o Solar Acción Cultural con Lola Barrena y Dalia de la Rosa … Han sido iniciativas fertilizantes, tenemos una buena base. También me parece muy importante la unión del colectivo de las artes del movimiento en toda su diversidad para tener una voz de cara a la institución, esto ha crecido mucho, estamos consiguiendo estar juntas en la comunidad. Cuando llegué a Tenerife en el 2011 lo intentamos, pero fue imposible, no conseguimos sostener la conversación. Ahora llevamos cinco años sosteniendo ese diálogo.
Para mí ahora la necesidad del contexto sería el pensarnos más allá de una noción industrial o de productividad en nuestras prácticas, y entender la investigación y la documentación como un aspecto fundamental de lo que hacemos. En ese sentido creo que La Cresta ha sumado porque hemos documentado todas las prácticas, hemos ampliado esos conocimientos con conversaciones, podcast… poniendo en valor el proceso de trabajo, la búsqueda, los espacios para crear, pensar y reflexionar y no tanto la producción. Ahora mismo el cabildo de Tenerife está mucho más dirigido a la producción, ayudas a la producción, a los festivales… no hay todavía una noción de lo que es apoyar al pensamiento y a los espacios de reflexión que son los que posibilitan que las cosas se transformen y expandan en otras direcciones.
En las 10 propuestas de La Cresta han convivido diversos formatos, desde exhibición de trabajos, a residencias de creación, conversaciones, talleres, actividades, podcasts… Ya sea desde el propio diseño del comisariado, como para el museo o las espectadoras que han pasado por La Cresta, ¿cómo ha sido articular esta convivencia o diversidad de formatos?
Ha sido una aventura, en el sentido de que había una idea previa de que los formatos o maneras de estar juntas se pudieran estirar. Cuando las pensé, previamente a la pandemia, tenían que ver con la convivencia real, con el estar juntas de diferentes maneras. Por la pandemia, que nos ha obligado a cambios de formato, ha habido más distancia y hemos tenido que empaquetar las cosas de otra manera. Ha sido posible irlo pensando momento a momento, haciendo uso de las estructuras que posibilita la institución. Como por ejemplo abrir una conversación con público dentro de una exposición, creando un vínculo con un artista que pasaba por La Cresta con un artista de otro siglo que ya estaba pensando casi de manera premonitoria en una mirada ecofeminista. El Mini Tea, que permite crear una actividad para los niños, el formato podcast con Ondacorta que permite generar documentación para que cualquiera pasado el tiempo pueda escuchar esta conversación y comprender mejor qué ha estado pasando, de dónde venimos.
Como dices, La Cresta también se ha ido desarrollando en otros medios del TEA como Mini TEA, Onda Corta, o incluso se ha expandido más allá del museo. Me gustaría que contaras algunos casos o cómo ha sido ese desborde.
Aunque había previsto más de un desborde, el ejemplo más significativo es el de Lara Brown. Lara llega a Tenerife con un proyecto de investigación súper potente en relación al folclore con el Movimiento involuntario. El folclore es aquí un campo muy fuerte por la herencia social que tiene Canarias. Fue una maravilla ser cómplice de Lara durante dos semanas con todas sus ganas de rascar y comprender mejor el contexto del folclore. Estuvimos juntas en casa de Elfidio Alonso, uno de los componentes de Los Sabandeños. Yo lo conozco desde que era niña y fue muy emocionante reencontrarme con él en su casa. Un regalo humano. A través de Silvia Navarro conocimos a Aníbal Llarena, que es un bailarín y músico de folclore canario de nuestra edad, cosa que tampoco es muy habitual. Entre Aníbal y Lara hubo un encuentro muy intenso, de compartir mucha información, su práctica. Hicimos un podcast entre Aníbal y Lara. Yo intuyo que ese vínculo nos dará sorpresas. También se estableció relación con la asociación Tajaraste que Lara pudo visitar y tener relación con el director de la asociación y ver de qué manera formal se trabajaba con el folclore. Ha habido mucha chicha en esos encuentros.
Me parece importante nombrar a todas las artistas que han participado o hecho La Cresta contigo: Teresa Lorenzo y Manolo Rodriguez, Darío Barreto Damas y Aleksandar Georgiev, Javier Arocena, Sara Reyes, Acerina Amador, Adán Hernández, Reinaldo Ribeiro, Macarena Recuerda, Nazario Díaz y Lara Brown. En las diferentes propuestas de La Cresta han participado artistas de diferentes geografías, algunas de los vídeos están en el Youtube del TEA y han quedado registrados varios podcast en Onda Corta. No querría cometer la injusticia de preguntarte por el trabajo de unas artista y por otras no. Sí que me gustaría hacerlo por momentos que más allá de la documentación te sigan acompañando, así como por los aprendizajes que consideras que tanto tú como el museo o las artistas os habéis llevado de La Cresta.
Por un lado me parece que el tránsito o el poder mantener un período de residencia en el TEA pasando tiempo juntas ha derivado en nuevas relaciones que dan continuidad a la práctica de artistas locales. Eso se ha expresado de varias maneras en algunos casos. Esto es muy valioso, esto es el trabajo sí estamos hablando de proximidad y no solo de generar un marco desde el que se mire con distancia. Esto es gran parte del trabajo en sí.
Luego hubo un cruce muy especial que fue la conversación que se hizo entre la exposición Ese otro mundo, en particular entre Capa pluvial, la obra de Aurelia Muñoz y Acerina Amador. Fue un cruce en el que nos encontramos que había muchas cosas en común y que fue inesperado al empezar a cavar ese hoyo. Aurelia trabaja sobre el tejido, la artesanía… poniéndolo en valor en un momento de nuestra sociedad donde se apuesta por la economía industrial, y esta mujer se situaba ya en lo que ahora llamamos posiciones ecofeministas que es precisamente donde Acerina sitúa su práctica. Esta conversación desplegó cuestiones que no esperábamos. Al poner al lado figuras corporales que Acerina había encarnado en una de sus obras y algunos dibujos de Aurelia… ¡las imágenes casaban! Después de la conversación que llamamos “ante y entre” la obra de Aurelia Muñoz, las personas que vinieron compartieron sus experiencias respecto a esa manera de estar con las manos. Había una matrona que nos habló de su práctica que tenía que ver con esa forma de estar, otra persona nos contó que su abuelo le había dejado la herencia de coger piedras… Eso me lo llevo. Cavamos un poco y apareció una mina de modos sensibles.
Otro encuentro que para mí fue importante es en el que aparentemente no había una conexión directa, que fue la conversación entre Luis Palmero, un pintor canario de la década de los ochenta que estaba exponiendo su obra en la sala del al lado donde estaban sucediendo las prácticas de cuerpo… La obra de Palmero coincidía en tiempo y espacio con Nazario Díaz. Hicimos un podcast entre ellos solo por el hecho de esa convivencia o cercanía en el museo, algo que creo que no suele ponerse en valor. Luis Palmero ha viajado y pasado tiempo fuera pero también decidió quedarse mucho en el contexto isleño… la verdad es que fue muy interesante escucharlos compartir sus nociones artísticas.
¿Qué personas te acompañaron en La Cresta?
De manera más directa he contado con Adelaida Arteaga del Fierro, Estefanía Bruna y Emilio Prieto de Producción, Nicolas Barreto con el diseño, Rosa Hernández administración, Mayte Mendez del área de Comunicación, Paloma Tudela del área de Educación, Alberto Reverón fotografía y vídeo, y por supuesto todo el equipo de los diferentes departamentos de TEA, del personal de sala, de limpieza y de seguridad del centro.
¿Habrá nuevas ediciones de La Cresta? Si no es La Cresta o en el TEA, ¿se mantiene en ti la pulsión de seguir generando contextos de intercambios en Tenerife o fuera de la isla?
El TEA siempre tuvo la voluntad de que el programa durara solamente un año, precisamente para que pudieran rotar las miradas. La Cresta está terminando con esta conversación contigo. Ahora toca a otros pensar y mirar desde ese sitio. Intuyo que como la hibridación ya se ha convertido en una práctica en mí, perdurará en el tiempo. No sé con qué forma, nombre o color, pero la pulsión sigue ahí. A ver cómo se sigue materializando.