fotograma de una raya-fantasma en ê
Y si nuestro hogar es un ser vivo, el mar es su batiente corazón, que se hincha cuando la luna se acerca a la Tierra, tirando de nuestra sangre, de la marea en mi interior.
Hay que mojarse, no queda otra sino adentrarse. El agua está fría siempre. El neopreno permite permanecer más tiempo bajo el agua gélida. Para bajar hay que aprender eso que llaman: la descompresión. El aire que sale de la bombona hasta llegar a los pulmones es una mezcla de oxígeno con nitrógeno, que suele ser la composición del aire que respiras. Normalmente expulsamos ese nitrógeno, sin embargo bajo el agua, debido a la presión, éste pasa a la sangre formando burbujas. Si subes muy rápido éstas podrían hacerse demasiado grandes y bloquear el riego sanguíneo. Así que hay que ir poco a poco. Con las cosas de la presión es mejor ir siempre poco a poco. Haciendo pausas, descansos para que el cuerpo se adecue al nuevo medio. A entrar y salir del nuevo hábitat al que no pertenece.
El fondo marino es oscuro. Es muy fácil perder la noción de lo que es arriba y abajo. Si nos quedásemos el tiempo suficiente quizás podríamos llegar a ver uno de esos seres extraños que habitan en las profundidades. Hay que tener paciencia. El mar tiene otros tiempos. Bajar muchas veces con la certidumbre de que probablemente no hallemos lo que estábamos buscando, pero seguro aparecerán otras cosas. Mira, que me voy a ir ya, que llevo muchas horas aquí y no aparece nada. Y entonces, en ese momento de la renuncia, justo unos segundo antes, después de haber estado largo rato contemplando el espacio vacío y escuchando el silencio de la nada. ¡Pum! ¡Un ojo! Ahí, a tu derecha como si nada. Así que mira, ahí está: una raya furtiva. Enterrada en la arena. Los ojos que resplandecen en la oscuridad la delatan. Aquí no son nada fáciles de encontrar, en otras partes del mundo sí, pero aquí están a punto de desaparecer. Una raya es un como un tiburón aplastado en la arena. Las rayas se conforman con ser lo que son, no quieren ser otra cosa. En el espigón vela, el área de Barcelona donde Silvia hace las inmersiones junto a Claudio hay una especie de rayas que son las eléctricas torpedo torpedo que son las únicas que están sobreviviendo a la extinción. Y nadie sabe por qué.
La exposición ê toma el nombre de un relato en el que ê es la última letra que pronuncia un hombre que se está transformando en jaguar. Si fuésemos a convertirnos en raya o en tiburón torpedo probablemente lo último que pronunciaríamos no sería una letra sino un sonido a una frecuencia que el oído humano no es capaz de detectar. Al ser rayas podríamos sentir el campo electromagnético de los cuerpos a nuestro alrededor, y miraríamos con ojos separados unos de otros. 180º de campo de visión, medias esferas de ojos escondidos en la arena. Habría algunos momentos en que sólo seríamos ojos y no tendríamos cuerpo visible. Sólo ese ojo que emerge como un periscopio. Y entonces, justo antes de emitir ese último sonido antes de ser aplastados por bares de presión y años de evolución pero hacia atrás, haríamos una última exhalación para recordar lo que significaba respirar. Y después nada, toda nuestra vida sería comunicarnos a mucha distancia, en un idioma ininteligible, que no tiene ni letras ni palabras ni significados, sólo electricidad y magnetismo y vibración acústica. No recordaríamos nada de lo que era ser una persona, y que para volver a subir a la superficie había que hacer no se qué de la descompresión que te enseñan en los cursos de buceo (y que a veces te lo enseñan mal). La voz estaría en todo el cuerpo, expandiéndose a velocidades ultrasónicas por la inmensidad oceánica. Quién quiere ser humana pudiendo ser una raya-tiburón aplastado, quién quiere hablar pudiendo comunicarse mediante campos electromagnéticos, quién quiere estar en la tierra pudiendo estar en el mar.
En el mar todo es supervivencia. Todo lo demás da igual. A lo mejor por eso no interesa demasiado el estado del mar. El mar te recuerda una y otra vez que eres vulnerable, pequeño e insignificante. Y que la vida seguirá continuando sin ti. Hay algunas especies que cuando están a punto de extinguirse desarrollan la capacidad de reproducirse solas, se llama partenogénesis. Las rayas tienen la posibilidad de reservar el esperma dos años, y las rayas macho tienen dos penes. La copulación entre tiburones es muy extrema, se muerden y se hacen heridas. Los tiburones hembra han desarrollado evolutivamente una capa de piel más gruesa para sobrevivir a la posibilidad de morir desangradas por las heridas de la copulación. A pesar de tanto esfuerzo evolutivo, las rayas y los tiburones están la mayoría en extinción.
Silvia empezó el proyecto al encontrarse con una raya furtiva. Encontrarse con una raya en estas aguas es algo bastante extraordinario. No se dejan ver, parecen fantasmas marinos. Si uno mantiene una atención periférica, la raya permanecerá cerca mientras que si vas directamente a ella, desaparecerán dejando tan sólo una estela en la arena y también la pregunta de si eso que viste, sentiste o percibiste fue real.
Exactamente igual que los fantasmas.
La exposición da un círculo, con esa dificultad de tratar de condensar ese medio al que no pertenecemos, hace un ciclo que se cierra. En una parada de descompresión en el ascenso a la superficie, André nos susurra en el oído a través de ultrasonidos que hacen reverberar el cuerpo. Dice algo de unos cachalotes cuya manera de comunicarse se basa en el ritmo y de cómo un maestro en tambores con el oído entrenado en poliritmia le dijo con sólo escuchar una grabación cuántos cachalotes había y quién lideraba el ritmo, algo que a él le había tomado mucho más tiempo averiguar usando programas muy avanzados. André está presente pero no aparece. Como casi todo aquí. Aparece y desaparece. Al final, en uno de los extremos de ese círculo que se cierra está Joao C. (a quien está dedicado todo el trabajo), que haciendo un extraño círculo comenzó y acabó su vida en el mar, y que, en otro de esos círculos extraños llegó por fin a convertirse en raya.
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* Este texto ha sido escrito a raíz de la exposición ê de Silvia Zayas en Matadero, a partir de conversaciones, paseos, baños y buceos esnorkelianos en las playas de un verano barcelonino y de un vínculo con algunas incógnitas marinas. En una de las sincronicidades de la vida se juntaron el deseo de escribir sobre su trabajo y una propuesta de escritura. Sirva este texto para retomar esta serie Místicas y Obstinadas que una vez comencé y por visicitudes de la vida quedó en estado latente.
* La apertura es de Philip Hoaré en el libro El alma del mar.
* Las dos fotos de arriba son de Silvia.
* Aquí el baile de las manta rayas: Dancing the manta ray – The Pixies