Escribo ahora sobre el capítulo de la Discoteca, improvisando la narración ante el micrófono de mi computadora y luego transcribiendolo al Word. También esta vez me pongo Beethoven para dar una nueva pasada sobre el texto y inflarlo más de inconsciencia. Me está costando mucho esta nueva etapa, no diviso la fusión entre los textos en tercera persona con los textos en primera. Estoy acostumbrado a que los procesos no tengas etapas bruscas, sino que fluyan, y por eso me siento algo descolocado. Aquí está lo que escribí:
Bueno, la cosa es así, no de otra manera. Hay un autobús que los va a llevar gratuitamente, qué alegría para todos. Esto del autobús se descubre, en general, cuando te lo comentan en el chat, y luego te fijas en la página de internet y ves que es cierto. Un autobús que de día se usa para hacer recorridos turísticos; de noche, le cierran todas las cortinitas rojas y ahí va, hacia la boca abierta.
Ahora en la esquina hay una serie de personas esperando, claramente no son como los demás. Son diferentes, ¡cuidado! Un par de travestis, unos cuantos jóvenes (algunos más jóvenes, otros menos jóvenes, eso se entiende, ¿verdad?), algún viejo y por supuesto adolescentes, entre ellos los amigos del adolescente.
El adolescente no llega tarde casualmente. Las cosas que el adolescente hace casualmente están en otra escena. Aquí no. Llega tarde porque ha perdido varios minutos mirando al grupo de la esquina desde enfrente, tras los arbustos de un bar. Ahí, parado, miraba. Ush, qué tonto, para qué hace eso, se podría decir. Sí. Pero como nadie lo ha visto, pues nadie lo sabe y no hay problema. Y aunque llega tarde, llega. Y aún así, tienen que esperar unos minutos más al autobús. Después de la espera, viene el autobús, es blanco, tal como decían en la radio, en la revista. Suben. El adolescente y las dos travestis saludan al conductor al subir. Gracias a las cortinitas rojas, todo el interior es muy oscuro y prometedor, mucha posibilidad de roce o pánico. Muchísima: dos hombres atrás miran el colgante en el cuello del adolescente. ¡No tiene reverso! Si sacan fotos: ojos rojos, sonrisas exageradas, farolas movidas en las esquinas de las cortinitas rojas.
El autobús no sale de la ciudad y no tiene intención de salir de la ciudad. Va hacia el Besós pero no quiere cruzar el Besós. Pero casi sale de la ciudad. Va a ser alucinante.
Pulso, pulso, pulso. El adolescente aparta un poco la cortina, Barcelona no es la misma vista de esta manera. En este momento podrían accidentarse: dos muertes, doce heridos y el resto quién sabe; pero lo que va a suceder tiene otros tiempos. Están hablando con euforia. Gritos maricas. El adolescente cabría en los brazos de mamá, pero todavía tiene que atravesar muchos úteros. Salen del autobús.
Sale del autobús. Ahí está el local. Le sacan las pastillas psiquiátricas cuando le revisan la mochila y le dan el número 433, cifra bendita, si más tarde tiene que tomar sus pastillas tendrá que salir con el numerito. Bueno, acepta. No las tendrá a mano, pero acepta porque de alguna manera sabe que es una cifra bendita. Acepta el riesgo. Si las tiene que tomar, saldrá, mostrará el número bendito, las tomará, se irá corriendo o volverá a entrar para esconderse en el baño. Baño, paredes de baño, todo eso es otra historia. Entran al local.
Entra. Avanzando por el pasillo-puente hacia la sala de música electrónica empieza a sentir el retumbar. Avanza con la pequeña multitud hacia una multitud mayor, mayor en todos los sentidos, hacia el salto, de la mano de este o aquél amigo. No sabe qué es exactamente lo que va a cambiar su vida esta noche.
Si todas las personas saben cómo es una discoteca, ¿dónde está el misterio que las atrapa? ¿En la posibilidad de incendio? ¿En los pollos que han comido al mediodía? Lo que pasa es que el adolescente cree que la muerte está ahí, entonces si el adolescente está presente, la muerte está presente sin reverso.
No se sabe cómo pero después de tres horas y media de bailar, beber, bailar, beber, el adolescente está subiendo a la tarima. ¿Qué, a la tarima? Lo han subido, lo han obligado, lo han amenazado, no se sabe, pero el adolescente está subiendo a la tarima, tal vez lo han obligado desde la infancia para que suba en este momento, o sus padres se lo han prohibido y fomentado, quién y para qué, lo han empujado, el adolescente ha subido a la tarima y está obligado a bailar, quiere descender pero no le dejan, quién y para qué, en la tarima tienes que demostrar que quieres bailar mejor que los demás, quedarse inmóvil es como esperar ser fusilado, que baile, que baile, un salto mejor y más alto.
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