Recuperar mi adolescencia en forma de texto teatral tiene consecuencias en el mundo hasta el punto de pasar a formar parte del mundo. Entonces: responsabilidad y entrega. Un punto importante: acepto el hecho de que estoy haciendo un texto dramático y abandono las ganas de hacer teatro posdramático desde el propio texto, por ahora no me alcanza la libertad para algo así. Esto es teatro de director, voy hacia el director y intento explotarle por dentro. Bien.
Me pongo manos a la obra después de leer entusiasmado a Paul Celan y me pongo a «ampliar territorios», es decir, sobre la estructura sintética ensancho los textos y doy aire en los espacios que siento que permiten esta flexibilidad. Introduzco textos como este:
(Éste es el lugar de las grúas, aquellas estrategias de piedras romanas, con su intensidad de todos los transportables. El jueves de estudio cuando estaba y lo vi y recrecía ¿cuándo? cerca en mi barrio. Los templos, como leeríamos, se pueden filmar con los culitos puestos sobre un muelle y las cabezas, bueno, esa noche darían igual las cabezas. Aquí todas las grúas que fueron chatarra, ve, ven, enmudeciendo como las razones para decirte gracias y otros documentos de word que claro, ¡sí, y además lo sabíamos!, tienen manadas de consecuencias).
Olvido también aquello de los diferentes finales a lo largo del texto y las diferentes posibilidades tipo libro-aventura. Corrijo fragmentos, como el monólogo YO ADOLESCENTE / TODOS. Tacho con negro muchas partes de un texto que me parecía demasiado pretencioso y cursi y dejo esas tachaduras como interferencias (la escena pasa en un barrio lejano a mi casa). Cambio los «oh nooo por qué yooo» por títulos de poemarios de Paul Celan. Etcétera. Es ponerse y trabajar con la materia, ya no recuerdo los motivos interiores de muchas decisiones.
Hay que tomar una decisión argumental: ¿qué pasa con él y ella? ¿Se van finalmente a la antártida? ¡No! No, no, para nada. Ese tipo de finales ya los escribí cuando era realmente adolescente. Si la obra estuviera escrita por un adolescente sería el final, pero es una recuperación histórica por alguien que está saliendo de su adolescencia, y si bien lo que se recupera es la adolescencia, la mirada sobre ella es más… más… o bueno, menos. Ya sé: he estado mirándome el asunto y he puesto un deus ex machina, descaradamente. Simplemente intentan salir de barcelona con la moto, pero un terremoto hunde la plaça de les glòries y cambian de idea. Me parece una solución adecuada: yo-deus-dramaturgo impido que el final tenga lugar, impido que los personajes se suiciden, que las fronteras de la ciudad-mundo se abran. Así:
(Fantasmas):
Escena vista desde arriba. La adolescente que corta la violeta en la moto que conduce el adolescente que abracé. Por la Gran Via hacia la salida de Barcelona. A D I Ó S C I U D A D S I E N T O Q U E N O M E H A Y A S P O D I D O R E T E N E R P E R O E S Q U E M I R A M E H A S C A N S A D O U N P O Q U I T Í N
LA ADOLESCENTE QUE CORTA LA VIOLETA – Si domesticamos una foca, ¿te molaría hacer un trío?
EL ADOLESCENTE QUE ABRACÉ-¿Me hablas?
LA ADOLESCENTE QUE CORTA LA VIOLETA-¡Un trío!
EL ADOLESCENTE QUE ABRACÉ-Es el viento, perdona.
LA ADOLESCENTE QUE CORTA LA VIOLETA-¡Que podríamos hacer un trío si domesticamos alguna foca, o un pingüino!
EL ADOLESCENTE QUE ABRACÉ-Jaja. Claro que sí. Me voy a tirar un pedo.
LA ADOLESCENTE QUE CORTA LA VIOLETA-Soy feliz: creo que era esto, que era así, como ahora.
EL ADOLESCENTE QUE ABRACÉ-Ya está. ¿Huele muy mal?
LA ADOLESCENTE QUE CORTA LA VIOLETA-Me encanta. Oye, está temblando el motor…
(Aquí empieza el terremoto. La plaça de les glòries está a punto de hundirse, la policía impide el tránsito, la moto del adolescente cambia de dirección, imposible salir de Barcelona, la máquina de dios no lo permite, el destino ahora dice: de vuelta a casa, rápidamente se les han ido las ganas, planean ir a comer un crêpe en L’olla del torrent una vez más, y compartir una piña colada una vez más (uno diría, ¿de verdad hacía falta planearlo?). No hoy: el próximo fin de semana, o el otro. Los gestos de él son, cómo decirlo, bastante tontos. Detienen la moto, sienten las sacudidas, ahora están bajo árboles a punto de caer sobre ellos, están bajo la celulosa de la carta que se escribieron, bajo el parquet del incidente que ocurre una y otra vez).
Todavía no sé muy bien cómo demostrar que nadie es culpable en esta obra, la ambigüedad de la culpa… he puesto algunos comentarios de los personajes en que se culpan mutuamente, pero es una forma muy endeble de demostrarlo. Quizá debería no hablar de culpa en absoluto, borrar todos los comentarios sobre ello, y lo mismo con las victimificaciones. No sé, veremos, por ahora estoy contento con mi trabajo de hoy.
El tema de la culpa es algo que en su momento me inquietó… quisiera saber cómo desapareció. Porchia, como usas, apuntaba a que «Cada uno asuma su culpa y no habrá culpables». Quizá estás definiendo mal el ámbito, porque no dejas tiempo a ese mecanismo cultural que tenemos: sacramento de la confesión. Ahí te estás expurgando tu culpa, sin duda y por eso andas con el problema de saber dónde la expurgarán ellos (los túes pequeñitos que en la red no saben distinguirla de los árboles). Así que no te puedo decir qué hacer, sólo señalar que hay una distancia entre culpa y culpable. Quizá este sea un momento de presentarte éticamente ante ti, no olvides que la estética, a su vez, suele tener mucho que decir (es decir, en cómo se presenta es la última instancia del qué se piensa).
Menudo rollo. Un abrazo.