No surge ningún título que me convenza y no tengo una necesidad especial de dejar la obra sin título. Lo que me pregunto es quién hace la acción de titular esta obra. Si quien la titula soy yo ahora, probablemente se llamaría «Cosas que me pasaban cuando era adolescente». Si quien la titula soy yo en aquel entonces, sería muy diferente, podría ser «Frío y silencio en barcelona», entre otros. Si la titula el chico que abracé, sería «Deja tu adolescencia en paz». Si lo titula dios, sería «Que no quede ni un solo adolescente en pie». Stop.
Este último título me seduce. Es dios quien pone el título, o barcelona. En sus calles, que no quede ni un solo adolescente en pie. Pero el título, más que una etiqueta, quiero que sea un espejo de la obra que le de un nuevo sentido. Si ves toda la obra reflejada en el título, debe surgir algún tipo de tensión o contradicción. Este título es bastante fiel al espíritu apocalíptico de la obra, pero la tensión está en quién pronuncia ese título. Nadie sabe quién lo dice, ni siquiera los que leen este blog pueden estar seguros de que yo sepa «la» verdad sobre esto al decir que es dios quien lo dice.
Por último, creo que un título, además de espejo y etiqueta, debe tener una función dramatúrgica en la obra e insertarse en su devenir temporal. Me gustan títulos como «en la escena tres verás a una muchacha desnuda masturbándose y será brutalmente asesinada por el carpintero de la maleta». Eso, pase o no en la obra (personalmente, haría con este título una obra a la que le faltara la escena tres) establece un mecanismo narrativo, se relaciona con la línea de tiempo que es el espectáculo. Dios, o quizá diosdramaturgo, con el título anticipa un final trágico en la obra: que ningún adolescente quedará de pie.
Y además, ¿a quién, a quién le dice eso dios?
Me quedo con este título, pero lo importante, entonces, es que la obra contradiga ese final: ¡el adolescente debe acabar de pie!
Comment posted by Y otro
at 1/22/2008 12:48:00 PM
El problema de los serialistas es que confiaban (como casi todos los músicos) en un nombre de armonías divinas. En el fondo Stockhauser o Messiaen (este último menos) cambiaron los nueve cielos con el de las estrellas inmóviles incluido, por una combinación exótica que venía de mucho más lejos: el azar.
Lo raro está en pensar que en esa elección no está el sello del autor. También en pasar por alto en que tú no vas a estar presente en los diálogos (vas a estar más muerto que vivo, si te pones así) y tampoco sé cuántos emis (según la paranoia Zen de la multiplicidad mente-corazón-ambición-…) son capaces de escribir esto unidos o si crees que sólo uno (el que se dice Autor) resistirá lo suficiente para controlar todas las puestas en escena del mundo mundial y el tiempo temporal… Tú ya has dicho que la obra no acaba contigo… casi es algo más humilde lo que espero que enseñe Cage…
Comment posted by Emiliano Pastor Steinmeyer
at 1/22/2008 9:45:00 AM
Pero entonces él siempre va a tener el poder. Estoy leyendo cosas de John Cage, y a través de idea de zen habla de la posibilidad de que los sonidos se manifiesten casi sin intervención del artista, eliminándolo como sujeto, en su caso a través de mecanismos de azar.
Yo no pienso así, porque me defiendo muchísimo como autor y quiero mi marca y mi presencia, pero de alguna manera puedo desdoblarme y hacer que el yo adolescente se rebele contra el yo actual, contra el yo post adolescente / dios / dramaturgo que se pone a escribir esta obra.
Comment posted by Y otro
at 1/22/2008 9:32:00 AM
Cuidado, a Dios-demiurgo-dramaturgo no se le puede llevar demasiado tiempo la contraria… uno no acaba la obra entonces…