La lengua, 01.02.16
Elena habla del peso, que no sabía que la lengua pesara tanto, y dice que le da pudor. Despojar, desnudar, abrir, destensar, desproteger, suavizar los límites entre el afuera y el adentro como si permitiéramos, de repente, hoy, que cualquiera de los que está en la sala nos entrara entre los labios. Y es sólo el primer día.
Si la lengua reposa, el espacio del interior de la boca se hace inmenso y parece quedar como vacío, lleno de aire al que podría darle cualquier forma o dirección si así lo decidiera pero lo bonito hoy es que no lo hago. El aire entra o sale o entra y sale o se queda en mi boca sin que yo lo transforme en nada: ni un hilo de aire, ni un soplido, ni un suspiro, ni un resoplar, ni una melodía, ni una palabra. Es el aire el que utiliza mi boca hoy y se refresca en mis mucosas como quiere. Yo sólo me encargo de contenerlo, de dejarlo estar, no tengo que hacer nada con él y eso me alivia. No hay estado productivo.
Hay algo de mi esencia comunicadora, expresiva, que desaparece y me hago espacio para la recepción. Es como si mi boca tuviera un poco de interior de oreja. Es un “quedarse con la boca abierta”, con la boca hueca vacía de palabras. Es algo parecido al estado pre-expresivo.
Usar después la lengua, sin articularla, sólo dirigiéndola hacia fuera, hacia arriba, hacia abajo o hacia alguno de los lados, es un esfuerzo ímprobo. La lengua hecha línea en el espacio-tiempo despojada de cualquier acción medianamente útil nos pone a casi todos caras de colgaos.