Notas escritas durante la búsqueda de la mínima respiración.
Sesión del 12 de marzo.
Como si la conciencia tuviera que ver con una acción voluntaria, y no, no es así.
Como si el aire tuviera la capacidad de acariciar los 200 metros cuadrados del camino húmedo de mis vías respiratorias.
El mínimo: BATALLONES DE FUERZAS CONTROLANDO LA ACCIÓN.
Al coger aire, o mejor al dejar cogerse al aire, siento los pies querer tocar el cielo.
Me pregunto si esa mínima excursión de 1,5 cms del diafragma puede convivir con cualquier movimiento de mi cuerpo. Pero ese mínimo me pide abandonar todos los músculos, ser solo aire.
Menos aire (en mí), más gravedad (en mí).
Conexión entre las dos vidas: la “del afuera” y la “del dentro”. Bella unión vital. No existe una sin la otra. Dependencia total. Armonía entre dos mundos. Desde el movimiento mínimo, desde la calma, y al mismo tiempo el torbellino de cosas en funcionamiento para que se de…
¡Oh Macrófagos errantes, venid a mí!
Ante cualquier presión o peso no puedo mantener el rango mínimo de mi respiración. Instinto de supervivencia.
El pliegue es siempre el espacio mínimo. No encuentro mi pulso.
Sale más de lo que entra ¿de donde?
“El mínimo”: Desautomatizar la resistencia; dejar entrar el aire por los ojos, observarlo con la nariz.
Una respiración mínima es el contrapunto de cualquier forma que adquiera el cuerpo.
Un aire sin expectativas, sin conclusiones, aire en sí y para sí.
La sensualidad y el placer de no necesitar casi nada.
En ese mínimo el tiempo se multiplica, se desdobla.
Hay músculos que frenan la entrada suave del aire, y músculos que me piden más aire, más aire, mas aún.
¡Qué maravilla respirar!