De Jesús.
Desprovista de lo útil, tu boca es extraordinaria.
Estas mañanas de lunes de Febrero, en la Sala de Danza de Conde Duque, en Madrid, hemos estado explorando la lengua, las glándulas salivares y varios músculos que tengo pero de los que no recordaré ya el nombre. Son mañanas de boca extraordinaria, de boca que se aleja de lo que aprendí pero que se acerca a lo que fue. Bailar con la boca sin que la danza se haga de palabras sino, más bien, de rastros. Dejar la saliva gotear desde arriba o caer más abajo desde abajo, acumularla como en un silencio que no para de generar recorridos en las cavidades internas, como el texto del caracol, brillante y cristalino aquí y allí durante unos segundos antes de secarse. Sentir ese momento en el que podría verterse y el pánico de perderla, de que se desborde, de que impregne de mi lo que ya no soy yo sólo por esa decisión de no cerrar, de dejar fluir sin interceder. Me cuesta unos minutos. Luego sigo bailando, sin temor a lo que pueda escaparse o desprenderse. Al revés, con el único deseo de abrir y dejar salir, un movimiento o una baba que casi siempre me guardo por miedo, que prácticamente nunca me dejo compartir con nadie pero que soy yo. Es un yo que me llena de paz: es un yo de contorno relajado que empieza a enseñar un poco más de lo que normalmente esconde, un yo que por unos instantes olvida el hábito de mantener lo extraordinario alejado del cotidiano.