Del libro «De qué hablo cuando hablo de correr» de Haruki Murakami
(…)» Ésta fue mi primera carrera de (casi) cuarenta y dos kilómetros. Y, afortunadamente, también fue la última en que tuve que correr cuarenta y dos kilómetros en situaciones tan extremas. En diciembre de ese mismo año acabé el Maratón de Honolulú con un tiempo pasable. En Hawai también hacía calor, pero, comparado con el de Atenas , era como un juego de niños. De modo que mi verdadero debut en un maratón oficial completo tuvo lugar en Honolulú. Y, desde entonces, lo de correr un maratón completo una vez al año se convirtió en una costumbre.
Pero lo cierto -y esto lo he descubierto al releer esas líneas que escribí entonces- es que ahora, pasados ya veintitantos años, a lo largo de los cuales he venido corriendo prácticamente un maratón por año, se dría que nada ha cambiado. También ahora, cada vez que voy a participar en un maratón, paso más o menos por el mismo proceso mental que he descrito aquí: hasta el kilómetro treinta pienso «puede que esta vez haga un buen tiempo», pero al superar el kilómetro treinta y cinco, se me va agotando el combustible y empiezo a enfadarme con todo lo que me circunda. Y al final me siento como un coche que sigue corriendo con el depósito vacío. Sin embargo, poco después de dejar de correr, todo lo que he sufrido y todo lo miserable que me he sentido se me olvidan, como si jamás hubieran sucedido, y ya vuelvo a estar decidido a hacerlo mejor la próxima vez. Por más experiencia que adquiera, por más años de edad que acumule, al final siempre se repite lo mismo.
Eso es. Hay algunos procesos que hagas lo que hagas no toleran los cambios. Eso creo yo. Y, si no tenemos más remedioque coexistir con ese tipo de procesos, lo único que podemos hacer es transformarnos (o deformarnos) nosotros mismos mediante perseverantes repeticiones e ir incorporando esos procesos hasta que formen parte de nuestra personalidad.
¡Qué alivio! ¡Ya no tengo que correr más!»