Cada vez que una carcajada nerviosa se oía el viernes en el CCCB, una piedra caía sobre un pez. La que os escribe no dejaba de soltar lágrimas. Lágrima viva. Viva, que aún vivían fuera de mí. Las lágrimas de Angélica Lidell viven fuera de ella, y entran directas al estómago de sus espectadores. Caminan por las plateas, por las hojas, gritan, escupen y vomitan. Están vivas. Bravo por Angélica. Seguiré siguiéndola.