Con luz de otoño, y después de mucho tiempo sin vernos, me reúno con Dora García en Conde Duque (Madrid) a pocos días de estrenar su última obra que tiene como nombre El bicho. Esta propuesta parte del texto teatral La chinche (1924), escrito por el poeta soviético Vladímir Mayakovski, y se representará en tres partes y tres días en dos de las salas de ensayo de las instalaciones de Conde Duque.
Me recogen en la entrada del antiguo cuartel, recorro el patio, subo tres tramos de escaleras y atravieso las dos salas de ensayo donde tendrá lugar la obra. Dora me invita a una conversación abierta con los performers en la que comparten generosamente cómo ha sido el proceso de trabajo desde el inicio del proyecto a finales del año pasado. Acompaño en la conversación a Dora García, Castillo, Marnie Slater, Michelangelo Miccolis y Persis Bekkering, aunque faltan presencialmente Simon Asencio, Krõõt Juurak y Adriano Wilfert Jensen que también forman parte de la obra.
¿Dónde empieza El bicho?
Dora García: Empecé a leerlo a raíz de investigar sobre Alexandra Kollontai (1872-1952) que también escribió textos de ciencia ficción. Ese momento corresponde con la estabilización de la Revolución Rusa, donde hay un florecimiento de la ciencia ficción que dio lugar a películas como, por ejemplo: Aelita. Reina de Marte (Yákov Protazánov, 1924), en esa idea de que el comunismo se expande planetariamente. Me acordé en ese momento de que el poeta y dramaturgo Vladímir Mayakovski había escrito ciencia ficción en títulos como La chinche (1929). Esta obra era la base de un montón de películas y sentí que tenía que utilizarla como punto de partida para acercarme a la noción de viajar en el tiempo. Esta idea comenzó a finales de 2021 cuando empecé a aproximarme a la desilusión de la Revolución Rusa que teóricos como Kollontai tenían. Al inicio del proyecto trabajé el texto con estudiantes de Performance y Artes Visuales en Venecia. Después seguí implementando esta idea en un taller en la Academia Nacional de Bellas Artes de Oslo, en este caso ya acompañada por Simon Asencio y Adriano Wilfert Jensen para finalmente proponer un primer acercamiento al proyecto bajo el título: The bug (After Mayakovsky) en el Festival Carta 22 en Amberes. El equipo se ha mantenido desde entonces con la posterior anexión de Krõõt Juurak.
Me preguntaba por el contexto en el que está programado la pieza, por un momento muchas pensamos que te dirigías a otro lugar fuera de la denominada zona gris. ¿Qué diferencias encuentras en posibilidad de representación entre la zona gris y la caja negra?
Dora: Para mí ambos son espacios muy fluidos. He producido con anterioridad piezas de teatro y no tengo la sensación de haber traspasado un límite infranqueable. Aunque es cierto que en este caso tiene un formato más teatral en comparación con lo que he planteado en ocasiones anteriores que tenía más que ver con forma de taller, o en el caso de Amberes era un ensayo abierto.
Michelangelo Miccolis: El público local puede quizás tener la idea de que es una pieza concebida para la caja negra por el contexto en el que tiene lugar, Conde Duque, que tiene una programación concreta. Eso supone que tal y como hemos trabajado la pieza hayamos tenido que lidiar con otro tipo de audiencia y espacios, pero en realidad lo que vamos a utilizar son dos salas que se ajustan más con nuestro protocolo de actuación, ya que es algo en lo que llevamos un tiempo trabajando de una manera concreta.
Castillo: Sobre la elección del lugar cabe afirmar que el espacio de trabajo que estamos utilizando para El bicho son dos salas que se encuentran en la frontera de ser salas de ensayo, y es que corresponden muy específicamente a una sala de ensayo de teatro y a una de danza, y mi impresión ha sido la de estar preguntándonos abiertamente sobre el proceso de lo que supone representar. Así que procesualmente la pieza ha consistido en una adaptación constante, en el sentido de cómo ajustar la pieza a una serie de preocupaciones artísticas y políticas. Y sobre todo aclarar que el resultado que se da al público no es una respuesta, es una pregunta, y esto creo que clarifica el contexto a un público que viene a una sala de ensayo.
¿Cómo se revisa el concepto de autoría en esta obra? ¿Cuál es el papel como autores de los performers en El bicho?
Dora: Insisto siempre en que los performers son autores, por eso es una pieza colectiva que reza en su subtítulo: y otros invitados.
Persis Bekkering: En mi opinión, lo que es interesante en este trabajo en relación con la autoría es que ha sido un proceso colaborativo desde su inicio, donde no ha habido una división de roles a pesar de venir de distintas trayectorias. En el caso de Amberes fue muy interesante el hecho de que cualquiera podía entrar en la pieza y tener un papel co-autoral, ahí es donde te planteas qué potencialidades tiene la obra. En el proceso de hacer todos hemos estado muy involucrados y eso ha hecho que el proyecto fuese sumamente coral. Esta misma idea está muy integrada en cómo Mayakovsky juega con los efectos revolucionarios de mantener las cosas vivas aun cuando está desilusionado con el espíritu revolucionario. En su obra se siente esa emocionalidad, la cual es un incentivo para hacer algo colectivo y no reproducir métodos institucionalizados.
Marnie Slater: Empezamos la propuesta adaptándonos a algo que no habíamos escrito. Pero eso no supone que partíamos desde un punto cero y nos convertíamos en autores, es todo lo contrario, en ese momento te rindes sobre muchas cosas, y se produce un proceso de adaptación en el que hemos tenido que trabajar los unos con los otros. Es un proceso en el que he disfrutado mucho. Todos tenemos unas formas particulares de leer, mirar y cuestionar, etc. Pero lo claro es que en un proceso colaborativo siempre dejas la autoría en la puerta. Además, el proceso de compartir espacio con alguien que no conoces es parte de ser creador o artista.
Michelangelo: En mi caso no me preocupa la relación con la autoría, llevo años trabajando con Dora y siempre siento que tengo agencia como performer, aunque en un perímetro muy específico, pero nunca siento que abandone mi subjetividad. Por ejemplo, en obras como Two Planets Have Been Colliding for Thousands of Years (2018) puedes contribuir en la partitura moviéndote de una manera concreta. Tiene más que ver con el buscar una posición en la que afirmas quién eres, pero al mismo tiempo ser muy consciente del lugar. Pero en este caso pusimos mucho cuidado en que nuestras voces se escuchen de manera grupal, en buscar un equilibrio en el que todos tengamos espacio.
¿Cuál es el posicionamiento de esta obra en su recepción por el espectador? Como agentes que producen dentro de las artes visuales y/o de acción supongo que esto circunda vuestras preocupaciones.
Michelangelo: A veces ha sido un reto habitar la incomodidad de la recepción de la obra, aunque a la vez la aprecio. El proceso se ha basado en la adaptación de funcionar como grupo así que el momento en el que te enfrentas al público se convierte en un reto. Es cierto que en ocasiones he podido sentirme intimidado a pesar de la posibilidad de predictibilidad sobre la recepción de la obra, ya que es otro formato distinto del que presentamos en Amberes. En esta ocasión nos gustaría ser huéspedes incómodos, aunque no de una manera violenta. Sí es cierto que a lo largo de mi trabajo me preocupa cuidar al público como persona que anfitriona cuando representas.
Otra de las inquietudes ha sido la de entender cómo pasar tiempo con el público sin tener que preestablecer un protocolo estricto. Creo que es una aproximación ambiciosa pero cada uno de nosotros se posiciona con el conocimiento suficiente como para traer esto a la conversación viniendo de disciplinas muy distintas. Al final se trata de una cuestión de complicidad con el grupo y de exponer un proceso frágil.
¿Cómo conflictúa la pieza con nuestra realidad sociopolítica inmediata? ¿Cuál sería el bicho en nuestro presente?
Dora: La pieza se configura por episodios y uno de ellos es la abolición del matrimonio, que es algo muy presente en la pieza y que también lo está en Kollontai sobre la idea del amor y la camaradería. Pero en el proceso de producción de esta pieza hubo mucha discusión. En el sentido de cómo los acontecimientos históricos no nos dejan un respiro, al final seguimos hablando dentro del capitalismo, y esto se contrapone a la conquista de logros como es el caso del matrimonio de parejas del mismo sexo, que es un éxito que se siente muy reciente. Entonces la pregunta es cómo calar todas esas sensibilidades con la idea de representar a un artista soviético en un momento en el que tenemos todos tan presentes el imperialismo ruso, en el cómo habitar esa confusión que existe entre lo ruso y lo soviético. Es una pieza conflicto, y todo ello se ha dado por las reacciones que han ido apareciendo que no sé como contestar. Es en esa incomodidad en donde se construye la pieza que no es realmente una representación fidedigna del texto de La chinche.
Hay algo que siento que sobrevuela todo el tiempo mientras hablamos: ¿se trata de una pieza que trata de romper con toda posible estructura de lo que se espera de ella?
Dora: Si, pero ha sucedido de una manera muy natural porque cuando hicimos los talleres con anterioridad nos adaptamos mucho a la idea original de la pieza y es donde surgieron las molestias. Porque teníamos problemas con el texto, con las acciones del mismo y en un punto determinado tomas la decisión de que eso no encaja. No teníamos buena conciencia con lo que estábamos haciendo, ya que había una serie de obstáculos enormes en el texto que hacían focalizar más la atención en los mismos que en la pieza. Fue entonces cuando empezamos a focalizarnos mucho en la noción de la cultura dominante y también con el compromiso que tenía Mayakovski sobre la libertad de las artes. Así que lo más interesante creo que son los distintos conflictos que representa el texto.
La repetición en tus trabajos ha sido en muchas ocasiones un recurso para aproximarse a la frontera entre ficción y realidad. ¿Cuál es la relación entre El bicho y la noción de repetición?
Dora: La idea de repetición estaba en la exposición de Segunda vez (2018) en el Reina Sofía, aunque en este caso la idea de bicho como elemento que altera la repetición fue una decisión posterior. Y es que existe una polisemia sobre el significado de bicho que provocó que deviniera el concepto de que las cosas están pasando. Como es el caso de autoras como Ada Lovelace (1815 – 1852) en que el significado de bicho tiene una acepción muy concreta. En mi caso comprendo el bicho como algo que impide que las cosas funcionen correctamente a la vez que se contrapone con la idea de que puede ser algo despreciable que está constantemente socavando las cosas, lo que le dota de una lectura muy política.
¿Dónde pones la mirada después de este trabajo?
Dora: Sigo trabajando en la figura de Kollontai y en una película sobre la relación entre marxismo feminista y transfeminismo que tendrá su presentación en México. Proyecto que tiene muchas conexiones con esta pieza por las paradojas que se dan dentro de esa relación, como ha pasado en México —y en muchos otros lugares— entre la revolución de izquierdas y de las mal llamadas minorías sexuales que no siempre ha sido ha sido una relación feliz.
Paula Noya de Blas