Tutto Brucia de Motus se presenta en Conde Duque los días 1 y 2 de octubre.
El fuego, en su doble condición destructora y purificadora, terminal e iniciática. Todo arde. Todo se acaba. Todo empieza. Los mediterráneos estamos muy apegados a este ritual cíclico y evocar el mar que nos define es evocar también la muerte que entabla relación entre la orilla pobre y la orilla rica de un mismo mundo. Fuego y agua, contrarios que conviven como la muerte y la vida. En un escenario postapocalíptico, se vislumbra la paradoja de la propia posibilidad de un post apocalipsis, porque siempre aflora un nuevo principio tras el presunto final de los finales, que nunca es final del todo. Este montaje es oscuro y lacerante porque nos muestra ese instante arrasado por el fuego, pero es la apuesta por la esperanza desde la negrura, recordarnos en este tiempo de pandemias, guerras, desplazamientos forzosos, muertes anónimas y desastres climáticos que la tragedia se inventó para reinventarnos. Pero, ¿hasta cuándo?
Lamento construido sobre las ruinas del tiempo, Tutto brucia es la oportunidad de volver a entrar en el mundo artístico de Motus, veterana compañía italiana con tres décadas de trabajo a sus espaldas (hace años que no se les veía por Madrid), también con labores de gestión y comisariado tan encomiables como la que han llevado a cabo al frente del Festival de Santarcangelo hasta el año pasado. Enrico Casagrande y Daniela Nicolò, directores de la compañía y de la pieza que vamos a ver, continúan una prospección a partir de las figuras femeninas más incómodas de lo trágico que ya ha pasado por Antígona y se detiene aquí en Las troyanas, partiendo de Eurípides, porque es inevitable, pero dando mucho espacio en la investigación a la reescritura de Sartre y llevando hasta el armazón dramatúrgico (que firma Ilenia Caleo) ideas y palabras de Judith Butler, Ernesto de Martino, Edoardo Viveiros de Castro, NoViolet Bulawayo o Donna Haraway.
Al final del saqueo de Troya, arrasado todo por los griegos, las mujeres que han sobrevivido rompen el silencio humeante con sus gritos desgarrados (“arde Ilión, ¡gimamos!”, dice Hécuba), mientras esperan su aciago destino como botín de guerra y mercancía a repartir. Reina la desesperanza con rigores de abismo, todo alrededor se ha acabado. Los muertos no tienen funeral, como cuando durante lo más duro de la pandemia los cadáveres tomaban sepultura lejos de despedidas familiares y sin posibilidad de ritual redentor; como cuando los cuerpos sin nombre que cruzan el mundo en busca de un futuro mejor caen en el mar o en el desierto sin más destino que ser comida para alimañas; como cuando mujeres esclavizadas por el deseo corrupto del sistema masculino, prostituidas a la fuerza, son ejecutadas por un angustiosamente deshumanizado usar y tirar. Y aquí nos preguntaríamos, como se ha preguntado tantas veces Judith Butler: ¿qué vidas cuentan, que cuerpos importan, qué hace que una vida sea digna de ser bien vivida y bien finalizada?
“Nuestra puesta en escena -explican Casagrande y Nicolò- no es ni tradicional ni tópica. Incluso la tragedia griega es para nosotros un organismo vivo, nos gustan sus palabras abstractas, evocadoras, eternas, flotando en el presente, nos gusta su tejido arcaico teñido de contemporaneidad. Así nació nuestra fascinación por Cassandra hace muchos años, que nos llevó después hasta Antígona, un viaje por etapas que duró muchos años, marcado por la crisis económica en Grecia y todo lo que le siguió. Idealmente, la Grecia antigua se enfrentó a la Grecia moderna, manteniendo un contacto constante con la realidad, pero también implicando una conexión entre el escenario y el vídeo, entre el documental y la performance. Tutto brucia, en cambio, mantiene los dos componentes separados, se basa en una rica documentación, pero no presenta el vídeo en el escenario. No está estructurada en episodios, es una sola representación, no hay luces cegadoras ni contrastes bruscos, sino destellos en la oscuridad. A diferencia de Antígona, no se construye sobre conflictos binarios, entre pares de personas o categorías o conceptos antitéticos, como la oposición entre Antígona y Creonte, entre jóvenes y viejos, entre una mujer y un hombre, etc. Surge de las muchas historias de emigrantes que «queman» el Mediterráneo cruzándolo, arriesgando sus vidas y perdiéndolas con demasiada frecuencia; por eso hemos incluido algunos de sus nombres, reales o ficticios, en la obra. Los emigrantes, las mujeres, las madres y los niños, todas sus historias e imágenes se han condensado y destilado en una especie de visión: una franja de tierra, una franja de costa -puede ser en Libia, o en Oriente Medio- donde las mujeres de Troya, como las de hoy -todavía esclavas, objeto de tráfico y de una violencia incalificable- esperan salir. ¿A dónde irán? ¿Qué les espera?”
Tutto brucia no tiene argumento ni textura teatral convencional, sólo cuerpo, voz y una incesante evocación de los espectros del pasado. Y en esta perspectiva escénica, las figuras larvadas de Silvia Calderoni y Stefania Tansini, que encarnan varios papeles dentro de la puesta en escena, son ejemplares por su imaginación, sincronía, agilidad y rigor quirúrgico de movimientos. El último vértice de este triángulo de cuerpos en escena lo ocupa la música en directo y el canto en inglés de R.Y.F., seudónimo de Francesca Morello que, vestida de cuero negro y situada en el lado derecho del escenario, interpreta sus canciones con guitarra eléctrica. Una presencia un tanto punk, discreta e imprescindible, que interpreta el papel del coro y apoya con una voz áspera el drama de las nobles troyanas. Narración densa en patetismo y angustia, iluminada por haces de neón que son tanto lanzas como antorchas, ataque y defensa, la pieza gasta un lenguaje poético y refinado para comunicarnos la profecía de Casandra sobre el futuro de Agamenón y el terror desanimado de Hécuba, la evocación de Polixena y la dignidad maternal de Andrómaca, estandarte de los buenos cuidados, hasta llegar a Helena, figura pivotante y contrastada, cuya inocencia vuelve a exponerse en toda su fragilidad, allí donde ya nada puede violentarla. Finalmente, emerge el cuerpo de Astianacte, el futuro negado, la huella de una culpa atávica comprimida en un sombrío devenir.
Álvaro Vicente