Érase una vez un anciano que pasó sus últimos años de vida encamado y en silencio. Todos los días se acercaban personas a visitarlo, pero cuando se dirigían a él nunca hallaban respuesta. Lo único que el anciano hacía era mirar por una pequeña ventana del dormitorio que fugaba a un bosque a lo lejos. Pasó el tiempo, y cuando se encontraba ya moribundo, con la estancia repleta de personas para acompañarle en su último aliento, el anciano extendió su brazo, señaló a través de la ventana y dijo: “arde”. Y el bosque ardió.
A veces, las palabras hacen cosas. Como cuando alguien grita “¡fuego!” en un teatro haciendo al público correr despavorido, cuando una arquitectura “queda inaugurada” provocando esa frase el cambio en la percepción y hasta en la legislación de unos materiales antes inacabados, o cuando un/a juez/a o un cura declara “culpable”, “inocente” o “matrimonio” y establece un estado jurídico o amoroso entre dos personas, vínculos emocionales que, sin necesidad de autoridad ninguna, pueden fundarse o destruirse con tan solo un “te quiero” o “se acabó”.
Cuando las palabras hacen cosas suelen ir acompañadas de gestos o movimientos para sus acciones, y es que antes que el verbo fue el cuerpo. Hay coreografías del “hola”, del “ven” o del “adiós”, invitaciones coreográficas como “make America great again” o “el que no esté colocado que se coloque”… están todas las coreografías del trabajo estipuladas por contrato o los oficios que se transmiten oralmente, o incluso hay coreografías de la fe: “mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga acá tu mano, y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel”.
También hay palabras mágicas. Todos los conjuros, todas las invocaciones, que hacen cosas de otro orden. Como cuando Alí Babá gritó “¡ábrete, sésamo!” y una gran roca se movió permitiendo la entrada a una cueva llena de tesoros. Pero si hay una palabra o símbolo que reúne agencia a lo largo de los siglos ésta es abracadabra. De origen incierto, se conjetura que en hebreo significa “iré creando conforme hablo”, precisamente lo que hacen Cláudia Dias e Idoia Zabaleta en una obra que toma prestado el antiguo conjuro como título.
Mucho se ha escrito desde la teoría sobre la performatividad del lenguaje pero, normalmente y de forma paradójica, de manera muy poco performativa. Y es que quizás sean las artistas quienes mejor nos puedan mostrar, desplazar, poner en cuestión o reinventar la capacidad de las palabras como actantes en escena. Lugar dispuesto para que pasen cosas, aunque no siempre pasan, en Abracadabra Cláudia Dias e Idoia Zabaleta hacen protagonistas a las palabras, como si fueran pulgas en un circo de pulgas, para erigir una nueva fábula o hechizo escénico en el que al igual que Próspero en La Tempestad, devuelven la magia al teatro rebatiendo al poeta que sentenció: “las palabras están gastadas”.
Abracadabra es la cuarta obra de la serie Siete años siete piezas en la que Cláudia Dias trabaja con diferentes colaboradoras. Una obra por cada día de la semana, siendo ésta la quinta-feira, cuarto día de la semana, jueves en portugués. Así se han reunido dos de las creadoras escénicas peninsulares con más calado.
Dias es una de las coreógrafas europeas clave de las últimas décadas, vinculada durante años al Atelier Real lisboeta junto a João Fiadeiro y por tanto a la metodología conocida como Composición en Tiempo Real (CTR), en Madrid se han podido ver diferentes obras suyas como One Woman Show (2003) o Vontade de ter vontade (2014). Creadora libérrima, Idoia Zabaleta además insufla vida al panorama escénico actual desde Azala, proyecto que construye y gobierna con Juan González como espacio de creación y residencias artísticas. Juntas, Cláudia e Idoia, ya habían colaborado en el proyecto En esta parte esquinada de la península entre Azala, el desaparecido espacio Muelle 3 o la Fundición de Bilbao.
En Abracadabra asistimos al embrujo en escenas que se suceden alrededor de una escenografía que pareciera un gran libro que no consigue contener palabras, ya que éstas son liberadas y puestas en movimiento a través de Cláudia e Idoia. En portugués y castellano respectivamente, desde el compromiso político, el juego o la sensualidad, la obra construye un nuevo retablo para las palabras, acompañándolas con gestos ilustrativos o abstractos, devolviéndolas o creando otros vínculos posibles con las cosas. Un baile inteligente entre significados y significantes, entre el habla y la grafía, minucioso engranaje en el que se reconocen las fórmulas compositivas de la CTR, donde las expectativas creadas siempre se superan abriendo nuevas vías o campos semánticos por explorar.
A través de escenas donde trabajan la fábula, la literalidad del lenguaje o la repetición seriada, el tono de Cláudia e Idoia en Abracadabra remite al de dos aedas o cuentacuentos arcaicas que vienen de lejos para volver a despertar en las espectadoras una escucha perdida, la más deseada, esto es, aquella que genera fascinación en lo escuchado; recobrando así el tiempo mítico de los prenombres, como dijo Jorge Louraço al escribir sobre la obra, o de la preverdad, atención particular a partir de la que todo lo que se nos cuenta es susceptible de ser real y afectar, abriéndonos Abracadabra de este modo la puerta al tesoro más preciado por escaso en estos tiempos: la imaginación.
Érase una vez una obra llamada Abracadabra en la que Cláudia Dias e Idoia Zabaleta conseguían que por fin pasara algo en la escena, dos magas o brujas de las palabras que, si gritasen “¡fuego!”, ardería el teatro.
Fernando Gandasegui