UNA CASA A L’EST – Volver a casa

Hoy se cumple un mes desde que empezamos los ensayos de Una casa a l’Est. El título es una propuesta de Arántzazu, y cada día me parece más acertado.

Cuando pienso en “casa” y en “Bucarest”, me vienen a la mente varias cosas:

LA CASA DE LA ABUELA. Cada navidad y muchos veranos, “volvíamos a casa”, algo que para mi padres no tenía tanto que ver con una casa en concreto, sino con volver a su país . Mi hermano y yo asumíamos la expresión, aunque a priori no pudiera tener el mismo significado para nosotros.  ¿Cómo podía ser casa un sitio en el que no nos habíamos criado y al que solo íbamos a pasar las fiestas? Y sin embargo llamarlo casa lo hacía nuestro. El poder de las palabras.

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La casa de mi abuela paterna es un lugar parado en el tiempo, lleno de libros y muebles antiquísimos. Atención al papel de pared y la cortina. La plantaría enterita sobre el escenario del Tantarantana.

 

LOS BLOQUES SOVIÉTICOS. Hay que hacer un esfuerzo para imaginar que cada una de las ventanitas insertadas en las fachadas grises de los bloques soviéticos puede ser una casa acogedora. Pero lo son. Y solo hace falta entrar en alguno de los portales para darte cuenta. Espacios híbridos entre los privado y lo público que los vecinos cuidan y personalizan con plantas, cuadros y esas botellas que no sé qué son.

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 ¿Quién riega las plantas de las entreplantas? ¿El vecino de abajo o el de arriba?

 

LA GRAN CASA. La llamaba “la Casa del Pueblo”, quizás por los 20.000 trabajadores que se turnaban día y noche en las obras en unas pésimas condiciones laborales, quizás por los cientos de ellos que murieron, quizás por la cantidad de edificios del centro histórico de Bucarest que derrumbó para construirla. Una ironía (involuntaria, supongo) de Ceausescu, que se hizo construir este desproporcionado edificio, el segundo más grande del mundo, en medio de la ciudad. La definitiva casa del Este.

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En la obra, Una casa a l’Est es la casa de dos hermanos criados en el extranjero, que vuelven para vaciarla. Es el hogar que sus padres dejaron atrás con la apertura de fronteras. También es una casa de las otras miles que guardan la historia de un país entre sus cuatro paredes.

Fotos de Daniel Ruiz, tomadas en Rumanía este año. Más fotos en su Behance.