Empezar es un verbo que aglutina miedo y esperanza. Empezar refleja el miedo a la novedad, a la aventura; pero estas suscitan a la vez una placentera excitación. Empezar tiene todavía algo de inocencia infantil, y de incosciencia, que poco a poco se irá congelando y convirtiendo en costumbre, pero que, de momento, es raro y despierta curiosidad.
Quiero que este blog esté dedicado al teatro, y muy especialmente a la crítica de espectáculos. También me gustaría compartir con el lector textos de críticos antiguos y de pensadores del arte, que están un poco olvidados y, en mi opinión, nos pueden orientar en este momento de decadencia y teatro público. Recuperarlos es rendirles homenaje, reivindicar la figura del pensador, el que se preocupa por las cuestiones filosóficas, sociales o políticas del teatro. Quizás el hombre y la mujer de este tipo estén hoy entre los seres más despreciados. Son los heterodoxos, los que nos dan ánimo frente a la jauría de los supuestos hombres de teatro que todo lo saben.
Por otro lado, también quiero acercarme a mis otras dos artes favoritas: la literatura y el flamenco. La segunda de ellas es un mundo misterioso del que muy poca gente sabe algo con certeza. Yo creo que es el último terreno de libertad, prueba de ello es que prácticamente ninguna de las palabras comunes del lenguaje flamenco está reconocida y enmarcada por la Real Acacemia de la Lengua, y, las que lo están, lo están mal y hacen que el diccionario se parezca a un libro de antropología racistoide del XIX.
Esto irá formándose poco a poco. Confío en que los lectores entiendan que soy un primerizo, y que esto es una cosa que se hace por amor. Amor en sus vertientes más absurdas e inútiles, pero que en su propia banalidad encuentran su razón de ser.