Hablaba con un amigo de la necesidad de estudiar las características más remarcables de nuestro tiempo para ofrecer un arte de verdad contemporáneo que le guste a la gente. Cuando llevábamos un buen rato de cháchara -incluso nos habíamos enzarzado en alguna suave disputa sobre este o aquel repliegue estúpido de los hombres-, nos dimos cuenta de que todo aquello era una soberana gilipollez:
-Esto, querido amigo -me dijo, mesándose la barbita de judío-…, esto es lo que hace que el arte contemporáneo sea una basura.
-Tienes razón, oh amigo -dije preso de entusiasmo.
-El asunto es al revés. Es la gente ordinaria la que debe acercarse a los artistas, si quiere. Hay que dejarse de mamarrachadas.