San Serapio de Zurbarán. Viste cogulla.
La cogulla es un hábito que utilizan algunas órdenes religiosas y consiste en una túnica con capucha. Es una vestimenta muy casta que llama a la contención, el respeto y el temor de Dios. Además, es la alegoría perfecta del teatro contemporáneo y “alternativo” de Madrid, e inspira de perlas la idea de lo tridentino sobre lo libertario. Frente al traje de luces de los toreros, la cogulla tiene la ventaja de que es flexible, holgada y muy poco sexual. Es lo que viste el Gran Inquisidor del Don Carlo de Verdi, que pone contra las cuerdas al mismísimo Felipe II, y es también lo que se echan por encima los opresores en …Y pusieron esposas a las flores de Arrabal. No da nada de hambre y pertenece al mundo de las tinieblas y la ausencia de luz, al mismo grupo de imágenes que el cuervo y otros animales malvados y fulleros.
Me pregunto por qué se programa en Madrid un teatro tan blando, tan ordinario, tan anquilosado y tan eunuco. Y me refiero a las salas pequeñas, las supuestas salas “alternativas”, que tanto celebran los periódicos nacionales y que se cuentan a ellas mismas como las renovadoras del teatro, las inventoras de lo nuevo. Se hacen pasar por centros de investigación, y veo que algunas se ponen el subtítulo de “laboratorio” o similares, pero en su programación, en sus “experimentos”, no se detectan muchas diferencias con respecto al teatro de verdad, es decir, el teatro nacional público. ¿Residirá el problema precisamente en lo público?
Qué ha sido de la originalidad es una pregunta cuya respuesta nadie sabe. Seguro que tiene que ver con la cogulla y con una sangre inquisitorial que no nos podemos quitar de encima, pero el origen exacto de la cosa se pierde en la noche de los tiempos. No creo que sea necesario buscarlo. A lo mejor el Estado lo ha hecho tan bien, ha llegado tan a buen puerto con sus iniciativas culturales y sus institutos y centros dramáticos y familiares de la Inquisición, que ha conseguido que todo el mundo repita los mismos esquemas, y que los supervivientes sean pocos y se reproduzcan a duras penas por las aguas sucias de las cloacas, con la única luz de un viejo candelabro de siete brazos.
Aunque las maestras y las monjas vistan un cuero muy terso y azoten que da gusto, esto no puede convertirse en un continuo lamento; al final la desgracia es placentera y uno disfruta lamiéndose las heridas. La supervivencia existe y la subversión también.
Bien visto, nadie nos obliga a hacer teatro, y siempre podemos dejarlo, igual que podemos abandonar un país o apostatar.
Qué buenas razones has dado. Para no volver a leerte.
Pues bien que sigues leyendo, Mina minera.
Enhorabuena, César, ya tienes tu primer troll; en un tiempo récord.
La madrugadora Mina se ha puesto el hábito para ir a aprender teatro. Reza sin parar arrodillada a quien la quiera escuchar, a quien se deje acariciar por sus malintencionadas palabras. No sufras querida, algún día serás rica y famosa.
Polla para tu boca Mina!!
estoy con mina. jajaj lo peor es que me suena a plagio, y oportunista ciao
¿Y si en vez de público el teatro fuera comunitario? ¿si naciera realmente de una necesidad y no como un capricho? Hay que estar muy ciego para no ver que el arte está mutando, y si seguimos obcecados en nuestra única y “ombliguística” realidad no tardaremos en convertirnos en aquellos a los que tanto hemos odiado. Porque nuestros ídolos, también han empezado a caer.
Siempre que haya ídolo habrá caída, o ladrón de tumbas, ¿no? ¿E ídolo sin Sodoma ni Gomorra? ¿Tendría sentido algo así?
De todos modos, me gustaría resaltar el paralelismo entre hábito teatral (el mismo que se denuncia en el post) y hábito monacal (que sirve como metáfora del primero). ¿Nos hemos vestido con la costumbre de un tipo de teatro o, mejor dicho, nos hemos acostumbrado a un tipo de hábito indolente? Y hablo como espectador, ojo.