El 24 de noviembre se cumplirán 131 años del nacimiento del escritor y crítico teatral sevillano Rafael Cansinos Assens. En el texto que se reproduce a continuación, que forma parte de un ensayo (La copla andaluza) en que critica el teatro de los hermanos Quintero y hace un estudio del origen y la significación del flamenco, Cansinos insiste en la idea de que el “idilio andaluz era, en realidad, una tragedia”, que se remonta a la represión que sufrieron los moros, judíos y gitanos después de la conquista castellana, y que se manifiesta ahora en las luchas obreras y campesinas.
El espectáculo de una Andalucía roja, en la que se habían abierto de pronto volcanes no señalados en la geografía, ha sido tan insospechado que ha obligado a cambiar las clavijas en la apreciación de la psicología regional y a investigar las causas del inexplicable fenómeno. Andalucía, hasta ahora, había sido considerada simplemente en el plano de la estética, no en el de la política; llenaba sólo ella toda la pandereta española; venía a ser una tierra florida, ociosa, feliz, que si tenía penas las distraía cantando y bailando. Cierto que su copla estaba henchida de tristeza y hasta de amargura; pero todo ese dolor era puramente folklórico y en el folklore se quedaba, sin más consecuencias. Era un encanto más en un rostro que sin eso habría resultado demasiado alegre; hasta las lágrimas de Andalucía eran cosa festiva como las lluvias de primavera. En esta visión optimista de Andalucía se inspiró toda la literatura regional, desde Fernán Caballero hasta los hermanos Álvarez Quintero, pasando por Valera. Los cuadros arcádicos que trazó el primero se mantenían hasta ahora casi inmutables. Hazaña grande de los Quintero fue crear el drama andaluz -recuérdese Malvaloca– y desprenderlo de un ambiente propio para el sainete o la comedia, como cuanto es pura beatitud. Pero aun ellos mismos, en conjunto nos dieron también la versión de una Andalucía amable y dichosa, que si tenía dolores se los adormecía con el anestésico de su propio arte o con la virtud balsámica de su ambiente. Todo allí se diluía finalmente en poesía y redundaba en beneficio del arte; una andaluza triste en una Dolorosa de Montañés; un granujilla harapiento, uno de los golfos pintados por Murillo. Había allí una tradición de arte y una belleza continua de Naturaleza que todo lo doraban; con ella se enjugaban todos los déficit de la vida. Rebelarse contra ese modo de transacción era quedarse de pronto en la pura pobreza, y más aún, en la pura humanidad. Porque cada andaluz, dentro de ese convenio, vivía ya fuera y por encima de la humanidad pura; vivía en el limbo de la copla, en el empíreo del folklore y del mito. Quejarse de otro modo que por música, reclamar violentamente un derecho, equivalía para el andaluz a degradarse, a perder categoría (a dejar de ser, a su manera, un archiduque). La actuación en la realidad, la actuación política parecíale vedada al andaluz como cosa prosaica para un ente de poesía. Toda su amargura debía resolverse, al final, en una sonrisa alegre. Toda su pasión debía esperar y acabar en una apoteosis. (Como la de Cristo). En una palabra: Andalucía estaba cuajada en antigüedad, en tradicionalismo; era católica, monárquica o republicana (que también la República es una cosa antigua); pero nunca se la podía imaginar ácrata, nihilista, agitada en protesta, sacudiéndose en gestos no medidos por el compás del baile. ¿Cómo iba a atentar contra sí misma, a destruir sus propios tesoros espéndidos, y, sobre todo, el tesoro único de su leyenda? Y, sin embargo, así ha sido; de pronto el panorama de Andalucía cambia su azul por el rojo; Juan Breva, el de la copla, cede su puesto a Balbontín, el de la estrofa comunista, y la guitarra, grávida milenaria, aborta al fin, y empieza a lanzar bombas por su vientre sagrado.
Rafael Cansinos Assens. “La irradiación social de la copla”, en La copla andaluza. Arca Ediciones, Madrid 2011.
José Menese por Peteneras con la guitarra de Enrique de Melchor
José Menese por Marianas con la guitarra de Manolo Brenes
hijo de mi vida…