Aquí una crónica de Pablo Caruana, cuando vió Restos de mis series en el LP del 2011 la traigo al presente como memoria de mi presentación, que de hecho fue la primera pieza del festival…la primera pieza del último festival LP.
esta reposición en el Antic va por esa noche !!
(…) Primera vez que veo a Bea Fernández en escena. La pieza, como ella explica al principio bajo una capucha de la que sólo sobresalen unas piernas amarillas (como si redujera su cuerpo a su faceta de ejecutante), es producto de un proceso, Tres personas, todos los cuerpos, que Fernández está desarrollando desde hace tres años, proyecto que es un ejercicio de memoria a través del cuerpo. Durante este proceso Fernández ha realizado un documental que consta de entrevistas a diversos intérpretes –Los que se ven entre sí- y un espectáculo a tres –junto a Montse Penela y Mauricio González –Tres personas todos los cuerpos-, espectáculo que se vio en La Poderosa, dentro del programa Espacios Cómodos de La Porta, y en Madrid dentro del Festival In-presentables. De este espectáculo es de donde surge la pieza que vimos ayer en el CCCB, Restos de mis series.
Y siendo sólo piernas y micrófono Fernández, al principio, va andando la escena, representando un cavilar sin rostro y sin cuerpo, hecho de espacio y movimiento, que se cuestiona porqué estar en escena, para qué, de dónde viene y qué hace ahora. En un momento dado, Bea se quita la capucha y aparece el cuerpo, indisoluble de la mirada, del rostro. Tanta danza, tánto cos fragmentado, que a veces uno se olvida de la relevancia de unos ojos, de una tranquilidad en todo el cuerpo que se sintetiza y completa en el rostro.
Fernández, con el cuerpo y la palabra, recuerda montajes anteriores, movimientos que ella interpretó, fragmentos de aquellas coreografías como Cuerpo en escena (ou les rêves ont-ils des titres?) de Olga Mesa, de Europa no era una puta de Carmelo Salazar… Recordar con el cuerpo y la palabra. Dice ella en el programa de mano:
Yo soy muchos cuerpos, tantos como he bailado, soy trocitos de cuerpos de otros, soy los restos de esos cuerpos que se me han quedado pegados y sus versiones futuras, su memoria contaminada de presente. El hecho de hacer este ejercicio me llevó a reflexionar sobre cuestiones como las versiones de uno mismo, los cuerpos aprendidos, el cuerpo invadido, la pureza o la promiscuidad del cuerpo del bailarín como memoria, como resto.
Es exactamente eso y más. Fernández escenifica en esta obra una verdadera experiencia mnemotécnica y lo bonito es que lo hace con una gran sencillez. Hay un texto de Borges en el que explica que recordar un hecho o experiencia pasada es posible tan sólo la primera vez que lo hacemos. Ya que luego, recordamos el recuerdo. Creo que en esta pieza se es consciente de esto mismo. Borges se refiere al recuerdo cerebral, a ese que se da por relaciones sinápticas entre neuronas. Un proceso íntimo que sólo es transferible a través de la palabra. Fernández une a este proceso sus músculos y huesos, que reproducen movimientos de coreografías anteriores pero en otro cuerpo, el que la sustenta hoy. Se produce así la corporeización en el acto de recordar del paso del tiempo, de ese cuerpo que hizo aquel movimiento pero ya no es más el mismo cuerpo, es otro, más viejo, más gastado, con más memoria. Y este acto de recuerdo, aunque Fernández lo ejecuta sobria, sin gesto dramático, se carga así de emoción, de melancolía.
Quería pararme en soy trocitos de cuerpos de otros, soy los restos de esos cuerpos que se me han quedado pegados. Borges en “La forma de la espada” le hacía decir a Vicente Moon: Lo que hace un hombre es como si todos los hombres lo hicieran. Creo que esta consciencia de ser otro, presente en todo el proyecto de Tres personas, todos los cuerpos, da un sentido al texto que en un momento de la pieza dice la bailarina. Un texto que empieza (escribo de memoria) con: “No soy Anne Teresa de Keersmaeker (…) nunca he trabajado con Meg Stuart (…) no sé quién es Trisha Brown (…) no he leído a Derrida ni a Deleuze, no hablo inglés ni francés, no tengo un lenguaje propio”. Esto habla mucho de la lastre larriano (pillo este término para que se vea lo viejo que esto) de estar debajo de los Pirineos, habla de algo propio del que está metido en el mundillo de la cultura, de la danza (tan llena de gregarismo hecho de complejos) y que nos lleva (en esto está también metido el espectador) a no valorar de manera ponderada lo cercano o aquello que no tiene márchamo de… El texto de Fernández no es sólo suyo, huele a muchos, es de muchos otros cuerpos, de gente que se ha sentido en un patio minúsculo con bajas puertas de salida y lleno de vecinas vestidas de negro. Patios que han motivado muchas veces la parálisis, el dejar de hacer. El acierto es la manera ligera y simple con la que lo dice, no hay despecho, ni ironía, sino tranquilidad y felicidad por estar en escena. Ah, y cachondeo, durante todo el texto Fernández dice en tono bajo y sugerente “Cesc Gelabert”. El público entendía y se reía. La pieza acaba en diagonal, con Fernández yéndose, recordando y haciendo movimientos por el flanco superior derecho. Qué bonita pieza.
Fuente: Sin Hueso (espacio para la expansión reflexiva) de Pablo Caruana en Tea tron
habrá que celebrarlo no?
un beso