Queridas Elena y Ana y querido Jaime:
Aquí estamos terminando de darle vueltas a la cosa que presentaremos estos días. No os puedo ocultar que preparar algo sobre la alegría ha sido para nuestro colectivo el reto mayor al que nos hemos enfrentado. De hecho, cuando nos dijisteis que el tema de este Bailar II era la Alegría, lo primero que pensamos fue en decir que no. Pero era un no de los jodidos, un no que procedía de la incapacidad. No es que no quisiéramos, sino que no nos veíamos capaces y eso era algo que, como grupo, todavía no habíamos sentido (entre otras razones, para eso se agrupa uno, para poder hacer cosas que solo no puede). Y sentir esa incapacidad como colectivo fue tan jodido que no pudimos evitar intentar todo lo posible. Nuestra manera de enfrentarnos a la música dificulta trabajar sobre un concepto previo, incluso con uno directamente vinculado a las emociones. Nosotros improvisamos en un tiempo y en un espacio. Y no hay más conceptos. Y las emociones, si surgen, no están previstas de una manera programática. Por ejemplo, ¿qué es más alegre, un crujido grave o uno agudo?, ¿un susurro largo o uno corto?, ¿qué es más alegre, un crujido o un susurro?. Evidentemente, nosotros no tenemos la respuesta.
Nos iba quedando claro que si queríamos participar en vuestra alegría, la nuestra tenía que venir de fuera de nuestra música. Es cierto que cuando tocamos, en muchas ocasiones, se nos escapa una sonrisa de alegría que procede de esa sensación de encontrarse con los demás (con los demás músicos, con las personas que están escuchando junto a nosotros), y que ese no sentirse solo es, sin duda, uno de los principales motivos de alegría que puede haber, el no sentirse solo. Pero no era suficiente. Eso ya ocurre, cuando ocurre, en el resto de nuestras intervenciones. Teníamos que encontrar una alegría con la que trabajar. Pero la dificultad era mayor dado que, para colmo, estamos acompañando un ciclo de danza. Y ya que nosotros no danzamos, ¡qué menos que nos movamos en el tiempo de la escena, en el tiempo de la danza!. Un tiempo que es también el de nuestra música pero que es, creemos, muy distinto al tiempo del concepto: ese tiempo fantasma que, aunque generado en la escena, no necesite de ese tiempo compartido entre todos los que estamos en ese espacio.
Y mientras íbamos pensando qué podíamos hacer nos cruzamos con la Vanda de En el cuarto de Vanda, una película del portugués Pedro Costa. A aquellos que conozcan la película, les parecerá jodido que sea ésta la que, a través de dos breves secuencias, aporte la alegría a nuestra participación. Pero la fuerte presencia de esos cuerpos destruidos no sólo por la heroína en un barrio en destrucción, cuerpos aún resistentes y con una lucidez asombrosa, de una rara manera, nos llena de alegría en la tristeza y en la desolación. Las dos secuencias que hemos elegido son prácticamente las únicas en toda la película (larga, larga) en las que la presencia de la música es importante: Webern en la primera y Bach en la segunda. La música, la propia existencia de la música, como motivo de alegría. Nosotros nos limitaremos, antes y después de la proyección de estas secuencias, a envolver esa rara alegría, en ausencia, con nuestros sonidos.
Vamos a ver qué pasa….
¡Muchas gracias por vuestros ánimos!
Colectivo maDam