Desde el piso superior de un claustro contemplo y escucho a Ramón conversando con un periodista gigante que lo entrevista. Gigante porque Ramón sólo le llega al hombro. El periodista es enorme y lleva coleta. Ramón le explica la historia de cómo dejó a aquella gran compañía en la que estuvo trabajando en otro tiempo.
Dos parejas se nos han enganchado y ocupan mi Celda. Son turistas en Barcelona. Una de las chicas me pregunta qué es una sardana. ¡Pues sí que están pez! Se lo explico.
Tengo follón con sus parejas, dos moritos españoles. Me persiguen y no me dejan en paz. Realmente no sé cuál es la poderosa razón que me obliga a ser tan hospitalario con ellos.
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Me despierto en mi cama abrazado al Niño, desnudos. Me gusta El Niño y me gustaría que se me pusiese dura para follar con él. Pero, aunque me refriego con su cuerpo desnudo y lo intento por todos los medios, mi polla apenas reacciona.
Fumo tranquilamente en el sofá de La Celda. Me levanto, voy hacia la cama y descubro horrorizado que las sábanas están deshechas y yo no recuerdo haber deshecho la cama. Pero no hay nadie en el dormitorio. Con la piel de gallina vuelvo hacia la sala del sofá y está todo patas arriba, como si alguien lo hubiese registrado todo. Tengo vértigo. Todo me da vueltas.
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Estoy un poco puteado porque me han llamado de La Santa para tocar una pieza en el auditorio. Dudo entre pasar olímpicamente de ellos o aprovechar la oportunidad para jugar un poco y escandalizarlos. O simplemente aportar un poco de aire fresco, que buena falta les hace.
Mientras pienso esto recojo las cosas y abandono la playa en la que estaba tomando el sol con Los Creadores y Mi Protegida.
Llegando a casa de Los Creadores nos encontramos en la calle a un grupo de chavales jugando a un juego algo violento. El Creador les reprende pero ellos ni caso. Yo, en cambio, les robo un par de zapatillas deportivas y se vuelven locos. Paran el juego y me piden explicaciones. No sé qué coño les explico que se quedan tranquilos. Algo les prometo, pero no sé lo qué. Lo que sí sé es que me llevo las bambas y que ha sido una jugada maaestra que utilizo para demostrarle al Creador que hay otras formas más efectivas que el ordeno y mando para conseguir que la gente nos haga caso.
Ya en casa Mi Protegida me devuelve mi móvil y resulta que no es el mío. Ha habido una confusión con los móviles, el ipod y su puta madre. Creo que este móvil es de uno de los chavales y el mío, que es bastante más moderno, se lo deben haber quedado a cambio. Me estoy empezando a putear.
La Creadora me llama desde la otra punta del piso. El Creador también. Me tienen harto. Me pillan pensando si toco John Cage o qué. Pero pienso en el muermo de tener que tragarme todo el puto concierto y decido que rechazaré la invitación. Y les grito a mi familia que me dejen en paz de una vez.
Me despierto con una sonata de Beethoven en la radio. ¡Qué curioso! Hace mucho tiempo que cambié a Radio 3. Quizá me despierte en el pasado.
Paso el día con mi familia y Birkin en una casa de veraneo. Pero no es verano, es más bien primavera. La casa es blanca, tiene una terraza superior, como un terrado inmenso, en el que pasamos la tarde con unas conocidas de Birkin que son unas antipáticas. Una me toma por un camarero. «Niño, tráeme un vaso de agua». Yo la miro como si no hubiese escuchado bien. ¿De qué va esta tía? Al final se levanta ella misma a buscarlo.
A la casa se accede por abajo. Como si fuese un barco y nosotros pasásemos el día en la cubierta. Me da por ir abajo y veo con pavor que se ha inundado. Cae agua del techo, que se está deshaciendo como si hubiesen estalactitas. Salgo corriendo a buscar al Creador para avisarle pero por mucho que grito no lo encuentro. Tomo el mando, entonces. Me acerco a Birkin y le explico lo que pasa. Ella continúa tan tranquila y yo flipo. Me reprocha cariñosamente que aún no haya conseguido aprender a mantener la calma en situaciones extremas como ésta. Ya no soy un crío. Bueno, vale, pero llamo a la Creadora, para que se ponga a salvo y también a las pesadas de las amigas. Se arma revuelo y unos pocos bajamos a comprobar el estado del piso de abajo. ¿Cómo ha podido suceder?
Entonces llega un paquete para la casa. El Creador, que finalmente ha aparecido, lo abre y ante nosotros aparece un niño que comienza a correr o, más bien, chapotear por el interior del piso. Tengo que entrar para calmarlo y pararlo, aunque él se resiste y me da patadas y puñetazos. Es un bicho. Tiene un ojo blanco, ensangrentado, y le falta media dentadura. A mí no me inspira más que lástima. Lo abrazo y me emociono. Él se da cuenta de que no me inspira más que amor y se sorprende, lo cual es el principio de un cambio de actitud.
Un par de chicas me persiguen de noche. Los Creadores se han ido de la ciudad y, por unos días, mi Protegida y yo tenemos su casa para nosotros.
Una de las chicas me coge la mano y la otra se mete enmedio y me da un beso. Me obliga a apartarla. Me refiero a la del beso. Demasiada gente entrometiéndose en mi vida. Esta chica, un tío alto y fuerte, algunos secuaces. Todos intentan por todos los medios que los deje entrar en casa pero yo sé que eso sería una equivocación y que debo impedirlo. Cada vez vienen más y más, esto se tiene que acabar. Posición de combate. Visto kimono. Mis primeros golpes salen como latigazos. No tengo compasión porque sé que esta gente no es humana. Son bichos programados para sacarme la sangre. ¡A la mierda la compasión! Mis puñetazos los dirijo a la cara, con todas mis fuerzas. Y las patadas al estómago. Pero no me muevo más de lo necesario, como debe ser. Precisión y economía de recursos. El gigante cae, la chica entrometida no se atreve a acercarse. No dudo. Se acabaron las dudas. Me da igual su dolor. No me lo creo. No es de verdad. Estas alimañas no sufren. Son insensibles. O ellos o yo.
Ya empezamos. Me vuelven a perseguir. Otra vez apuntándome con una pistola. Por lo visto, esta vez me quieren robar. Pero me da miedo que eso sólo sea la excusa. En cualquier momento podrían apretar el gatillo. En el vestuario compruebo el contenido de mi bolsa. No debería haber metido tantas cosas. Algunas ni siquiera son mías, como la pelota de minibásket. Hoy toca gimnasia y mis compañeros se reparten por las canchas de básket, fútbol y voley. Pero unos cabrones se dedican a atracar con la pistola en la mano. No hay nada que hacer.
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Comida familiar con la presencia invitada de La Puta. La Puta me muestra una carta que me envió hace tiempo y que yo no recordaba. La carta es un cómic, casi una fotonovela, en la que aparecemos ella y yo como protagonistas. ¿Cómo puede ser que no recuerde algo tan chulo?
El Padrino me recuerda lo que vale cada uno de los regalos que están sobre la mesa.
El Creador me hace sentir culpable cuando me explica que unos excompañeros míos del colegio no le han pagado los últimos meses de alquiler de un piso propiedad suya del cual ignoraba la existencia. Le contesto y se caldea el ambiente.
Birkin no dice nada pero me sigue a la cocina. Cojo una botella de agua abierta y me sirvo. La pruebo y me sabe mal, como si llevase mucho tiempo ahí.
Nati, la mujer del Hereu, aparece en el porche de una casa vestida como si estuviésemos en la casa de la pradera y con el pelo rizado teñido de rubio oxigenado (puede que sea una peluca). A su lado hay otra mujer. El Hereu las contempla a cierta distancia y yo llego en ese momento conduciendo un coche. Abro la puerta, salgo y Nati se pone a correr y gritar en dirección a un bosquecillo que limita con la carretera. La vemos entrar entre los árboles y salir a continuación por donde se acaba de nuevo el bosque para entrar en la carretera, pasar por delante de la casa y volverse a meter en el bosque, siguiendo una trayectoria circular.
Pero algo no cuadra. Por la velocidad que lleva uno esperaría verla salir del bosque un poco más tarde. Es como si una doble la esperase escondida en el bosque y le hiciese el relevo. En el bosque entra Nati pero sale otra persona. Esa persona describe todo el círculo y al entrar en el bosque es substituida por Nati, que es la que sale de nuevo a correr. Y así repetidamente.
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De pronto, Sensei se tira contra la pared, nos mira, a El Cuerpo y a mí, y nos dice que se va a correr ahora mismo porque está super excitado. Se saca la polla y se la casca ante nosotros y, antes de que nos dé tiempo a reaccionar, se corre y su semen le mancha el jersey porque casi le llega hasta su cara. Yo meneo la cabeza y le digo a El Cuerpo que Sensei está loco perdido y que no sabe ya cómo llamar la atención. Venga, Sensei, recomponte y vámonos. Y salimos por la puerta de entrada del edificio donde viven Los Creadores.
La Puta me llama por el patio de luces del piso de Los Creadores. Yo estoy en el lavadero. Me dice que vaya a una fiesta en otro piso. Voy. Hay mucha gente, entre ellos Sensei. Estoy tirado por el suelo, en unos cojines, con Sensei al lado, rodeado de gente que me escucha y voy y explico alguna intimidad de La Puta que sé por Sensei. Sensei me mira flipando y me reprende aunque sólo sea con la mirada. ¿Cómo puedo estar explicando eso? Le digo que no pasa nada pero sé que no es cierto. Soy gilipollas.