Un sobre para cada artista

Mi trabajo consiste en meter en un sobre gigante a cada uno de los artistas de la comunidad. Un sobre para cada artista.

Tengo sed. Miro con envidia cómo una de las artistas se come un melocotón.

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Déjà vu

Estoy a punto de salir de Alemania. Justo pasado el control del aeropuerto una señora se acerca a mí y me pregunta si le vendo una bolsa que llevo medio rota. Me lo pienso y le contesto que se la regalo. Está muy vieja, ya apenas la utilizo y para que se muera de asco mejor regalarla a alguien a quien, por lo visto, le gusta y le dará uso. La mujer me ayuda a vaciarla. Va colocando los jerseys y otra ropa con un orden prusiano. Tanto que, por un momento, no veo alguna prenda y desconfío de ella por si me está robando. Pero no. Es honrada conmigo.

De viaje con Ramón, le ayudo a montar. Salgo un momento a buscar algo al patio, un patio inmenso pero cerrado. Allí me encuentro con otra mujer mayor. Me pide que la acompañe. Le digo que estoy ayudando a Ramón, que estoy muy ocupado, que no puedo. Ella ni se inmuta, me coge del brazo y me dice que lo que sea que esté haciendo con Ramón puede esperar. Tiene razón. Luego me habla del Morer, de su pista de tenis, de aquellos años de mi infancia. Tengo la impresión de haber estado ya allí, en ese patio rojo y señorial.

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Diferentes puntos de vista

Miro a Sensei a mi lado y le pregunto:

– Ese tío desafina, ¿no?

Y él me contesta:

A mí no me lo parece

– ¿No lo notas?

No, para nada.

A él le gusta, parece el videoclip de The Knife.

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La gente no cambia

Estoy pasando una temporada con Sensei en nuestro piso de protección oficial en Francia. Por la mañana me levanto y me siento ante el piano de cola que hay en el rellano. Toco la Gnosienne número 2 de Satie. Trabajo la mano derecha, buscando a ver qué encuentro en la primera frase. No sé si encuentro algo o me he encallado como un autista pero el caso es que no puedo parar de repetir una y otra vez la frase.

Detrás de mí se abre una puerta. Una de mis vecinas asoma la cabeza. Se ve que está recién levantada. La he despertado yo. No le hace mucha gracia pero es una chica simpática y comprende. Hablamos (en francés) sobre el estado de la sanidad pública, lo que son las cosas.

Aparece Sensei, duchado, afeitado y vestido para matar, esto es, tipo Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo. Aprovecha la elevación de un parterre del rellano para colocarse en esa posicion suya tan característica, apoyado sobre sus antebrazos. Ha captado nuestra atención y lo sabe muy bien. Ahora nos suelta su frase: A ver, señores, este es el juego, mientras sostiene una Moritz entre sus piernas.

Mi vecina me pregunta si soy gay. Me río. Nada de eso. Sensei sí que toca ese palo. ¿Es gay? Hombre, tiene novia pero también tene un pasado. Y la gente no cambia, ¿no?

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¿Realmente ha muerto Mi Protegida?

Mi Protegida es la primera persona que se somete a una nueva operación quirúrgica. Espero con los Creadores en el hospital.

(…)

Mi Protegida  ha muerto. La Creadora no me lo quiere decir pero es evidente. Cuando se ve obligada a admitirlo, le intenta sacar importancia. El Creador directamente se comporta como si nada hubiese pasado.

De sopetón, brutalmente, me enfrento con la muerte de Mi Protegida. No puede ser. No puede desaparecer de la noche al día. No la volveré a ver nunca jamás. Ese nunca jamás es muy doloroso. Siento una punzada en el corazón, me mareo, todo me da vueltas. Y lloro, lloro a berridos, no puedo parar.

Luego aparece la ira, la cólera roja. Debo destruir a los responsables del complot que ha acabado con la vida de Mi Protegida. Recorro el hospital en su busca y van apareciendo. Es toda una banda de asesinos bien entrenados y sus cómplices, aparentes mosquitas muertas con aspecto inocente pero tan culpables como los que toman las pistolas.

Me elevo por encima de toda esa purria y descargo mis golpes en sus cabezas. Son duros, una especie de cyborgs resistentes y super inteligentes. Pero mi ira es infinita. Aunque ellos tienen pistolas que disparan hacia mí. Pero me da igual, la cólera roja no desaparece. Me guía un instinto asesino que me permite sortear la lluvia de balas para vengar a Mi Protegida. Los bandidos huyen como pueden utilizando las puertas de embarque del aeropuerto. Pero lo que ellos no saben es que sé volar.

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¿Qué me han hecho?

Miro asustado mi pie izquierdo, todo arrugado, con la piel colgando ligeramente, un verdadero asco. Así se ha quedado después del masaje que me han hecho.

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Mutismo

Lo único que recuerdo es que busco a La Puta enmedio de una oscuridad casi total y que, cuando la encuentro, le hablo y ella no me contesta, no dice nada. La sigo a todas partes pero ya en silencio porque es como si se hubiese quedado muda.

En una clase con pupitres viejos me habla La Falsa, que ha crecido 3 palmos por lo menos. Como de costumbre no nos entendemos. Es como si estuviésemos en longitudes de onda diferentes.

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Pasa de mí

Marina Oliva, ante todos sus discípulos, se pone a criticarme ferozmente, conmigo delante. Me critica todo, hasta la lentitud con la que avanzo en mi bici. Tardo en reaccionar y, cuando lo hago, todo son justificaciones aunque pronto me doy cuenta que lo mejor es dar un portazo y pirarme. ¿A qué viene esta persecución?

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No admito más intromisiones

Hablo con Fermín. Comentamos lo que hay que hacer. Kenia aparece de vez en cuando y opina. Fermín admite todos los comentario y los apoya, pero yo no. Cuando ya no puedo más le digo a Fermín que no estoy dispuesto a admitir más intromisiones.

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Dejadme solo

Corro por la playa hawaiana bordeando el agua.

Una amiga me da un beso en los labios. Pretende algo más que amistad, lo sé, pero a mí me resulta incómodo.

Desde el jardín que está delante de la casa de El Paraíso vemos al Creador haciendo arreglos en el patio que da entrada a la casa. Nos saluda y nos explica toda una historia que ha tenido con el padre de La Creadora, a la que todos intentamos sacarle hierro.

Entro al lavabo del recinto donde residimos mi amiga y yo y un montón de gente más que nos acompaña. Una chica y tres tíos entran detrás mío y permanecen dentro, charlando mientras yo intento mear, aunque no lo consigo porque me siento observado. Uno de ellos por fin se da cuenta y se van para dejarme solo. La taza del water tiene una de esas protecciones higiénicas. A mí me sigue costando mear porque estoy un poco excitado aún.

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