Las palabras sólo pueden ensuciarlo todo si pretendo utilizarlas para explicar este dolor. Lo veo todo teñido de rojo, como si fuese verano, estuviésemos en la playa y el sol se estuviera yendo. Pero es invierno, es por la mañana y estoy en el cementerio. Y la gente se cruza en mi estrecho campo de visión y me abraza, a veces llorando. Yo no puedo. Una rubia me dice que hay que seguir, etc. Sé que es con buena intención pero no lo soporto. Siento vértigo. Ya no puedo volver atrás. ¿Y ahora qué? No quiero ni pensar el infierno que nos espera.
Huyo corriendo escaleras abajo. Me persigue una famosa arquitecta de origen judío vestida de uniforme militar años 30 apuntándome con una pistola. En el tercer piso me tiene a tiro. Me colapso porque no sé si atravesar el rellano para seguir descendiendo o darlo todo por perdido porque es imposible cruzar el rellano sin convertirme en un blanco perfecto. Me siento como un conejo asustado mientras ella dispara sobre mí sin conseguir dar en el blanco por muy poco, haciéndome saltar para esquivar las balas, mientras desciende la escalera poco a poco, riéndose.
Y entonces pasa. Ya ha pasado otras veces en situaciones extremas parecidas. Me encaro, grito, mi voz se vuelve ronca, salgo de mí, diría que crezco unos cuantos centímetros, me enfrento a la famosa arquitecta mientras le grito: ¡Déjame en paz! ¡Ya está bien! ¡Estoy harto de ti! ¡No te aguanto ni un minuto más! ¡Quién te has creído que eres! ¡Vete a la mierda!
Mañana me voy de viaje. Preparo mi pequeña mochila con cuatro cosas de ropa y me voy a dormir. Duermo en la habitación de Mi Protegida en casa de Los Creadores. A medianoche me despierto pensando en cosas que se me ha olvidado meter en la bolsa. Cuando se trata de un viaje largo debería comenzar a preparar el equipaje desde la mañana, dejarlo todo por ahí a la vista para ir añadiendo todos esos pequeños detalles que con las prisas siempre se olvidan. Me levanto para añadir a mi equipaje todo lo que se me ha escapado y entonces caigo en la cuenta del puto examen de álgebra que me espera mañana. No me acordaba. No vale la pena mirarme los apuntes, son una montaña. Tendré que enfrentarme al examen con lo puesto. Ya lo hice una vez, ¿por qué iba a ser diferente ahora? Más tranquilo, me dedico a pensar cómo salir de La Santa por el laberinto de cinturones y nudos de autopistas. Es todo tan complicado. Se hace difícil vivir.
Pico al timbre del portal de un edificio antiguo. Me abren, subo. En el cuarto piso me espera una chica muy parecida a Black Mamba, es como su hermana gemela. Por su casa entra y sale gente. Alquila habitaciones para putitas jóvenes que se acuestan con sus clientes. Así se gana algún dinerito. Los Creadores son vecinos. Se van a enterar de que estoy aquí. Ella me propone que vayamos a un concierto esta noche. El caso es que tengo entradas pero ya he quedado con Black Mamba. Sería un lío combinar a Black Mamba y a su doble en la misma noche. Pero intento buscar una solución porque soy incapaz de decirle que no. Se va a montar un lío, lo sé. Las dos viven en el mismo barrio, sus balcones dan al mismo edificio, trabajan en la misma institución, ¿la gente no se da cuenta de que son la misma persona?
Bajamos a la plaza. Están Los Creadores con algún vecino. Uno de ellos me dice si le invito a un aperitivo. Bueno, vale. Pero me coge de la mano y me lleva hasta el restaurante japonés que hay al otro lado de la plaza. Me da todo igual porque sólo pienso en Black Mamba y su doble y cómo lo vamos a hacer para salir de esta. Es como vivir en dos universos paralelos superpuestos con un ligero retardo en la dimensión temporal, no sé si me explico. Entre dos tierras estás y no dejas aire que respirar …
Desde la cama escucho voces de gente que se espera. Hablan de unas fotos. Pienso en la cantidad de tiempo que hace que no tiro una foto. Me levanto. Saludo a un par de colegas, los de las fotos. Me hablan de unas fotos antiguas, mías, que aún recuerdan. Me preguntan si ya no hago fotos. ¿Por qué?
Salgo de casa de Los Creadores, en La Santa. La calle Baleares, a su paso por el Parque América, vuelve a ser como antaño, como si la hubiesen reconstruido. En una tienda de muebles hay un letrero bien grande anunciando la reapertura de un restaurante de pescadores. No recuerdo el nombre: La Bagatela o La Galera, algo así. Una placa anuncia excursiones programadas para conocer uno de los caminos antiguos que llevan a la Sierra de la Marina. Turismo.
El Creador me habla pero no le presto atención. Se da cuenta y me pregunta si estoy enamorado. Más bien me debo de estar quedando sordo, Creador.
Camino con prisas hacia el metro de La Santa. Es tan temprano que aún no ha amanecido. Mientras bajo las escaleras de la boca del metro saco mi móvil del bolsillo del pantalón para mirar la hora. Mi móvil no parece mi móvil, es otro modelo. Pero en cambio la pantalla está rota por el mismo sitio que mi móvil. Hace tiempo que no cojo el metro. Han cambiado los accesos. Las escaleras son muy empinadas. Está llegando un metro y tengo que saltar los peldaños de tres en tres. Estoy a punto de estamparme. Al final de las escaleras hay unas verjas como de los años 80 con un cartel que pone barra libre. No hay que pagar. Interpreto que debe ser para los que tienen prisa o un abono. Atravieso esa barrera como puedo y me cuelo en el andén pero demasiado tarde. Luego decido no pagar.
Es de noche y las calles del centro de Hong Kong están infestadas de gente bebiendo y gritando. De camino para casa recogemos a unos cuantos y se corre la voz. Le digo a La Creadora que vamos a tener algún invitado y parece alegrarse. Pero la muchedumbre invade literalmente nuestra casa y es el caos. A la gente se le caen las copas, vomitan en el suelo, escupen y mean. ¿Dónde está el karaoke?, me preguntan. Esto es un error, hay que echarlos a todos. La Creadora está escandalizada y superada por las circunstancias se desentiende de todo. Reconozco a alguien pero la mayoría son desconocidos para mí, aunque me suenan todas las caras. Me cruzo con La Niña Roja, con una copa en la mano, riendo y bebiendo con El Mod, y me dice que hay que reconocer que soy un crack para muchas cosas pero que sobre todo soy un experto en complicarme la vida. A ver cómo salgo de esta.
Salgo de mi habitación de hotel con Ramón. Se acaba de afeitar la cabeza y está muy raro, una azafata se lo comenta en el pasillo. Nos metemos en el ascensor y su calva se refleja en el espejo. Yo también se lo comento, parece un bebé treintañero. Hacen falta un par de días para comenzar a aceptar su nuevo aspecto.
Entramos en casa de La Puta. Hay bastante gente en la cocina. No hay separación entre la cocina y el resto de la casa. Nos servimos algo, un desayuno. La Puta sonríe, viste de rojo y negro. Se dirige a un piano vertical que está apoyado en una de las paredes y se pone a tocar con un virtuosismo inesperado. No sabía que La Puta tocaba el piano. Enseguida se sienta al piano otro tío, puretilla, que toca con ella. Poco a poco se unen a la fiesta más pianistas: una mujer que lleva falda y gafas, una niña asiática. El teclado del piano es más largo de lo normal, si no no cabrían todos. Es sorprendente. Es un inicio tremendo, todos comentan que este nuevo espectáculo parece que va a ser la hostia.La Puta se levanta del piano y reparte cosas entre el público: sombreros, juguetitos. Se te acerca, te dice algo y tú le sigues el rollo pero tienes que hablar, decir algo. Todo muy natural. El espectáculo no está acabado. Luego charlamos un momento y le comento cuánto me ha sorprendido verla tocar. Se lo enseñaron en el Institut del Teatre. No lo sabía.
No recuerdo muy bien a quien le he dejado mi Ferrari rojo. Creo que se lo dejé a una chica pero no estoy seguro de a quien: Pat, ¿quizás?. Necesitaba un coche y yo llevaba las llaves encima y como no lo cojo nunca. Creo que iba borracho porque si no no lo entiendo. Lo de dejarle el coche sí, vivir es compartir, pero que no me acuerde de a qué chica se lo dejé eso ya me parece más preocupante.
Bueno, me voy a jugar a básket con mi colega el chungo del barrio. Es un tío bajito y jovencito, poca cosa pero un chungo. Lo que pasa es que es absolutamente leal y honesto cuando jugamos juntos en la cancha del barrio así que me mola hacer pareja con él. Mientras me estreno tirando unos tiros me pasa que no meto ni una ni debajo de la cesta. Soy incapaz. Me estoy comenzando a preocupar.
Hay que limpiar como sea el coche de Dorothy antes de que vuelva. Somos gente, está El Suicida, dos más y yo. Primero enjabonar, luego ya se verá, así que manos a la obra. Nos ponemos con brío, con el coche aparcado en la acera. Hace años que no lavo un coche si es que he lavado alguno alguna vez. Desde los tiempos en los que El Creador lo llevaba el domingo a la montaña de La Santa y yo me escaqueaba todo lo que podía porque nunca me ha gustado nada y le debía de decir ya que por qué no lo llevaba a un tren de lavado. ¿No existían ya a principios de los ochenta? ¿O eran aún los setenta? Igual eran un lujo entonces, vete tú a saber. La vida ha cambiado mucho desde entonces, me parece. Éramos como los chinos ahora, quizás. Todo estaba cambiando, todo era bastante cutre pero nos dimos cuenta después, no en ese momento. Da igual, podría haberme gustado ayudar al Creador a limpiar el coche, darle a la esponja aquella gigante que tenía, me acuerdo, mojarla en el cubo del agua con jabón y menearla por el exterior del coche y pringarme todo, mi pantaloncito corto y mi camiseta azul de tirantes, me acuerdo. Pero creo que no me gustaba, ya no estoy seguro.
Cuando el coche ya está enjabonado por fuera decidimos enjabonarlo por dentro. Puede que sea una decisión equivocada pero o no se nos ocurre nada mejor o preferimos pasarnos que quedarnos cortos. Igual lo acabo decidiendo yo, no sé, puede que El Suicida no esté demasiado de acuerdo pero, por la razón que sea, respeta mi criterio. Seguramente se equivoca pero este aura de prestigio me persigue en ciertos ámbitos familiares, qué se le va a hacer, habrá que asumirlo y, de paso, ya que estamos, dilapidarlo.
Bueno, luego hay que enjuagar, digo yo. Buscamos los mejores paños que encontramos por el maletero y comenzamos por el interior, que parece lo más urgente. Pero apenas hemos empezado vuelve Dorothy. Se sienta en el asiento del conductor y nos pregunta qué estamos haciendo. Hombre, ni siquiera es una pregunta, está claro lo que hacemos. Tan claro que a mí me pilla sacándole brillo al cambio de marchas, ya ves. Pues limpiar el coche, Dorothy, ¿qué te parece? Bueno, no le parece mal pero hay que ir marchándose porque viene la policía y tenemos prisa. Me cago en la puta, me deja con la duda, el cabrón. Parece que vuelva de atracar el banco de la esquina.