Perdimos la oportunidad

No es la primera vez que me pasa que acabo en la cama con alguien y no soy capaz de recordar cómo hemos llegado hasta aquí. Esta vez todo es blanco. Las sábanas son blancas, las paredes son blancas, la habitación inmensa es blanca, es un local a pie de calle, desde fuera entra una luz blanca de primera hora de la mañana, la Niña Roja está a mi lado, es blanca y lleva unas braguitas blancas. La despierto acariciándole el pelo, se pone de rodillas encima de mí, le doy un beso en uno de sus pezoncitos y se ríe. Se me pone muy dura. Nos miramos como si no nos hubiésemos visto nunca. Nos hemos visto mil veces pero nunca en la cama, los dos solos y casi desnudos.

Entonces oímos un ruido enfrente de la cama, un poco más allá, aparece una chica que ha abierto la puerta de la calle con su llave y entra como pedro por su casa. Me levanto para cerrar la puerta corredera que nos separa de esa parte de la sala y vuelvo corriendo a la cama. Pero la otra puerta, a la izquierda de la cama, se abre y aparece un montón de mujeres vestidas con chándal, que hablan holandés y se instalan en las colchonetas que están esparcidas por la sala. Y comienzan a pasarse pelotas de plástico hinchable, como las de ir a la playa, y a jugar y reírse entre ellas.

Se nos acabó el tiempo. Había que darse prisa pero no lo sabíamos. ¿Quién se podía esperar esto?

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La invasión de los ultracuerpos

No me podía levantar de la cama esta mañana pero mi cuerpo estaba poseído. He salido de esa habitación horrible donde duermen mis compañeros (pero compañeros ¿de qué?) y he sido transportado hasta la habitación de Lorena. La puerta cerrada. Sabía que ella duerme sola. He abierto la puerta. He entrado. Desde la cama Lorena ha abierto los ojos y me ha mirado sin moverse. Y luego ha sonreído, menos mal porque mi cuerpo ya había iniciado el primer movimiento de aproximación hacia su cama. Me he metido dentro y la he besado en los labios. Era la primera vez. Me ha gustado. No siempre pasa, a veces te mueres de ganas y luego el primer beso no está a la altura. He disfrutado de amantes que aún recuerdo, y recordaré siempre, y el primer beso no estuvo a la altura de lo que pasó luego. Pero también me ha confesado alguna de ellas que, después de un primer beso por probar, como le gustó, le entraron ganas de repetir. Si no me hubiese gustado el primer beso con Lorena no sé si mi cuerpo se hubiese retirado porque me da la impresión de que no obedece ya mis órdenes. Sólo espero que almenos sea él quien da las órdenes y no un tercero a quien no tengo el gusto de conocer. Con mi cuerpo hay cierta confianza, hemos pasado mucha guerra juntos y hemos aprendido a convivir y respetarnos. Y a amarnos. Después del primer beso nos hemos vuelto locos y ya no podíamos parar, mi cuerpo, yo, su cuerpo y ella. Éramos cuatro, por lo menos, sin contar un hipotético tercero que no descarto que sea el que ha dicho, el cabrón, «te quiero». Así, a bocajarro. Mi cuerpo no suele hablar, que yo sepa, yo no he sido, estoy seguro, así que debe haber sido el cabrón que nos controla a mí y a mi cuerpo. Con la locura Lorena y yo casi nos habíamos caído de la cama y ese «te quiero» de los cojones a Lorena le ha sentado fatal, no me extraña, es de muy mal gusto. Se ha levantado y me ha invitado a dar un paseo y enseñarme un poco la ciudad. No conozco Bucarest.

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No enciendas el móvil hasta después del desayuno

Sigo en El Paraíso. Duermo en la antigua escuela, una sala diáfana que parece una pecera porque tiene ventanas por todas las paredes menos por una. Comparto el dormitorio con más gente pero cuando me despierto ya no están, siempre soy el último en levantarme.

Esta mañana, después de vestirme, estaba acabando de desayunar sentado a una mesa desde la que se puede contemplar la montaña del otro lado del río, estaba medio extasiado contemplando una nubecilla que cruzaba el cielo increíblemente azul a velocidad de crucero, cuando por delante de la ventana ha pasado una parejita, una chica muy mona y un chico que no conozco mucho pero que duermen en esta misma sala. El caso es que el chico me ha mirado y me ha hecho una señal como de «¿te piras?», que yo he interpretado, en traducción libre, como «oye, pírate, si no te importa, que esta chica tan maja y yo queremos follar juntos y esta sala en la que tú estás desayunando tan plácidamente es el único sitio que tenemos para acostarnos juntos, no te importa, ¿verdad?».

Yo lo he entendido perfectamente y no me ha importado demasiado abandonar mi estado semicontemplativo, recoger rápido los restos del desayuno y abandonar la casa.

Para salir del recinto hay que pasar por la cancha de básket. Había partidillo. He reconocido a Holy, con la que últimamente me carteo bastante vía email pero que nunca saludo en la calle por razones que no sabría explicar muy bien. A veces pienso que hace tanto tiempo que no nos vemos las caras que quizá no se acuerda de qué pinta tiene la mía y por eso no me saluda. Esto de no saludar a mí me parece una descortesía, como mínimo, y casi una agresión en otros casos pero a veces las condiciones no se dan, el saludo no fluye demasiado natural, no te pones de acuerdo con el protocolo, las guiris te van a dar la mano cuando ya te habías tirado de cabeza para darles dos besos, o las artistas te dan un beso en los morros mientras tú le pones la mejilla o los amigos te dan un abrazo rockero o dos besos mientras tú les ofreces la mano, que muchos no saben ni coger. Pero bueno, si no te reconocen o no se acuerdan de ti y no tienen por costumbre saludar a desconocidos aunque vayan acompañados de amigos (otra modalidad, las presentaciones) pues mira, eso que te ahorras si no te apetece mucho integrarte, si estás esquivo y lo que quieres es darte un paseo solitario hasta las fiestas del pueblo más cercano, a poder ser echando un vuelecito, como es el caso, ligero de equipaje y aprovechando que nadie se va a sorprender, que nadie te va a molestar, que nadie se fija ya en ti porque por fin eres totalmente invisible.

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Caballo

Remonto el río Paraíso en una canoa con la única ayuda de un remo. Ya me imaginaba que iba a acabar empapado, por eso sólo me he puesto un bañador. Casi es como si remontase el río a nado. Cuando llego a la curva del último largo, antes de que el río se vuelva innavegable, acerco la canoa a la orilla y la ato a uno de los árboles que se inclinan hacia el río y le dan sombra. Sin pensármelo mucho, no sea que me arrepienta después de lo que me ha costado llegar hasta aquí, inicio la ascensión por la escarpada ladera de la montaña para llegar, antes de que se haga de noche, a mi objetivo: una antigua casa de piedra, madera y techo de pizarra donde vive desde hace un tiempo la Heroína. Mil veces me ha repetido que no desea verme. He respetado su deseo hasta hoy pero algo que no puedo controlar me ha empujado a recorrer muchas millas hasta llegar hasta aquí y presentarme en la entrada de su casa, abrir la cancela de la verja de madera viejísima por donde se entra al patio y llamar a la puerta mientras grito su nombre. La puerta está abierta, entro, ella se asoma, me ve y con una naturalidad que me deja pasmado me dice que recoja las cosas, que nos vamos a no sé donde, de viaje (o eso creo entender). No, a ver, yo he venido hasta aquí siguiendo un impulso incontrolable, seguramente, pero no estoy como para irme de viaje contigo, lo siento. Estamos todos locos. Me siento muy cansado, me doy la vuelta, salgo al patio, miro el cielo, está anocheciendo, me entra frío y me pregunto qué se supone que debo hacer. Caminar seguro que me sienta bien.

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Sangre sin palabras

No puedo resistirme cuando mis labios rozan los labios de Maus en lo que hubiera debido ser un inocente beso sin importancia al estilo artistas-modernos-en-mitad-de-una-fiesta. Pero estamos solos en una habitación que hace de guardarropía, está oscuro y yo estoy harto de esta tensión sexual no resuelta, como de película de sobremesa. Maus está muy delgada, pálida, se ha quedado casi sin tetas, los pómulos se le marcan en la cara, alrededor de sus ojos sólo hay oscuridad y, en medio de todo este panorama, su boca, sus labios rojísimos impiden que aparte mi mirada. La sangre está hirviendo debajo de toda esa nieve. Vuelve a decirme lo guapo que estoy cuando no llevo gafas y yo no respondo, le acaricio una de sus mejillas, deslizo la mano hasta su nuca, huelo la sangre hirviendo mezclada con su aliento y me la como. Dios, follamos como muertos vivientes.

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¿Qué hacer con mi libertad (suponiendo que la tenga)?

Me llaman a filas y acudo obedientemente con una bolsa con mi ropa. En el patio del cuartel me encuentro con un oficial de baja graduación (supongo, por la pinta que tiene). Lo saludo con un Buenos días, señor para ir ya integrándome. Me ordena que espere debajo de un porche de madera. Allí me estoy un rato esperando que alguien se acuerde de mí mientras observo el patio del cuartel, que me recuerda el Far West. Paso tres cuartos de hora y nadie me hace ni caso. Entonces recapacito y decido marcharme por donde he venido. La verdad es que no tengo trabajo, no tengo nada que hacer, y pensé que un año de servicio militar era la ocasión para no hacer nada y disfrutar sin preocupaciones con una coartada perfecta: mi deber con el Estado. Pero ¡qué coño! No necesito coartadas. Además, en su día me declaré objetor de conciencia. Nadie vendrá a buscarme. Voy a disfrutar de mi libertad.

Entrevista a Noam Chomsky, lingüista revolucionario y autor de libros como Los guardianes de la libertad

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Sólo quiero dormir

Abro los ojos. Me despierto. Estoy en la oficina. Estamos de cierre. El lunes sale el próximo número de la revista. Richarte está sentado delante del ordenador. Se da cuenta de que me estoy despertando. ¿Qué tal, bello durmiente? Bien. No me extraña, llevas dos días durmiendo. Te dormiste el sábado por la noche y hoy es lunes. Hemos acabado el número sin ti. No había manera de despertarte, lo hemos intentado todo. Imposible, no puede ser. Y mientras digo eso echo mano de mi móvil para consultar la fecha pero Richarte quiere impedirlo avanzando hacia mí. Me escapo caminando hacia atrás sin darle en ningún momento la espalda para no perderle de vista. Está nervioso, no quiere que mire la hora. ¿Qué está pasando? ¿Por qué me engañan?

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A veces no puedo resistirme

No puedo resistirme, le doy un beso a Shangay Mirinda. Se ríe, se da la vuelta y se pone a caminar por el pasillo. La sigo. Entramos en una habitación, se pone de rodillas en una cama pequeña con sábanas blancas. Me subo a la cama. La vuelvo a besar. La cojo por la cintura. Deshacemos un poco la cama. Se levanta. No, aquí no, ven. Sale de la habitación, la sigo. Recorremos el pasillo. Entra en otra habitación con una ventana muy grande. Nos tiramos en la cama. Creo que quiere que la bese. La beso en los labios. Es un fruto prohibido. ¿Qué estará pensando ella? Me pongo de rodillas. Por la ventana veo pasar a Lolita y Ludvik. Me tengo que ir ya a la estación para no perder el tren. Ramón nos espera en el teatro.

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Nuevas tecnologías

Viajo por toda la Península, incluso más allá. Mi única ocupación es el paseo, la buena mesa y, cada noche, ir a ver algún espectáculo, sea lo que sea. Vivo tranquilo y distraído.

Muy al sur me acerco a una playa donde la temperatura invita a bañarse. Me meto en el agua sólo hasta los tobillos. Contemplo el mar. Poco a poco aparece una ola enorme en el horizonte. Se acerca a velocidad de vértigo. Cada vez es más alta y más alta, color azul marino muy oscuro. No me altero, no la encuentro amenazante, pero es la ola más monstruosa que he visto en mi vida, tan alta como un edificio de 20 plantas, bastante increíble. Cuando llega hasta la orilla se curva ocupando todo el cielo. Miro hacia la cúpula que se ha formado sobre mí y veo publicidad de una empresa audiovisual. Ya está aquí el cine en 3D, pienso. Debe de ser eso.

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¿Por qué no?

Falta poco más de media hora para que se abran las puertas y el público entre en la sala. La Heroína se estira sobre el escenario mientras hablamos muy tranquilamente de nuestras cosas. Aún no hemos decidido qué vamos a hacer pero no nos preocupa demasiado aparentemente. Estamos acostumbrados a improvisar, nos conocemos mucho, podemos hablarlo cinco minutos antes de salir a escena y todo irá bien. ¡Qué tranquilidad trabajar así! Vivir así.

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