– Tenemos una noticia para ti. Es una buena noticia. Alicia quiere que le limpies la casa. A partir de mañana vas a dedicarte a limpiar la casa de Alicia. Serás su asistente. Pero cobrando. Te va a pagar. No tendrás que preocuparte del dinero.
– Ya. Pero es que yo no quiero dedicarme a limpiar casas. No quiero trabajar para nadie.
Mientras hablo con esta persona, o lo que sea, que tengo a mi lado, me entra el típico momento de extrañeza, ese momento en que te preguntas dónde estás, como si te despertaras de un sueño, y quién es este tipo que está a mi lado y me habla. Su cara es como una máscara, lisa, no tiene ojos, no tiene nariz, no tiene boca. Parece Rorschach. No para de hablar, pasa el tiempo y con el tiempo su máscara se va transformando muy poco a poco. Primero aparecen los ojos, luego, poco a poco, la nariz, y, al final, la boca. Entonces comienzo a reconocerle. Creo que es Ramón.
II
En un acantilado en El Paraíso Christiana y yo observamos el cielo y ese paisaje maravilloso a vista de águila. Me llama la atención una señal como de tráfico. Me acerco para verla en detalle. Un dibujo que representa unas nubes y un rayo y debajo pone: 1 segundo. Es el tiempo que tarda en oírse el trueno después de ver el rayo. Las tormentas, en ese valle, están controladas por el servicio metereológico. Nunca había visto algo así.
III
Christiana está a mi lado y me habla. La encuentro guapísima, es hermosa, aunque no tenga nariz. Empiezo a acostumbrarme a estas cosas raras que pasan en las caras de los que me rodean. Le doy un beso. Contemplo en éxtasis su rostro. Es bella. Quiero pasar más tiempo contemplándola. Quiero que me acompañe. Me pierdo en su cara, pasaría años contemplándola. Si me paso mucho tiempo comienzo a intuir una pequeña nariz felina, como una gata. Quizá Christiana sea de otra raza. Qué mas da que no sea humana. Qué más dará.
Clases de vuelo colectivas con Sensei en Joy Slava. Volamos en círculo siguiendo las indicaciones de Sensei, que está encantado viéndonos evolucionar con tanta fluidez. La verdad es que esta mañana todo fluye, es una maravilla, así da gusto. Pero yo estoy deseando que se vaya todo el mundo para quedarme solo en el espacio y disfrutar de la sensación de lanzarme al vacío desde el balcón del último piso y dejarme caer hasta el primer piso suavemente para remontar el vuelo hacia el escenario. Me voy a pasar así toda la mañana.
Recojo a Angélica Liddell y le ofrezco de nuevo La Casa Incendiada. Me parece percibir cierta desconfianza. Me esfuerzo en ofrecerle mi hospitalidad. No parece muy tranquila. Es normal, nos acabamos de conocer. Lo natural es que salga mal. Soy sincero. No le demos más importancia. Ella necesita un sitio donde pasar esta noche y yo no voy a estar allí.
Debajo del armonium hay un brasero encendido. Lidia Zaj charla conmigo cambiando constantemente de idioma pero yo estoy más pendiente del brasero. Cuando ya no lo soporto más le digo a Pablo, de la Tristura, que se va a quemar el armonium. El fuego comienza a extenderse. Pablo abandona la sala para ir a buscar ayuda. Hay que traer mantas, no se puede echar agua. El armonium arde, se tambalea y se cae.
Antigua entrevista a Angélica Liddell en la radio del Círculo de Bellas Artes de Madrid en 2007
De nuevo en un encuentro rodeado de gente. No sé qué es primero, si la conferencia en una sala enorme decorada como todas las salas de conferencias, o el formulario con preguntas sobre Deleuze y Guattari, a los que no he leído jamás, hecho que no es obstáculo para que me sepa todas las respuestas por la fuerza de la repetición en tantas otras charlas y citas anteriores, o el escapar de los seguretas de los transportes públicos subiendo y bajando de los vagones de los metros y tranvías que utilizo para desplazarme de un punto a otro de la ciudad donde me encuentro. Ya no me acuerdo ni a donde iba. Da igual, tengo mucha prisa.
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Cada vez lo mismo. Llega el momento de tirar el arroz a la paella y no hay. Todo el mundo se pone a buscar el arroz como locos y el Padrino dice que hay que ir a comprar a la cantina. Eso quiere decir que me toca a mí aunque me haga el longuis para escaquearme y me invente mil argumentos perfectamente válidos para no pasar cada día por el mismo trago. Pero da igual. Él siempre será el cocinero y yo el pinche. Pero ¿y todos los demás? Los demás son medio retrasados y se dedican a husmear entre mis discos y a reírse mucho porque encuentran discos de Depeche Mode, primera época. Luego mirarán el armario y se reirán de mis camisetas blancas. Los de la tele están ahí fuera haciendo entrevistas.
Hacía mucho tiempo que no pisaba El Paraíso. Esta vez todo sucede de noche. La aldea está repleta de gente como nunca la había visto, creo, vaya, porque hay que remontarse mucho en el tiempo para recordar algo parecido, puede que en las fiestas de verano. Pero hay algo que me inquieta en estos cuerpos que se mueven torpemente, casi chocando a mi alrededor. No me gusta y creo que es su mirada. No consigo verles los ojos. Nadie cruza su mirada con la mía, sólo tropezamos los unos con los otros. Puede que me esté volviendo un paranoico. Puede que mi paranoia sea capaz de convertirlos a todos ellos en unos zombis. Puede que un zombi sólo exista si mi mente enferma imagina esa posibilidad. Me siento como si caminase por un nido de viborillas, las calles están muy poco iluminadas y todo parece muy normal pero si no me muevo ya en unos instantes podría ser demasiado tarde. Estoy absolutamente rodeado, como en una mani, y acabo de tocar a uno de los muertos vivientes y está muy frío. Será mi paranoia pero quiero salir de aquí y no puedo caminar porque la manifa de zombis me lo impide. ¿Quieres acabar con el capitalismo? Doy un salto para elevarme sobre los putos zombis y uno de ellos me coge del pantalón y me tira para abajo. Más fuerte. Tengo que saltar más alto.
Black Mamba me espera en la fuente de La Octava. Voy hacia allí arrastrándome por el camino como un cordero a punto de ser degollado. Me siento a su lado sin saludarla porque no sé cómo hacerlo. Ella me explica por qué me deja. Estamos de espaldas al paisaje, miramos la fuente. Si nos diésemos la vuelta lo que veríamos sería lo que se ve desde el acantilado, la montaña de enfrente, el cañón, el río. Si nos diésemos la vuelta y contemplásemos esa maravilla quizá no encontrarías palabras para explicarme algo que me parece que no tiene explicación, por mucho que lo maquilles, y lo haces muy bien, pero se nota que tienes prisa por marcharte. Está bien, no pienso mover ni un músculo para retenerte. Márchate. Yo preferiría quedarme aquí en El Paraíso. Solo, gracias.
Trabajo Beethoven al piano, en La Celda. En el sofá, Lolita aguanta estoicamente la sesión. Dejo de tocar, voy hacia ella, le veo la cara de ya está bien, aunque no diga nada. Le suelto un estoy harto de Beethoven, me voy a pasar al metal, sabiendo que Ramón me estará escuchando desde la habitación. Él es el culpable de que esté estudiando Beethoven.Es para su espectáculo.
En La Santa, en casa de Los Creadores, me cruzo con Black Mamba. Me saluda riendo como si no pasase nada pero sí que pasa, sí que pasa. Entro en el cuarto de baño y me encuentro el water lleno de mierda. Tiro de la cadena. Me siento en un taburete. No puedo más. Lloro. Aún no había llorado. Los Creadores se asoman tímidos, miran por el espejo. Ahora no pares, es lo que me digo a mí mismo, no pares, llora con fuerza, sácalo todo, limpia toda esa mierda que te estabas guardando dentro, ya está bien de hacerse el duro, todo tiene un límite, ¡a la mierda!
Vuelvo a La Celda a pie. Esperando el ascensor me encuentro con Christiana. La verdad es que la he seguido a cierta distancia por las callejuelas del barrio mientras volvía a casa. Nos saludamos. Hola. Hola, ¿qué tal? El ascensor parece muy ocupado, va de un piso a otro pero no acaba de bajar. Ella se arranca a hablar de lo que le pasa por la cabeza con una familiaridad que me desarma porque no nos conocemos de nada. Me gusta, es muy guapa. Que hable, así puedo mirarla. Llega el ascensor. No se baja nadie. Subimos. Me ha dicho que es actriz. Ya sé por qué me resultas tan familiar, te vi ayer en la tele, tú sales en una serie, ¿verdad? Sí, pero me está explicando que se va a Estados Unidos. Le está costando conseguir el visado. No lo entiendo. ¿Tan difícil es? Me habla de dinero, mucha pasta, ya salimos del ascensor, los dos en el mismo piso. Es que ella no es de aquí, ¿sabes?