La última tentación de Cristo

Mi Heroína se ha convertido en la última tentación de Cristo.

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Folksonomía

Un par de muchachos entran en un bar y se van hacia la barra decididos a hacer folksonomía. O sea, probarán las tapas, pedirán cañas y vinos e irán apuntando lo que les sugiere para añadirlo como etiquetas en su estudio.

Me hace gracia este sistema, no me imaginaba así la folksonomía.

Entonces me encuentro a la Niña Roja y se lo explico. Le explico que esos chicos realizan un trabajo muy similar al suyo, pero en versión moderna. Está increíblemente simpática y cordial pero se hace la loca. ¿Similar al suyo? Aparenta no saber de qué le hablo. ¿De aquel trabajo para la Universidad Autónoma? ¿Qué universidad?, pienso yo.

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Hay que ser listos

Somos prisioneros de guerra de unos muyaidines, cerca de El Paraíso. La cosa está chunga: nos van a matar a todos. Hablo con Celia. Está más joven y muy guapa. Es extraño. Huímos hacia El Paraíso. Nunca nos encontrarán allí. Pero no es cierto. Nos escondemos en casas abandonadas, caminamos entre vigas, el suelo de madera está roto. Pero vemos cómo avanzan por la carretera, hacia nosotros. Me resisto a pensar que es inevitable. Es como una pesadilla. Creo que si nos enfrentamos a ellos huirán como la niebla. Pero si son reales no acuchillarán sin piedad. Hay que ser listos.

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Fiesta en La Celda

En La Celda hay una reunión multitudinaria. Mucha gente sentada a la mesa: Nieves, Patrizia, Sensei … Pero también por el resto de La Celda. Dos se ponen a bailar. Hay follón, cervezas, aperitivos. Se me va de las manos. Parecemos una reunión gitana flamenca. Mi Heroína está a punto de llegar y no sé si le va a gustar mucho encontrarse con todo este jaleo. Me preocupo.

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Saltar

Me muevo muy rápido entre la multitud. Reconozco a algunas personas aunque todas vistan como si llevasen uniforme o, en todo caso, como si se hubiese instaurado una nueva moda futurista. Tengo una misión: no sólo debo escapar sino también liberar a los míos. Pero entre la multitud hay quien se ocupa de que yo no lo consiga. Lo que pasa es que dispongo de algunos superpoderes. Por ejemplo, si salto me elevo en vertical a una altura de 10 o 15 metros. Mis contrincantes también saben saltar pero se quedan más abajo. Me paso el día saltando y, poco a poco, mis enemigos van aceptando la derrota.

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Invasión

El Sensei y yo compartimos una casa en la costa, con patio y árboles y vistas al mar. Uma pasa por ahí y se queda. También aparece un amigo suyo, sudamericano o marroquí. Le doy un beso a Uma. Sólo somos amigos. Va viniendo más gente: una chica jovencita, con falda blanca, que se columpia, una mujer mayor con su marido, varios familiares. El Sensei descubre que nos han robado. Creemos que es el amigo de Uma. Ella se hace la sueca. ¿Cómo ha llegado toda esta gente hasta nuestra casa? ¡Que se vayan todos!

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Fuga

Todos estamos en prisión, vestidos de uniforme, el uniforme de presidiario, que parece más bien un uniforme de piloto de fórmula 1. Está Ferdinand, el Bandido y todo el mundo. Nos obligan a hacer las maletas en muy poco tiempo. A mí me cuesta, veo que muchos otros las hacen más rápido. Nos sacan de las cuevas en las que nos encontramos, nos reúnen en el exterior, nos apuntan con metralletas y hay que caminar. Nos meten en unas furgonetas negras, blindadas. Arrancamos. Entonces se produce un motín contra los vigilantes. Les quitamos las armas a base de ostias y gritamos eufóricos. Yo no las tengo todas conmigo porque aún hay que atravesar varios controles, pero Ferdinand está convencido de que todo está hecho ya porque la furgoneta es invulnerable.

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Me preocupas, Ludvik

En la gran casa donde me encuentro, Ludvik se pasea entre despistado, ocioso y desplazado. Me acerco a él, me da una palmadita en la espalda y parece que se preocupe por mí, cuando en realidad yo creo que deberíamos preocuparnos por él.

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Costa Brava

Por la mañana, una chica me recuerda que sigue en pie lo de irnos un par de días a la Costa Brava. La miro y sonrío escéptico. Creo que anoche íbamos un poco borrachos y estábamos un poco exaltados. Yo ya no me acordaba pero a ella se le ha quedado bien grabado.

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Misión especial

Zapatero me llama al móvil de madrugada para decirme que tengo que resolver un problema de seguridad nacional. De acuerdo. Me levanto de la cama y voy a la Fuente de La Octava. Allí me espera él con un séquito de asesores y técnicos, entre los cuales está Jordi Mollà. Se trata de modificar el programa de una lavadora. Me enseñan unos documentos en forma de tela que han lavado en la lavadora. Los documentos contienen importantes fórmulas matemáticas. El problema es que se producen manchas oscuras en forma de cuadros que impiden leer bien las fórmulas. No pasa nada, ya veo cuál es el problema. Les digo que me dejen trabajar. Hablo con Jordi sobre cómo resolver el problema y nos ponemos manos a la obra. Zapatero se queda por ahí, sentado encima de un lavadero, con actitud informal, explicándonos su vida. Cuando ve que tenemos la cosa controlada se va a una de las casas próximas a la cantina de El Paraíso, una casa con galerías impresionantes, donde hay instalado un numeroso grupo de personas que cenan como en un banquete. Así podemos trabajar en paz, modificamos una sentencia del programa para utilizar una nueva rutina y lanzamos otra vez el programa de lavado de la lavadora. Esperamos pacientemente a que acabe (dura un rato). Finalmente acaba y comprobamos que, efectivamente, ha desaparecido todo rastro de suciedad. Ahora sólo queda llevar los resultados al despacho de Zapatero.

Me dirijo al despacho, cuesta arriba. Entro en una casa con dos pisos. El despacho se encuentra en el segundo piso. Hay que subir por unas escaleras de madera, en compañía de dos personajes de la noche. La puerta del despacho está abierta. Dentro, el aspecto es el de una sala de profesores de cualquier colegio o instituto. Hay una pizarra, una mesa escritorio y un balcón galería. Dejo los documentos tela sobre el escritorio. Mientras, mis acompañantes comienzan a sacar drogas de sus bolsillos: anfetas, cocaína, éxtasis … Se toman algunas y se van cerrando la puerta con llave tras de sí: me dejan encerrado. No quiero ni pensar lo que pasaría si me encontraran encerrado allí con todas esas drogas. Me iban a meter en la cárcel, así que no me lo pienso dos veces y salto por encima de la barandilla de madera del balcón. Con un par de movimientos acrobáticos me agarro al balcón del primer piso y me descuelgo de un salto hasta la calle. Luego arranco a correr hacia La Octava y decido volar, aunque si me encontrase a alguien del ministerio iban a sorprenderse mucho porque nadie conoce esa habilidad que poseo.

El vuelo es fluido y enseguida llego al río. Allí están rodando una película. En la orilla del río flota un barco de juguete. Ese barco es una simulación de un buque tipo Titanic donde se supone que viajamos todos los personajes que en ese momento asistimos al rodaje. Lo que pasa es que, más que un río, aquello es el mar y las olas que llegan a la orilla hacen volcar al barco, que da cuatro o cinco vueltas de campana. La cámara lo capta y la escena pierde toda verosimilitud.

No tiene sentido pero estamos cenando en un gran banquete dentro del barco. Allí Miriam me explica que Zapatero les ha encargado una obra civil de enormes dimensiones y me explica los detalles. Es difícil de creer que unas jóvenes arquitectas hayan conseguido una obra tan ambiciosa. Pero a estas alturas de la película me lo creo todo, ya. Miriam está muy guapa pero cada vez se asimila más a la pijería de su entorno.

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