Recuerdo a El Creador oficiando de maestro de ceremonias, guiándonos a través de pasillos interminables hasta llegar a la sala donde se oficiará la ceremonia, el banquete. Esta vez me acompaña la Heroína a todas partes. Verla a mi lado me produce un enorme placer. No dice nada, simplemente se cuelga de mi brazo de vez en cuando y ese pequeño gesto suyo tan característico es suficiente para que yo sepa que está ahí, conmigo. Me resulta desconcertante ver cómo se mueve con total naturalidad entre los miembros de mi numerosa familia. Los saludo a todos, uno por uno, menos al Paracaidista. Cuando entro por segunda vez a la sala me fijo en su aspecto (el del Paraca) y ha cambiado por completo. Ahora tiene el pelo completamente moreno, largo y lacio. Fernández, el profesor del Submarino, atraviesa la sala y prohíbe fumar, al tiempo que nos deja unos ceniceros de cristal sobre la mesa. Hay más restricciones pero yo sólo tengo ojos para la Heroína y le doy un beso en sus labios. De pronto salgo fuera de mí, soy otra persona, me levanto y me acerco a mí mismo (que ya no soy yo), a quien veo aparecer por el pasillo. Disfruto de este desdoblamiento, me veo como jamás me he visto, ni siquiera como uno se ve cuando se graba en vídeo, me siento impulsado hacia él y con absoluta naturalidad le doy un beso en la boca y un escalofrío me recorre la espalda porque me he excitado extrañamente y porque creo que soy ella.