Es mi turno. Después de un buen rato haciendo cola, esa especie de teléfono antiguo de aspecto setentero está delante mío. Descuelgo, apreto el botón rojo y hablo con mi médico, que no es mi médico sino un sustituto. Le cuento lo que me pasa en los ojos lo mejor que puedo pero me lío. Me lío tanto que acabo proponiéndole el tratamiento que debo tomar yo mismo. Incluso le doy nombres de medicamentos aunque mientras lo digo ya me voy arrepintiendo. En vez de desautorizarme, me receta algo parecido a lo que le propongo. A continuación debo pasar a otra salita donde comienzo a ponerme nervioso porque temo haber metido la pata. Cuando se descubra que el médico es un pavo negligente el mal ya estará hecho y seguramente será irreparable. Entonces me dicen que me van a poner unas gotas. Eso me tranquiliza. No parece tan grave. No recuerdo la última vez que me puse gotas en los ojos. Hace mucho tiempo. Mientras me preparo para recibir las gotas que una enfermera me va a poner, en la mesa de al lado un grupo de melenudos prepara un cd recopilatorio con temas que seleccionan especialmente para mí y mi circunstancia. Me parece un detalle. Siento curiosidad por llegar a La Celda y descubrir esos temas.
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