Ensayo con Anna una sonata de Clementi para dos pianos que no me acaba de gustar. Demasiado rococó para mi gusto, bastante cursi. Además no me siento a gusto con el piano, es excesivamente blando y resbaladizo, se me escapan notas. Ferdinand dirige el ensayo desde fuera. Lo pasamos una vez y luego comentamos. Anna me critica que me encuentra demasiado estático, no camino. Tiene razón, me suele ocurrir, sobre todo al principio, me convierto en prisionero del tempo, demasiado mecánico, luego le pierdo el respeto y avanzo mejor, más libre, pero es como si necesitase primero privarme de libertad, situarme en una posición de esclavitud, para a continuación, harto de las cadenas, cuando ya no puedo más, rebelarme y huir, sintiendo aún un poco el peso del yugo en mis hombros. ¿Pero por qué no ser libre siempre, desde el principio? ¿No nos ahorraríamos así todo ese sufrimiento inútil? ¿O no es inútil, en realidad?
Ferdinand interrumpe mi monólogo interior para proponer que toquemos juntos una sonata para cuatro manos de Mozart. A vista, yo en el bajo. Debo tirar de mi oído para seguir las progresiones armónicas y no equivocarme demasiado de notas porque soy algo lento en la lectura a vista. En el segundo movimiento me sorprendo unos instantes leyendo la indicación que encabeza la partitura: Hasta el infinito. ¡Eso no puede ser de Mozart! ¿O sí? No tengo tiempo de pensarlo porque Ferdinand se pone en marcha y yo lo sigo.
Cuando acabamos el ensayo, mientras recojo mis cosas, se acerca una mujer de unos sesenta años que me habla en inglés y que me dice que le ha interesado mucho nuestro trabajo y que quiere proponerme una actuación en el Carnegie Hall de Nueva York. Muy soprendido de lo que me dice esta señora pienso que está loca o me está tomando el pelo y le contesto que, para contratarme, debería hablar con mi manager: Marta Oliveras. Casi indignada, supongo que porque con esta maniobra lo que acabo de conseguir es sacármela de encima (me molesta ese tipo de conversación sobre ganado, no puedo evitarlo) casi me grita que Marta Oliveras no es de ninguna manera mi manager. Entonces yo la mando a la mierda diciéndo que si Marta Oliveras no es mi manager, ella tampoco debe ser la programadora del Carnegie Hall. No te jode.