Para conseguir el visado para Kazakstán exigen cien mil requisitos pero sobre todo uno: hacerle la rosca al cónsul y caerle bien. ¿Y quién es el cónsul? El Quijote, el del Instituto Cervantes de cierta ciudad brasileña, a quien no soporto. Vamos de fiesta recorriendo todos los garitos de la ciudad pero soy incapaz de tener la más mínima empatía con el tipo. A la mañana siguiente, de empalme, nos presentamos en el consulado. Nos hacen esperar toda la mañana sin dignarse a atendernos. Luego nos reúnen y nos explican que mañana, si hacemos de nuevo la cola y traemos toda la documentación necesaria, incluida la invitación de un residente de allí, no habrá problema para conseguir el visado. No habrá problema para nadie excepto para mí, que quedo excluído porque no cabe nadie más en el grupo que atenderán mañana. Debo esperarme a pasado. A la mierda. Paso de Kazakstán y de su puto cónsul. Podría esperarme pero no me da la gana. Está claro que si no le hago la rosca no hay visado. Pues prefiero quedarme sin visado. Kazakstán no es tan importante. Nada es tan importante si hay que hacer la rosca. Se lo explico a Shangay Mirinda, que va con Klaus. No sé qué haré con el tiempo que acabo de liberar pero tampoco me preocupa demasiado.
En La Celda juego a tenis contra mi compañera de celda, amiga de El Quijote y de Carmen Caffarel. Ella es una gran jugadora pero yo me defiendo y poco a poco comienzo a soltar golpes ganadores. Entonces, con la ayuda de Caffarel, que hace de juez de silla, mi compañera de celda comienza a hacer trampas cada vez más evidentes. No me lo puedo creer pero descubro un rostro oculto bajo una apariencia angelical de chica rubia de ojos azules. Me gana, claro. El Quijote pregunta el resultado. Les digo que he perdido yo, pero el alma, e inmediatamente pienso en decirle a mi compañera que se vaya buscando otro sitio donde vivir, donde pueda hacerle la rosca al cónsul más a gusto. En Mi Celda ya no será. Pero luego me acobardo y pienso en lo que cuesta el puto alquiler y decido encontrar antes a alguien con quien compartirlo. Tampoco yo soy tan noble. Además, la venganza es un plato que se sirve frío.