Antes del torneo un hombre se dirige a nosotros desde una tarima. Nosotros somos unos cuantos desperdigados por el suelo. Reconozco a la Tamagochi y juraría que Campanilla no anda muy lejos. El hombre que habla nos pregunta si conocemos esa nueva mascota que se ha puesto de moda en el barrio de La Celda y me mira a mí. No tengo ni idea, señalo a Tamagochi y le digo que por qué no responde ella, que sí que sabe de qué está hablando. Y efectivamente nos explica la historia y yo respiro aliviado porque me molestaba tener a tanta gente pendiente de mí.
Entonces nos dirigimos hacia las pistas de tenis. Me encuentro con Sensei, que se dispone a jugar el primer partido contra Roger Federer. No parece muy preocupado pero todo indica que va a recibir la mayor paliza de la historia porque, que yo sepa, Sensei no tiene ni idea de jugar a tenis. De ver jugar a tenis sí, por la tele, pero nada más. Pero no parece nada preocupado. Bueno, mejor.
Yo me voy a otra pista, donde me parece que juega Carlos Ballesteros. Es extraño porque donde esperaba una pista de tierra batida me encuentro con una mesa de ping-pong casera que ni siquiera es reglamentaria. Está construida, si se puede decir así, a base de juntar mesas estrechas y de diferentes tamaños. Parece la maqueta de un portaviones. La gente rodea la mesa, aparece un coche de la organización, que aparca justo al lado con una maniobra que esquiva por muy poco una de las esquinas de la mesa. Comienza el partido. Rodeo la mesa y me acerco hasta otra que no está lejos. Por el camino veo cómo despega un avión y cómo aterriza otro en la pista de al lado. Me encuentro con la Heroína. Ella ya ha jugado un partido y ha ganado. También ha pilotado el avión. Por lo visto un monitor te explica en pocos pasos cómo hacerlo. Es muy fácil. Lo más difícil, como siempre, aterrizar. Pienso que si ella lo ha conseguido yo también podré hacerlo.
Llego a mi pista. Por la pantalla que cuelga de una esquina me doy cuenta de que falta muy poco para que comience el partido. Comienzo a calentar, a preparar las bolas, la raqueta, mis preparativos son infinitos. El juez de silla me advierte que estamos a punto de comenzar. Intento darme prisa sin ponerme nervioso, que luego es peor. Ya me conozco.