Espero mi turno en la cola, como los demás. Pero la verdad es que me tienen harto así que mi pequeña rebelión comienza por rasgar la portada de El País que llevo en la mano. Uno de los guardias se da cuenta y saca la porra. Toca su silbato y aparece una manada de guardias. Los hijos de puta me rodean, me apartan del grupo y me comienzan a dar de ostias. No sirve de nada que reclame mis derechos, están desbocados, da igual lo que yo diga, pillo. Muy bien, yo pillo pero de un rodillazo le parto los huevos al primero que se pone por delante y luego me cargo unos ladrillos amontonados por ahí. Me cargo ladrillos y no paro, joder. Ya no se atreven a tocarme. Se están rajando, se apartan de mí y me devuelven ese espacio vital que nos rodea habitualmente y nos hace sentir seguros en nuestro pequeño y puto microcosmos autosuficiente. Así funcionan las cosas.
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