Comparto pupitre con Sonrisa Perenne. Hoy toca examen. Leo las preguntas y me doy cuenta de que no tengo ni idea de las respuestas. No me sorprende porque no he estudiado nada, absolutamente nada. Podría copiar de Sonrisa Perenne pero me da palo. Hace tiempo que no suspendo ninguna asignatura. No me apetece nada pero nunca se sabe, a lo mejor es lo que necesito.
Juego al billar con los colegas. No soy muy bueno pero hay algunos que no saben ni coger el taco. Aún y así algunos de esos las acaban metiendo. Claro que hay más bolas que de costumbre y dos bolas blancas. La mesa está repleta y las posibilidades de chocar con una bola se multiplican.
Veo pasar al entrenador de mi equipo de baloncesto. Le pregunto qué le parece si no juego en el partido de hoy. Por la cara que pone veo que no le hace ninguna gracia. La verdad es que a mí no me apetece mucho jugar. Me da palo, preferiría descansar. Le digo que así me reservo para los partidos más decisivos, los que vendrán si pasamos la fase clasificatoria.
Comienza un espectáculo. Es el mismo de ayer pero cada día es diferente. Un bailarín con cuerpo adolescente y cara de Johnny Deep se cuelga de una barra de gimnasio. Se balancea como un gimnasta y se tira al suelo. Al caer se contrae de golpe como un contorsionista y da la impresión de que ha convertido en una pierna larguísima, sin brazos ni cabeza, como en una pintura de Dalí. La gente, sorprendida, aplaude a rabiar.