De noche, Shangay Mirinda, Mi Protegida y yo, vestidos de negro, nos movemos entre las sombras por el interior de un edificio que da al mar. De pronto Shangay Mirinda se para, escucha y se asusta porque ha oído a alguien que se acerca. Nos hace correr por unos pasillos interminables hasta que nos encontramos con los lavabos. Entramos los tres en el de chicas, que es enorme, y nos encerramos con pestillo. Alguien se acerca. Sabe que estamos ahí. Le da un golpe a la puerta y la derriba sin ningún esfuerzo: es Birkin. Todos estamos sorprendidos, ella también. Entonces comienzan las explicaciones. Ella cumple con su deber, nosotros con el nuestro. Estamos en bandos opuestos pero no es nada personal. Ella quiere recuperar esos objetos metálicos y pesados que llevo en los bolsillos de mi gabardina pero la convenzo de que eso no es posible. No puede ser, Birkin. No puede ser, de verdad. Tienes que dejarnos ir, es lo único que podemos hacer. Intenta entenderlo. Nos vamos, Birkin, pero volveremos a vernos, no te preocupes.
Aún no ha amanecido. En el agua nos esperan Los Creadores y una docena de los nuestros. Mi Protegida y Shangay Mirinda se tiran al agua ante la mirada de Birkin, que pone cara de no entender demasiado. Me tiro de cabeza y me hundo, me hundo mucho, seguramente por los valiosos objetos metálicos que transporto. Veo a mis compañeros por debajo, todo piernas que se mueven y flotan sin rostro. Alguien me coge por el abrigo y tira de mí hacia la superficie. Era eso lo que necesitaba, una mano amiga que invirtiese el sentido de mi caída. Ahora caigo hacia arriba y cuando salgo a flote, antes de nadar con mis compañeros en dirección al horizonte, saludo con la mano a Birkin y le grito. No te preocupes Birkin. Todo saldrá bien, ya verás. Pronto nos volveremos a ver. Adiós Birkin.
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