Me acerco al porche de una casa, lo suficiente para ver su interior: una habitación amplia, con una cama enorme, sábanas blancas y una barra de bar. Entro, se hace de noche, me estiro en la cama y me quedo a dormir.
Al día siguiente me desperezo estirándome en la cama, me levanto y salgo al jardín. La gente de la casa se ha levantado y una abuelita me ofrece una taza de té. Me la tomo mientras me da el sol en la cara.