Zapatero me llama al móvil de madrugada para decirme que tengo que resolver un problema de seguridad nacional. De acuerdo. Me levanto de la cama y voy a la Fuente de La Octava. Allí me espera él con un séquito de asesores y técnicos, entre los cuales está Jordi Mollà. Se trata de modificar el programa de una lavadora. Me enseñan unos documentos en forma de tela que han lavado en la lavadora. Los documentos contienen importantes fórmulas matemáticas. El problema es que se producen manchas oscuras en forma de cuadros que impiden leer bien las fórmulas. No pasa nada, ya veo cuál es el problema. Les digo que me dejen trabajar. Hablo con Jordi sobre cómo resolver el problema y nos ponemos manos a la obra. Zapatero se queda por ahí, sentado encima de un lavadero, con actitud informal, explicándonos su vida. Cuando ve que tenemos la cosa controlada se va a una de las casas próximas a la cantina de El Paraíso, una casa con galerías impresionantes, donde hay instalado un numeroso grupo de personas que cenan como en un banquete. Así podemos trabajar en paz, modificamos una sentencia del programa para utilizar una nueva rutina y lanzamos otra vez el programa de lavado de la lavadora. Esperamos pacientemente a que acabe (dura un rato). Finalmente acaba y comprobamos que, efectivamente, ha desaparecido todo rastro de suciedad. Ahora sólo queda llevar los resultados al despacho de Zapatero.
Me dirijo al despacho, cuesta arriba. Entro en una casa con dos pisos. El despacho se encuentra en el segundo piso. Hay que subir por unas escaleras de madera, en compañía de dos personajes de la noche. La puerta del despacho está abierta. Dentro, el aspecto es el de una sala de profesores de cualquier colegio o instituto. Hay una pizarra, una mesa escritorio y un balcón galería. Dejo los documentos tela sobre el escritorio. Mientras, mis acompañantes comienzan a sacar drogas de sus bolsillos: anfetas, cocaína, éxtasis … Se toman algunas y se van cerrando la puerta con llave tras de sí: me dejan encerrado. No quiero ni pensar lo que pasaría si me encontraran encerrado allí con todas esas drogas. Me iban a meter en la cárcel, así que no me lo pienso dos veces y salto por encima de la barandilla de madera del balcón. Con un par de movimientos acrobáticos me agarro al balcón del primer piso y me descuelgo de un salto hasta la calle. Luego arranco a correr hacia La Octava y decido volar, aunque si me encontrase a alguien del ministerio iban a sorprenderse mucho porque nadie conoce esa habilidad que poseo.
El vuelo es fluido y enseguida llego al río. Allí están rodando una película. En la orilla del río flota un barco de juguete. Ese barco es una simulación de un buque tipo Titanic donde se supone que viajamos todos los personajes que en ese momento asistimos al rodaje. Lo que pasa es que, más que un río, aquello es el mar y las olas que llegan a la orilla hacen volcar al barco, que da cuatro o cinco vueltas de campana. La cámara lo capta y la escena pierde toda verosimilitud.
No tiene sentido pero estamos cenando en un gran banquete dentro del barco. Allí Miriam me explica que Zapatero les ha encargado una obra civil de enormes dimensiones y me explica los detalles. Es difícil de creer que unas jóvenes arquitectas hayan conseguido una obra tan ambiciosa. Pero a estas alturas de la película me lo creo todo, ya. Miriam está muy guapa pero cada vez se asimila más a la pijería de su entorno.