Dentro del camerino me pongo a limpiar y encuentro insectos bien gordos que me da reparo matar. Hay uno al que golpeo con un zapato pero sigue viviendo y se esconde bajo el sofá donde estamos sentados.
Me siento yo también y contemplo cómo mi cama ha sido deshecha y yo no he sido. Ha sido Miriam. Yo no la deshago así, retiro la funda nórdica, arreglo las sábanas un poco y la vuelvo a extender. Pero la cama está totalmente desmantelada, a la antigua.
Cojo mi monedero y me doy cuenta de que me lo han cambiado por la nueva cartera que me regaló mi Heroína. Todas las cosas que había en el monedero están perfectamente ordenadas en la nueva cartera.
«He sido yo», me dice Miriam. Le digo que tenía planeado hacerlo en algún momento. Me pongo mis calcetines y veo que tienen agujeros. Uno de los agujeros se ve en el empeine. Me saco el calcetín para ponérmelo bien y que el agujero aparezca en el talón, que es donde le corresponde. En ese momento tan comprometido, se abre el telón y el público me mira. Una mujer ríe. Yo sonrío.