Notas sobre la memoria. ENVOLTURA.
Durante el seminario todas las actividades, encuentros o acciones en las que estuve de espectador, estuve grabando. Estuve cerca de la cámara atento cada vez que se paraba para continuar grabando. Cada día llegué a casa y descargaba los archivos de la cámara a mi ordenador. Con la información de los dos primeros días se me llenó el disco duro, tuve que usar otro disco duro para dejar espacio disponible. Otra de las urgencias mientras estaba grabando era la batería disponible, cuánto tiempo/carga quedaba. Me pregunto cuánto ocupa, literalmente, la memoria.
Apenas tuve tiempo para anotar cosas con la tranquilidad de que podría rever cualquier cosa con los vídeos que estaba haciendo y almacenando. Espero tres días desde que acabó el encuentro de la semana pasada para escribir sobre aquello que recordaba sin notas, imágenes o apoyos de otro tipo. Escribo de lo que recuerdo, de lo que puedo recordar.
Así me coloco a tres días de distancia anotando sobre la memoria exclusivamente desde el recuerdo.
Envoltura fue un paseo por el Museo Reina Sofía, un itinerario por una serie de piezas elaboradas en relación al fallecimiento repentino de la bailaora La Argentina. Un itinerario por una serie de trabajos. Alrededor de setenta personas fuimos recorriendo diferentes espacios del museo para encontrarnos los trabajos de varios artistas. Nos convocaron en un pequeño auditorio, en el edificio antiguo del museo. Recuerdo que este edificio fue en su día un hospital, recuerdo haber visto dibujos del edificio sabatini como hospital, me pregunto qué sería esta nave donde nos presentaban Envoltura.
Puedo recordar lo que puedo, el resto se me queda fuera, atrás.
El archivo al que me remito es mi memoria, que resulta ser como casi algún archivo, como casi cualquier memoria, discontinua y arbitraria. No hay una metodología para indexar, y los modos de almacenar no son muy claros. Aparecen algunas cosas, documentos, imágenes, evocaciones que tratan de reconstruir fidedignamente aquello que ocurría en aquel momento. Es imposible. Aquello ya no existe.
Después de la introducción de Isabel de Naverán en el auditorio fuimos al jardín, el patio central del museo, del hospital, allí un hombre con el pelo recogido y los pies descalzos sostenía una vara de madera natural que medía como el doble de su altura. La vara estaba húmeda, era flexible, conservaba la corteza marrón y áspera. Durante unos minutos bailó sobre la arena mientras le rodeábamos silenciados. Una familia dormía una siesta a treinta y cinco grados y se vio rodeada por un grupo de personas que miraban a dos o tres metros a la vara y al hombre. Al rato pasó a un césped que había detrás del banco donde dormitaba la familia. Clavó la vara en un socavón que había en la hierba, se quedó entre cuatros olivos que le hacían de fondo y un público que ya no le rodeaba si no que le miraba frontalmente.
Lo que recuerdo está fuera de foco. Desaparece.
Olvido algunas cosas, olvido sobre todo el orden en el que ocurren. Desaparecen si no los fijo la mayoría de los recuerdos. Y confundo las memorias de mis propias experiencias con las que han compartido conmigo. Acompañamos a este bailarín hasta una sala, donde hay instaladas unas esculturas de Serra de acero. Recordé cuando me contaron cómo el museo, este museo, había perdido hacía muchos años una pieza de Serra. Lo delirante de aquella conversación. Una mujer joven bailó durante casi veinte minutos flamenco, de una manera bastante amable nos invitó a leer algunas de sus frases. Acabó y noté que se perdía, que ya no estaba. Recordé que pensé que nunca había llegado a investigar en profundidad lo de la desaparición de, aunque sí recuerdo haber llegado a las noticias de algún periódico sobre la investigación del propio museo.
Las imágenes que recuerdo son transparentes. Se superponen.
Sobre las sillas de tela de una de las salas había un papel que contenía una imagen impresa en un acetato. La miré muy rápido, era un rostro, y la guardé en la bolsa, tenía que volver a grabar lo siguiente. La cara de la persona que estaba en ese momento no se veía, estaba a contraluz, y me venía el tiempo todo la cara de la foto.
Escribir sobre la memoria es una traducción.
Cruzando unas galerías del hospital, del museo, y bajando bastantes escaleras llegamos a unas bóvedas de ladrillo. Allí en una sala cuadrada con sillas que ya estaba abarrotada cuando llegué. Al fondo de la sala esperaban sentados en una mesa dos hombres, ambos sentados. Sobre la mesa dos lámparas y unas ramas de romero o algo parecido que tapaban las manos de uno de ellos. Ponerle palabras a la memoria es contradictorio, describo la situación, los espacios, los tiempos, los movimientos; parece que al escribirlos los recuerdo mejor aunque lo que ocurre es que se fijan más rígidamente lo que creo recordar y no lo que realmente sucedió.
En esta traducción de todo, olores, temperaturas, coreografías en palabras ocurre un desplazamiento imposible de todo hacia el lenguaje. Me pregunto si esto debería ser una reconstrucción de aquel paseo sin detalles de lo que ya no está. Uno de los hombres se levanta y comienza a golpear con los pies el suelo, sobre el que aparece en ese momento una tabla de madera que está también bajo la mesa, al mismo tiempo el otro que sigue sentado lee una historia sobre un paseo en Rusia. Parece que los sonidos que hace el primero en la tabla del suelo, sobre la mesa con las manos, y con otros utensilios, son la banda sonora del relato del segundo. Son traducciones mutuas simultáneas.
Los recuerdos se construyen en el futuro.
Llegado un momento hay que cambiar de edificio, del antiguo hospital de piedra y cal hasta la ampliación de acero, cristal y fibra de vidrio. El volumen rojo informe se abre con un picaporte dentro de una puerta pequeña que hay en una puerta inmensa. Allí en forma semicircular esperan cinco hileras de sillas plegables y al fondo de la sala que no tiene esquinas la silueta de un cuerpo proyectando su sombra sobre la pared cóncava. Recuerdo los cables en el suelo muy ordenados en formas rectas, recuerdo un cable que llegaba al cuerpo en escena, era el único cable suelto, llegaba hasta las plataformas negras con flecos. Así que ese cuerpo que ponía cuerpo y voz, era todos y ninguno de los cuerpos posibles, era una ficción una mentira, o el más verdadero de todos ellos. Así el cuerpo aparecía y los recuerdos se estaban construyendo para el futuro y por un instante la dirección del tiempo cambia y desaparece el cuerpo y los recuerdos vienen del pasado.
Así es lo que pude recordar, esta subjetivación está intrínsecamente unida a la memoria. Su fluidez se transforma en el filtro de resistencia a las lógicas del archivo como aparato para la reproducción de las piezas. La memoria es imprecisa, como impreciso es el recuerdo de La Argentina y de los trabajos que nos acercan y se superponen para poder pensar sobre el síncope. Las conexiones impredecibles de las palabras, de los sonidos, de las palabras, de lo que se recuerda, dan a la acción de recordar y comunicar una memoria una ambigüedad vibratoria. Así que esta ambigüedad, esta narrativa pseudo real, pseudo-ficticia, trae la oportunidad de construir un recuerdo juntas.
nacho de antonio antón
22:00 h
Kratimosha
Performance de Amalia Fernández
La Casa Encendida. Patio.
La antigua pregunta del nihilismo
No se corresponde el lenguaje con los objetos
No suenan los pasos ni hay suelo debajo
mil voces habitan un solo cuerpo
ventana, casa, habitación, salón…
Un viaje que solo revela el principio
la risa que todo lo apacigua
porque sino sería demasiado pesada la existencia
¿Cuánto de la memoria se deposita en los objetos?
¿Cuántos tipos de memoria hay?
Mnemosyne7.