el sonido de una moneda
Lo reconozco. Primero, antes que otra cosa, estar sola en ese espacio significa abandonarse a los placeres del cuerpo. La mirada se humidifica y busca los lugares más evidentes, donde el cuerpo sirve a la seducción. Antes de comenzar a pelearme conmigo y mis principios feministas, acepto ese ataque narcisista que me sorprende, haciéndome asumir posturas sensuales, sexuales, disfrutar ante la multiplicación de la imagen, el aura cinematográfica que envuelve. No hace falta hacer mucho para excitarse, disparar la imaginación ante ese espectador que se encuentra del otro lado, imaginar que me mira mientras yo no puedo verlo. Y sin embargo, noto la frustración que me provoca estar separada de mi espectadora invisible, y la paradoja que hace que quiera romper ese espejo, lo que significaría acabar con el interés de la situación: Dejaría de seducirme a mí misma a través del espejo y a la vez, dejaría de excitarme la posibilidad de tener a alguien al otro lado, confirmaría la soledad de mi acto.
Esto se pone en entredicho en el momento que escucho ruidos del otro lado. Como el Jomatog es grande, no estoy segura si provienen de las cabinas del Peepshow donde me encuentro o del Bis-á-bis, otro dispositivo. Sigo con mis exploraciones y unos minutos más tarde, escucho el sonido de una moneda golpeando metal: Alguien quiere verme. Sigo con lo que hacía hasta ese momento mientras las preguntas aparecen: ¿Quién está del otro lado? ¿Será el empleado de la tienda? ¿Algún viejo despistado? ¿Cómo recibirá esta escena mía donde no me golpeo, no estoy semidesnuda, cómo me recibirá a mí, que no soy topmodel ni luzco esa melena de peluquería? ¿Quién es mi espectador? ¿Y si la moneda la ha puesto el tío que me mola, que por alguna razón incomprensible está del otro lado?
Entré en este espacio pensando en que no me interesa trabajarlo desde lo evidente que ofrece. El espacio ha demostrado ser fuerte, más fuerte que yo al menos y sin ganas de luchar por el poder, acepto que me invade y me zarandea, lo admito: No me deja indiferente. Es posible que sumergida en este imaginario, pueda saturarme y de forma orgánica trascienda el espacio. Ya veremos. Continuaré y continuará esta extraña historia.
Acerina Ramos.
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