Aposiciones
Este es un post sobre las iglesias en los años 90,
cuando cantar con las guitarras era muy guay.
I
Había un órgano en el coro de la iglesia. Las monjas estaban sentadas en sus asientos de madera detrás de las rejas con los libros en el regazo y cantaban como los ángeles. No me gustaba mirar a las monjas por no violar su clausura así que no me giraba casi nunca para no cruzarme con su mirada. A la puerta de la capilla había una cruz de piedra en el suelo.
II
Había un órgano gigante en el coro de la iglesia donde un día nos enseñaron que en sus tubos podía crearse el sonido de los pájaros.
Las monjas vestidas de negro, muy pequeñas y tranquilas, estaban sentadas en sus asientos altos de madera oscura detrás de las rejas con los grandes y viejos libros en sus regazos y cantaban como los ángeles mientras entraba la luz por las saeteras de la capilla.
No me gustaba mirar a las monjas por no violar su cuidada clausura así que no me giraba casi nunca para no cruzarme con su mirada.
A la puerta de la capilla donde estuve a punto de dar mi primer beso había una cruz de piedra tumbada en el suelo.
III
Había un órgano gigante con tubos dorados en el coro de la iglesia, arriba, en la penumbra, alumbrado por un rayo de luz blanca y polvo donde un día de los años 90 nos enseñaron a los turistas que en sus altísimos tubos podía crearse el cantar de los pájaros si se tocaba de determinada manera, o eso decía el cura.
Las pocas monjas del convento, vestidas de negro, muy pequeñas y tranquilas, estaban sentadas en sus asientos altos de madera oscura detrás de las rejas (entraban cuando ya les dábamos la espalda y mirábamos al cura enmarcado en el gigante retablo, oscuro y dorado, sucio y limpio en su justa medida) con los grandes y viejos libros en sus regazos y cantaban como los ángeles, eso decía mi abuela, mientras entraba la luz por las saeteras de la capilla dejándonos una sensación de calma, turismo, resaca y snobismo.
Con menos de 10 años no me gustaba mirar a las monjas mientras cantaban, como sí lo hacían los cotillas del pueblo, por no violar su cuidada clausura así que no me giraba casi nunca, sentado fijo y tenso mirando hacia adelante en el banco con el pelo muy liso y brillante cortado a bacinilla ,para no cruzarme con su mirada y que se produjera una ruptura en el espacio-tiempo y entre Dios y nosotras.
A la pequeña puerta de la pequeña capilla donde, pequeño, estuve a punto de dar mi primer beso, había una cruz de piedra tumbada en el suelo que un verano pisamos cantando “Bailaré sobre tu tumba”. Otro verano, los mayores nos dejaron solos en una esquina. ¿Quieres que nos demos un beso? No lo sé… ¿Tú? No lo sé… Pues vamos. Durante un par de años me persignaba como tic. En la calle y el colegio lo hacía disimulando, rascándome, bostezando.
IV