Un festival de las artes de la relación y los ultrapresentes
Voy a presentar, sin decir mucho, casi nada, un festival que llevo soñando desde hace tiempo. Un festival sobre las artes de la relación, los ultrapresentes y “el encuentro”.
En lo que proyecto que serían las artes de la relación se articulan, cuestionan o saborean relaciones, maneras de encontrarse, de estar juntas, de estar lejos, de tenernos en cuenta de tantas maneras como se puedan imaginar. Y el formato o los resultados de las artes de la relación son infinitos: cuadros, piezas de danza, edificios, cosas que no existen todavía… Las artes de la relación se llaman realmente Artes de la relación y del encuentro. Lo de “el encuentro” hace referencia a algo que no se puede nombrar, a aquella cosa casi mágica que se produce cuando estamos juntas y sentimos que estamos más juntas que cuando estamos juntas sin más. “El encuentro” es una sensación (entre otras cosas que no puedo pensar todavía) en la que los bordes se disuelven, la identificación y el distanciamiento se comen el uno a la otra y viceversa y la experiencia de ese momento es la de un presente ultracruel, tan presente que deja de serlo, como dice Derrida pensando en Artaud. Yo creía que “el encuentro” era una vivencia subjetiva pero he comprobado que no. “El encuentro”, ese ultrapresente tiene casi carácter material, está ahí, claramente, en todos los sitios a la vez y de pronto. Y hay veces que se produce en lugares en los que no te lo esperas: en un supermercado en el que canta una niña, en un concierto de El canto del loco, en un mensaje de Rosa Benito a Amador Mohedano un día de Sálvame de verano o mientras me acaricias la espalda.
Itxaso Corral y el presente transversal
La primera vez que pensé en las artes de la relación y del encuentro fue viendo a Itxaso Corral. La experiencia de compartir espacio con ella es algo inabarcable con palabras para mi. Es, volviendo a Derrida, tan presente que cualquier medio que utilice para pensar en ello es casi un insulto. La vivencia de esos momentos que compartimos no está ya aquí, estuvo y fue tremenda y solo queda ya en la huella que dejó en nuestros cuerpos. (¡Bah! Esto que escribo no vale nada porque quiere decir algo de lo que no se puede hablar. No digo lo de que no se puede nombrar por mitificarlo o divinizarlo sino por respetar la potencia absoluta que tiene ese “encuentro”, por cuidar que “el encuentro” no se legitime más que por sí mismo). Los materiales de Itxaso (y vuelve a ser una mierda nombrarlos como materiales y ponerles así fronteritas que aclaren que empiezan y acaban) son destellos (como los que describe Didi-Huberman al pensar en una posible disidencia real, íntima, frágil y vibrante) y no voy a terminar de escribir esta frase porque no sé qué puedo decir de ellos sin pisotearlos con referencias o descripciones inútiles. El dejarme sin palabras de estos encuentros está completamente separado de la identificación y la alienación, supongo que es lo contrario. La energía de Itxaso (y sus cuerpos, sus tiempos, sus pasados, sus redes) revoluciona los órdenes de la escena, las jerarquías de la mirada, la instrumentalidad y las rentabilidades de las presencias.
Sandra Gómez y un huracán de presentes
Volví a pensar en las artes de la relación y del encuentro viendo a Sandra Gómez con The love thing piece. Fue algo absolutamente loco para mí. Ya conocía esa sala en la que Sandra corría pero nunca había estado tan presente y tan en cada poro de aquellas paredes como el día que Sandra bailó. La segunda vez que vi la pieza decidí empezar a escribir sobre las artes de la relación y del encuentro en mi tesis. Lo que allí pasaba con Sandra, creía yo, atravesaba la política, la historia y nuestros presentes pero no de manera figurada, sino literal, real, loquísima. Y en la pieza casi solo camina. Cuando voy a ver a Sandra al teatro siempre entiendo todo, como si su presencia hiciera que todo en el universo tuviera sentido más allá de la racionalidad. Cuando salí loco de ver The love thing piece pensé que lo que sentía sería una cosa mía, que estaba idealizando lo que acababa de vivir. Pero me encontré con que Paulina Chamorro o Rubén Ramos hablaban de esta pieza utilizando ideas y emociones muy parecidas a las que yo había tocado.
Leonor Leal y la comunidad del presente
La siguiente vez que pensé en las artes de la relación y del encuentro fue viendo a Leonor Leal bailar. Bueno, viéndola a ella y viendo nuestras caras de niñas flipando con cómo se movían el espacio y todas las cadenas de emociones de nuestros cuerpos. Como siempre que surge el encuentro me siento desbordado, lo más lúcido que se me ocurrió decirle al terminar fue que para mí ella formaba parte de la secuencia Lola Flores / Beyoncé, pero mucho más. Leonor cuenta cosas y baila cosas que son flipantes pero detrás de esos gestos fácilmente descriptibles están todas las sombras que mueve y la potencia (casi mágica aunque me de vergüenza decirlo) de ponernos juntas, de ultrapresentarnos, de ultraencontrarnos. Leonor teje redes más allá de las preposiciones y crea comunidades desde la frontalidad de la escena, con su presencia (con aquello que está más allá del cuerpo, los palos, los pasos y el texto).
Por eso me reconcilio con nuestro trabajo, porque entiendo con el cuerpo que los ultrapresentes son posibles y que las transformaciones se producen de verdad, inmediatamente, no con la intención de que la escena sea un laboratorio de cosas que en algún momento se podrán aplicar a la política. Itxaso, Sandra y Leonor representan para mí una manera de hacer (además de artesanal, cuidadosísima, ríigurosísima y amorosísima) que está mucho más allá de los tiempos, la economía y las categorías. Tener su compañía para pensar las artes de la relación y del encuentro me ayuda a ir más allá de lo meramente descriptivo. Podría hablar de su trabajo con el cuerpo y con la palabra (diferente en cada una de ellas), con el espacio, la música o la mirada, pero después de verlas, prefiero estudiar esas cosas que están más allá de lo que puedo analizar, esas cosas que me hacen encarnar mi cuerpo de espectador y disolverlo en la comunidad del público (madre mía, esto son palabros que nunca habría utilizado y en los que he empezado a creer después de haberlos vivido en la realidad de la escena con ellas).
Por eso siempre he soñado con un festival en el que se encontraran las tres. Sería fantasía. Daríamos un meneo a la frontalidad de la escena y a las convenciones del presente. Sería como pasarse el monstruo final de las artes escénicas, las artes vivas y las artes de la relación. Y si para ese festival hubiera más dinero y pudiéramos montar varias ediciones, las siguientes serían: Aitana Cordero, Cris Blanco y Patricia Caballero; María Jerez, Florencia Martinelli y Leticia Skrycky; Oihana Altube, Najwa Nimri y Cuqui Jerez; Mónica Valenciano, Arantxa Martínez y Paz Rojo; Idoia Zabaleta, La Zowi, Silvia Zayas y Alejandra Pombo.
A ver si algún día os puedo contar cómo serían esas ediciones, cómo se titularían y cómo sería el diseño de los carteles.
Y, oye, sigamos hablando, si os apetece, por aquí o en antorodriguezvelasco@gmail.com